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Miércoles, 25 de febrero de 2015
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Sebastián Schindel presenta su película El patrón: radiografía de un crimen

Una esclavitud sin candados ni cadenas

Inspirado en un caso real de explotación laboral, Schindel señala la importancia simbólica que tiene en su film el ámbito de una carnicería. “Como argentinos, mostrar que la carne está podrida es meterse con algo muy íntimo”, afirma.

Por Oscar Ranzani
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“Con la carne nadie se había metido antes. Es un marco visualmente muy rico”, dice Schindel.

A lo largo de los últimos quince años, Sebastián Schindel (1975) logró consolidar una trayectoria destacada como documentalista: en algunos casos como codirector y en otros como solista, este egresado de la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (Enerc) puso su firma en Mundo Alas, El rascacielos latino, Rerum Novarum, Que Sea Rock, Germán y Cuba Plástica. Mientras realizaba su primer documental, Rerum Novarum, Schindel leyó el libro El patrón: radiografía de un crimen, del prestigioso abogado y criminólogo Elías Neuman, fallecido en 2011. “El me hizo llegar el libro a través de mi padre. Lo leí y me pareció fascinante”, reconoce el cineasta en diálogo con Página/12. “Aparte era tan visual todo lo que contaba que era perfecto para hacer una película”, agrega. Y así fue: este jueves se estrenará la ópera prima en ficción de Schindel, que tiene el mismo título que el libro.

El texto de Neuman es una novela de no ficción y aborda básicamente las charlas que mantuvo con un carnicero acusado de asesinar a su patrón. Neuman fue el abogado defensor del carnicero. El caso real ocurrió en 1984. El film, inspirado en el libro, narra la historia de Hermógenes Saldívar (Joaquín Furriel, con una gran transformación física), un peón de campo santiagueño y analfabeto que, a poco de llegar a Buenos Aires con su mujer, Gladys (Mónica Lairana), consigue trabajo en una carnicería, cuyo dueño, Don Latuada (Luis Ziembrowski), es un personaje siniestro que engaña a los clientes disimulando químicamente la carne en mal estado y que, poco a poco, va mostrando su inescrupulosa manera de actuar y su violencia psicológica sobre sus empleados, a quienes insulta, presiona y humilla. Y Hermógenes no es la excepción. Pero a poco de empezar la película, se conoce el desenlace: Hermógenes asesina a su patrón. Desde entonces, el film se narra en dos ejes temporales paralelos: en presente, con el accionar del abogado defensor de Hermógenes (interpretado por Guillermo Pfening), y en pasado, el proceso que desembocó en el crimen. A pesar de conocer “el final”, el film logra por momentos un ritmo de thriller y se propone mostrar por qué este hombre actuó como actuó frente a un mafioso que lo explotaba y lo manipulaba.

“El personaje que interpreta Guillermo Pfening no tiene nada que ver con Elías Neuman”, aclara Schindel. “Elías ya era un penalista famoso e importante dentro del mundo de los abogados penalistas cuando sucedió esto. Era un tipo muy reconocido que solía tomar casos extremos de forma totalmente gratuita. No olvidemos que el verdadero Hermógenes (que no se llamaba así) era un indigente y no iba a poder pagarle.” En términos dramáticos, el realizador no quería mostrar al letrado como un héroe. “Era mejor mostrarlo como un abogado frívolo de clase media a quien le interesa sólo el dinero, que no tiene casos penales y que, de pronto, se ve tocado por este personaje. Pero no se parece en nada a Elías”, comenta Schindel.

–¿Qué mantuvo y qué modificó del texto?

–Fui muy fiel a la esencia de la historia, especialmente a la historia de Hermógenes. Y la película transcurre hoy y no en el año ’84. Pero sigue vigente porque yo investigué en carnicerías y todas esas prácticas que se ven se siguen cometiendo e incluso se han aggiornado. En esa época, no existían los juicios orales, eran todos escritos. Y es mucho más cinematográfico el juicio oral. Y en la historia real, Hermógenes vivió diecisiete años en la carnicería. Hasta tuvo dos hijos que nacieron y se criaron en la carnicería, con pánico hacia el patrón. En la película no se especifica, pero pasa alrededor de un año, año y medio.

–¿Su idea fue indagar en la esclavitud laboral y en la violencia psicológica que, a veces, tienen los jefes?

–Sí, totalmente. Y en estas relaciones de abuso de poder que uno ve cotidianamente. Este es un caso extremo, pero uno lo ve todos los días en cualquier jefe y su empleado o hasta en una pareja o en dos amigos que, quizás inconscientemente, uno tiene más poder que el otro. Hablo de personalidad, de estilo. Y lo que pasa entre Hermógenes y su patrón es que en este vínculo, a medida que Hermógenes cede, el patrón avanza cada vez más. Eso lleva a estas situaciones extremas. Y eso pasa en cualquier vínculo de poder aunque no sea patrón-peón.

–¿Cree que es un tema lo suficientemente actual más allá de la legislación vinculada con la problemática laboral?

–Absolutamente. Abrimos los diarios todos los días y, por un lado, lo que más sale son los casos de trata en prostitución tanto en la Argentina como en el mundo. Pero en la Argentina hay muchísimo, empezando por Marita Verón. Y también vemos talleres textiles con mano de obra esclava. Conservo un artículo de un diario que daba cuenta de la mano de obra esclava en una fábrica de muebles en el Gran Buenos Aires. Lamentablemente la esclavitud en el siglo XXI está más que vigente. Y no es algo exclusivo de la Argentina.

–¿Tiene que ver con el sistema?

–No sé con qué tiene que ver. Habría que hacer un análisis sociológico, pero creo que tiene que ver con infinitos factores. Yo investigué y leí mucho sobre el tema y es algo que, por ejemplo en Brasil, también se da muchísimo con trabajadores rurales, los llamados “trabajadores golondrina”. Acá se da más con la situación del peón que nace y muere bajo las órdenes del mismo patrón. En Brasil, a los trabajadores golondrina los llevan de una punta a la otra del país y, cuando llegan a otro lado, resulta que deben el viaje, la comida, etcétera y, entonces, quedan endeudados y tienen que trabajar varias temporadas para poder pagar esas deudas. Al final, es el empleado el que le debe al empleador. Invierten los roles.

–¿Las relaciones de poder son de por sí conflictivas o el que usted aborda es un caso extremo?

–No, siempre son conflictivas, pero hay conflictos con los que uno puede lidiar y hay otros con los que no. Desde ya, Hermógenes resolvió el conflicto de la peor manera posible. Es la historia que contamos en este caso. Hubiera sido bueno que lo hubiera podido resolver. La pregunta que uno se puede hacer al ver la película es: ¿y por qué no se fue de la carnicería? Pero la esclavitud moderna no tiene candados ni cadenas. Son trampas, presiones, un encierro psicológico y también cultural, porque Hermógenes no sabe cuáles son sus derechos, qué le corresponde y qué no.

–Y está el miedo a perder lo poco que tiene, ¿no?

–Claro, el espectador va viendo en la primera media hora de la película cómo el patrón lo va explotando, pero Hermógenes siente que está progresando, que le dieron un ascenso, casa propia, que ahora le dieron más responsabilidades y que se va ganando la confianza de su jefe. Y el espectador, que tiene otro nivel cultural que Hermógenes, ve que, en realidad, lo están cagando.

–¿El submundo oscuro de las carnicerías que muestra la película es tan real como usted lo muestra?

–Absolutamente. No voy a decir que todas las carnicerías son así porque están las que trabajan bien y hay otras que trabajan mal, como en todos los rubros. Así como hay abogados buenos y abogados inescrupulosos y deshonestos, como en cualquier otro rubro profesional o del comercio. Pero todas las prácticas que yo pongo y muestro en la película son cosas que he visto en carnicerías reales. Quiero aclarar que también hay diferentes grados. Uno puede hacer determinadas cosas con cierto grado. El sulfito es un producto que, si uno tiene la autorización de la autoridad correspondiente, puede utilizar, pero en determinadas cantidades. Para preparar elaborados como, por ejemplo, un chorizo, uno necesita una habilitación especial. Por eso digo que hay grados.

–Las tomas de las manos cortando la carne funcionan como una metáfora del crimen y las de la picadora de carne, como una metáfora de la explotación laboral?

–Sí, totalmente. Que esta historia de dominación se dé en el marco de una carnicería es perfecto. Uno de nuestros grandes orgullos como argentinos es el asado y nos mandamos la parte de nuestra carne, de nuestros asados. Y mostrar que la carne está podrida es meterse con algo muy íntimo. El otro gran orgullo es el fútbol, pero del fútbol no tenemos ninguna duda de que está todo corrompido. Con la carne nadie se había metido antes. Entonces, es un marco perfecto y visualmente muy rico.

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