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Viernes, 30 de enero de 2015
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INQUEBRANTABLE, SEGUNDO FILM DE ANGELINA JOLIE COMO REALIZADORA

Típica biopic con destino a los Oscar

Basada en los momentos más dolorosos en la vida de Louis Zamperini, atleta olímpico y prisionero de guerra del ejército japonés, la película termina siendo otro retrato bombástico del triunfo de una voluntad por sobre las adversidades y las propias limitaciones.

Por Diego Brodersen
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Inquebrantable es una muestra de cine algo avejentado, que no es lo mismo que cine a la vieja usanza.

Se declara oficialmente abierta la temporada de films biográficos oscarizados. Basada en lo que sin dudas fueron los momentos más angustiantes, dolorosos y cinematográficos en la vida de Louis Zamperini, atleta olímpico italoamericano y prisionero de guerra del ejército japonés, Inquebrantable es una suerte de combo o menú por pasos: tres películas por el precio de una, cada una de ellas menos atractiva que la anterior. Partiendo de un guión escrito, revisado y reescrito por ocho manos –los hermanos Coen, el director y guionista Richard LaGravanese y William Nicholson–, el segundo largometraje de Angelina Jolie detrás de las cámaras lanza su primer anzuelo con una excitante escena bélica aérea a bordo de uno de esos pesados bombarderos de la Segunda Guerra, en el preciso momento en que Zamperini y sus compañeros son atacados por una jauría de cazas enemigos. La crisis es utilizada como excusa para los consabidos flashbacks a la infancia y juventud del protagonista (interpretado con aplomo por el británico Jack O’Connell), escenas que cristalizan algunos de los slogans que lo guiarán durante el resto del relato; y junto con él, de las narices, al espectador.

Otro de esos recuerdos ante el peligro de muerte recrea su performance en la famosa carrera de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936. Pero el film no incluye el apretón de manos a Hitler relatado por el Zamperini de carne y hueso en más de una ocasión, una imagen que la presencia de las esvásticas en el estadio y el saludo de un atleta nipón –garantía de ironía por lo que no tardará en suceder en el mundo y en su vida– hubieran transformado en redundante, más allá de su pertinencia histórica o interés anecdótico. El segundo plato de Inquebrantable reconvierte la historia en un film de náufragos: junto a otros soldados, Zamperini pasó 47 días a bordo de una balsa inflable, sin comida ni agua, a merced de las inclemencias del clima, los tiburones y la posibilidad de la desintegración psicológica. Jolie cumple aquí con las exigencias mínimas de suspenso y drama que el relato requiere, y hay varios momentos en los cuales logra transmitir con intensidad el sentimiento de zozobra y desesperanza.

Lo que sigue, el segmento más extenso de la película, retrata el calvario del protagonista en los campos de detención japoneses, una extensa sucesión de humillaciones y torturas nunca demasiado explícitas, pergeñadas para reforzar el temple de acero de Zamperini. La relación entre éste y el sádico sargento Watanabe (la estrella del J-Rock Miyavi), más allá de las anécdotas reales en las cuales está basada, resulta un desvaído remedo del vínculo entre Celliers y Yonoi en el gran film de Nagisa Oshima, Feliz Navidad, Mr. Lawrence, que indudablemente fue utilizado como fuente de inspiración por Jolie. Más allá del notorio amaneramiento de Watanabe, no es posible inferir aquí algún vértice de atracción erótica, y cualquier atisbo de complejidad en el duelo psicológico entre uno y otro es eclipsado completamente por el tono heroico del martirio del protagonista, que llega a ser comparado, sin sutilezas, con el de Jesucristo. Cine algo avejentado –que no es lo mismo que cine a la vieja usanza–, Inquebrantable es otro retrato estatuario y bombástico del triunfo de una voluntad por sobre las adversidades del mundo y las propias limitaciones. En otras palabras, una típica biopic oscarizable.

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