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Jueves, 9 de abril de 2015
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La Bella y la Bestia, coproducción dirigida por Christophe Gans

Una versión que sólo agrega efectos especiales

Por Diego Brodersen
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Léa Seydoux se encarga de ponerle curvas a la nueva Belle.

Con un presupuesto importante para los parámetros del cine no hollywoodense y un trío protagónico de alto impacto en el mercado europeo (el film es una coproducción francoalemana), la inmortal historia del príncipe hechizado y la hermosa joven que se transforma en su cautiva vuelve, una vez más, a las pantallas de cine. No es la primera vez que La Bella y la Bestia, el cuento de hadas de origen anónimo que ha tenido varias versiones literarias (las más famosas fueron firmadas por Gabrielle-Suzanne de Villeneuve en 1740 y por Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, algunos años más tarde) es trasladado al medio cinematográfico de manera más o menos literal. Dejando de lado las decenas de relatos que en forma escrita o audiovisual han tomado como referencia algunos de sus temas centrales –de las novelas Nuestra Señora de París o El fantasma de la ópera a King Kong, por nombrar apenas tres ejemplos–, para los cinéfilos la adaptación definitiva sigue siendo la de Jean Cocteau de 1946, mientras que para el público en general ese podio lo ocupa ostensiblemente la versión animada de Disney de 1991.

Ni Cocteau ni Disney, afortunadamente sin canciones y con apenas un baile minimalista, para recrear a esta nueva pareja despareja el realizador Christophe Gans (director de la hoy algo olvidada Pacto de lobos) y su coguionista Sandra VoAnh volvieron a las fuentes de la versión de Beaumont, aunque tomándose varias libertades a la hora de eliminar o añadir vericuetos de la trama y algunos personajes secundarios. El inoxidable Vincent Cassel como el príncipe transformado en monstruo leonino, la bella (valga la redundancia) Léa Seydoux como Belle y el veterano de infinitas batallas André Dussollier como su padre –a quienes se suma el español Eduardo Noriega como Perducas, villano creado para la ocasión– hacen lo que pueden con el exceso de guardarropía y la ostentación digital de habitaciones, escenarios naturales y seres enormes y pequeños que pululan en el castillo de la Bestia. En otras palabras, intentan no ser absorbidos por el superávit de bits que los rodean y que amenazan con anular cualquier atisbo de emoción genuina que pueda surgir aquí o allá.

No se trata de ser purista ni mucho menos, pero el agregado de batallas entre humanos y gigantes de piedra o los perritos bizarros que acechan cariñosamente a la Bella parecen surgir no tanto de una necesidad creativa como de un brainstorming de accionistas preocupados por la aceptación del público infanto-juvenil contemporáneo. Sin ser horripilante (aunque ello puede depender en parte de la tolerancia al diseño de arte rococó y los colores chillones), La Bella y la Bestia versión 2014 está aquejada por una literalidad que elimina de raíz todas las capas metafóricas de la historia original. Incluso el subtexto ecológico injertado a presión está ahí, a la vista de todos, para que nadie pueda malinterpretarlo o pasarlo por alto. La trama avanza, es cierto, a velocidad crucero, y se agradece. Pero el automatismo en la sucesión de aconteceres y diálogos y la impresión de que las emociones han sido encapsuladas para un consumo veloz y pasajero no ayudan, precisamente, a elevar el relato por encima de un diseño visual que primero acapara y luego empalaga la vista.

4-LA BELLA Y LA BESTIA

(La belle et la bête; Francia/Alemania, 2014)

Dirección: Christophe Gans.

Guión: Sandra VoAnh y Christophe Gans.

Fotografía: Christophe Beaucarne.

Montaje: Sébastien Prangère.

Música: Pierre Adenot.

Duración: 112 minutos.

Intérpretes: Vincent Cassel, Léa Seydoux, André Dussollier, Eduardo Noriega, Myriam Charleins, Audrey Lamy.

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