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Domingo, 22 de febrero de 2015
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ESTA NOCHE, RELATOS SALVAJES SE JUEGA SUS CHANCES EN HOLLYWOOD

Un éxito de público contra el cine de prestigio político

No la tiene fácil, pero hay posibilidades de que la película argentina dirigida por Damián Szifron pueda disputarle el Oscar al Mejor film extranjero a la polaca Ida (hasta ahora, la favorita) o a la rusa Leviathan, que tocan temas sensibles a la Academia.

Por Luciano Monteagudo
Relatos salvajes acaba de estrenarse en Hollywood y la prensa ha multiplicado su visibilidad.

¡Qué noche la de esta noche! A la incertidumbre que reina en Hollywood por lo que se considera la ceremonia del Oscar más abierta a sorpresas e incertidumbres en por lo menos un lustro –¿Birdman o Boyhood? (Hay leve ventaja para la primera.)–, aquí en la Argentina la expectativa estará puesta, casi exclusivamente, en la suerte que corra Relatos salvajes. Y según muchos indicios, el megaéxito de Damián Szifron no la tiene fácil, pero aún así guarda buenas chances de convertirse hoy en la tercera película argentina de la historia (ver aparte) en ganar la estatuilla de la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood al Mejor film hablado en otro idioma, tal como define el reglamento a lo que vulgarmente se conoce como Mejor película extranjera.

Históricamente, esta categoría ha sido siempre la más difícil de prever, por distintas razones, que van desde el complejo sistema de votación que imperaba en la Academia en este rubro (y que acaba de cambiar, facilitando las cosas) hasta el desconocimiento que suele campear –tanto en Hollywood como en casi todo el mundo– alrededor de los títulos nominados. En el caso de nuestro país, por ejemplo, sólo una de las cuatro contrincantes tuvo estreno local. Y sucede que es la gran rival (pero no la única) de Relatos salvajes. Se trata de Ida, la estupenda película polaca dirigida por Pawel Pawlikowski, estrenada aquí ocho meses atrás y que hace una semana volvió a la cartelera porteña aprovechando su candidatura.

No podría haber dos películas más diferentes. Mientras Relatos es puro exceso, ruido y furia, Ida, en cambio, está hecha de silencios, de tiempos en apariencia muertos y de un ascetismo acentuado por su utilización de un rigurosísimo blanco y negro. Todo indica que, así descriptas, la película de Szifron debería prevalecer en el gusto de la Academia. Pero no por nada la polaca está allí peleando el podio esta noche con la argentina. Sucede que Ida toca temas que, al menos en el pasado, han sido siempre caros a la sensibilidad de Hollywood: las consecuencias del Holocausto, la búsqueda de la identidad, la noción de judaísmo.

Pero no hay que ser ingenuos. En esta categoría suele haber tanto lobby como en las principales. Y aquí lleva ventaja Relatos salvajes. La película argentina se estrenó comercialmente anteayer en Estados Unidos, con un timing impecable, diseñado a la medida del Oscar por su distribuidora norteamericana, Sony Pictures Classics (la misma, dicho sea de paso, que llevó al triunfo a El secreto de sus ojos, cinco años atrás). Es cierto que el viernes la votación ya hacía 48 horas que había cerrado, pero la masiva campaña de prensa (donde ninguna nota se olvidó de mencionar que Relatos era “el mayor éxito comercial de la historia del cine argentino”, un dato que siempre paga en Hollywood) se desplegó justo en el momento crucial de marcar online las boletas, con lo cual pocos de los 6292 miembros de la Academia con derecho a voto se deben haber resistido a ver los screeners o copias que la institución envía a sus votantes.

Y aquí radica una de las claves del posible triunfo de Relatos salvajes. Para la época de El secreto de sus ojos, solamente estaban en condiciones de votar por película extranjera aquellos miembros que pudieran acreditar que habían visto las cinco candidatas, en funciones exclusivas para socios, en las que se computaba asistencia. Esa imposición implicaba que el voto se limitaba generalmente a aquellos miembros más veteranos y menos activos, con más tiempo libre para asistir a esas funciones. “Sólo votaron aquella vez 600 de los 6300 integrantes”, recordaba hace poco Axel Kuschevatzky, coproductor de la película de Juan José Campanella y ahora también de la de Szifron.

Desde hace un par de años, esa cláusula ya no existe y la totalidad de la masa societaria puede votar en el rubro, a partir de los screeners que envía oficialmente la Academia. Queda a conciencia de cada votante el hecho de haber visto la totalidad de las nominadas en cada rubro, incluida el de Mejor película extranjera. “Esto funciona mejor para una película menos estructurada como Relatos salvajes, que puede enganchar más a los miembros más jóvenes”, se entusiasma Kuschevatzky, que conoce bien el paño –la alfombra roja del Oscar– no sólo como productor, sino como presentador de la transmisión televisiva de TNT Latina desde hace una década larga.

Hay quienes no están de acuerdo, sin embargo, con Kuschevatzky. Steve Pond, por ejemplo, especialista en el tema Oscar desde hace años, autor del libro The Big Show y awards editor del sitio web TheWrap, íntegramente dedicado a Hollywood. Para Pond, una película como Relatos funciona mejor en una sala de cine, donde la risa se vuelve contagiosa, que en la soledad del hogar, por grande que sea la pantalla del monitor. En esa intimidad, dice Pond, Ida lleva las de ganar. Pero si él pudiera votar, lo haría por la rusa Leviathan.

Esa es la otra gran bestia negra de Relatos salvajes. Presentada en la competencia oficial del Festival de Cannes de mayo del año pasado (al igual que la película de Szifron), Leviathan no sólo tuvo una excelente repercusión crítica en Estados Unidos, sino también –y esto es más importante– política. El cuarto largometraje de Andrei Zvyagintsev (de quien en la Argentina se conocieron El regreso y Elena) narra con un énfasis épico la solitaria lucha de un hombre por conservar su vieja, hermosa dacha frente al atropello del alcalde de un pequeño pueblo, decidido a expropiarla y demolerla para levantar allí un complejo turístico privado. Para quien no lo hubiera entendido, la campaña de prensa del film en Estados Unidos se ocupó de transparentar aún más la alegoría: se trata del enfrentamiento casi bíblico –de ahí su título– de un individuo frente al monstruo que representa la maquinaria totalitaria y corrupta del Estado ruso, de quien el alcalde sería apenas una extensión de Vladimir Putin, archivillano si los hay hoy en Estados Unidos.

A cargo de esa campaña tan eficaz de politización extrema del film, que está rindiendo excelentes frutos, está la misma compañía distribuidora de Relatos salvajes en Estados Unidos: Sony Pictures Classics. Esto que puede parecer una contradicción, en los hechos no lo es: Sony apuesta siempre varias fichas simultáneamente, como ya hizo en 2010, cuando El secreto de sus ojos les ganó a las favoritas La cinta blanca y Un profeta, las tres representadas y promocionadas por la misma empresa.

Mucho más atrás en las encuestas de Hollywood y las apuestas de Las Vegas vienen la africana Timbuktu y la estonia Tangerines, con la primera de ellas con mejores chances, también por fuertes razones políticas. La película del mauritano Abderrahmane Sissako –el mejor cineasta contemporáneo de su continente, autor de Esperando la felicidad y Bamako, ambas conocidas en el Bafici– también compitió en el último Cannes, como Relatos salvajes y Leviathan. Y traza un crudo retrato de una de las principales ciudades de Mali, bajo la tutela de una temible “policía islámica”. Armados hasta los dientes y recorriendo las calles en patrullas de infantería o en motos, estos improvisados guardianes del Islam, sin otro conocimiento religioso que unas torpes consignas aprendidas de memoria, se ocupan de que las mujeres no sólo lleven velo, sino también que se cubran las manos con guantes, aunque esto les impida desempeñarse en sus labores cotidianas. Las prohibiciones están a la orden del día y todas tienen que ver con los placeres más simples: no se puede cantar, ni jugar al fútbol o siquiera reírse. Y ni hablar de tener hijos por fuera del matrimonio, caso que se castiga con una muerte horrible, por lapidación.

En tiempos de ejecuciones del Estado Islámico, el tema de Timbuktu también debería calar hondo en los académicos de Hollywood, pero sucede que el estilo extremadamente sereno, elíptico, moroso de Sissako no parece a priori el más afín a los gustos de los votantes. Antes pueden llegar a preferir incluso la simpleza de Tangerines, del estonio Zaza Urushadze, una pequeña comedia dramática de clásico contenido antibélico.

¿Qué tiene Relatos salvajes a favor frente a sus otras cuatro rivales? El hecho de ser –tal como han repetido todas y cada una de las notas publicadas en Estados Unidos– un crowdpleaser. Una película concebida para gustar a todos los públicos, hecho probado no sólo en la Argentina, donde batió todos los récords de boletería, sino también en España, en Francia y allí donde la película se estrene. ¿Por qué no habría de repetirse el fenómeno entre los miembros de la Academia? El film de Szifron no ostentará las preocupaciones políticas de sus contrincantes, pero sus seis episodios giran sobre dos pivotes que son moneda corriente en Hollywood: venganza y violencia.

Ah, y como si todo esto fuera poco, también está lo que la publicación especializada Hollywood Reporter llama “el arma secreta” de Relatos salvajes: Pedro Almodóvar. Admirado y respetado como pocos en la comunidad cinematográfica estadounidense, ganador incluso de un Oscar (como guionista de Hable con ella, 2002), Almodóvar no escatimó su respaldo a Szifron, mucho más allá incluso de su rol de coproductor del film, a través de su compañía El Deseo S.A. Se fotografió con él, dio entrevistas, elogió profusamente a la película y a su director. En pocas palabras, puso el cuerpo. Esta noche habrá que ver si los socios de la Academia pusieron los votos.

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