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Jueves, 9 de abril de 2015
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Christoph Behl habla de su película El desierto

“Una atmósfera de opresión”

Eso es lo que buscaba este alemán radicado en Argentina para su primer largo de ficción, donde reconoce que utiliza a los zombies como excusa. “Me interesaban más los personajes, cómo habían caído en ese lugar”, explica Behl.

Por Andrés Valenzuela
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“El zombie es la construcción de un otro”, elabora simbólicamente Christoph Behl.

¿Se puede hacer una película de zombies que sea minimalista? ¿O el zombie no es acaso la horda, la multitud que avanza? La respuesta, en principio, es El desierto, del director Christoph Behl, que se estrena hoy y que gira en torno de la relación (y supervivencia) de tres jóvenes en un mundo de muertos vivientes. “Empezó como una película más rápida, de acción, para un concurso de cine de género con tres personajes, hace más de diez años”, recuerda Behl, un alemán largamente radicado en Argentina. “Por suerte no gané, porque después ya no quería hacer una de zombies, me interesaban más los personajes, cómo habían caído en ese lugar.”

En El desierto –primer largo de ficción del director, que antes experimentó en el documental– los zombies son un pretexto. Hay dos muchachos y una chica encerrados en una casa, con esporádicas salidas al exterior a buscar nuevos recursos. Las reglas internas, sus relaciones y las esporádicas apariciones del exterior, que jamás llega a verse, tensan la película. “Necesitaba una atmósfera de opresión”, destaca Behl, quien señala que el único zombie que aparece, capturado por los varones del grupo, es “un personaje central”.

“Ese zombie es, en primer lugar, el futuro de ellos, y luego funciona como elemento narrativo que rompe con todo: ellos tres llevan años ahí dentro, aparece este y es el principio del fin, la catarsis final, con su aparición liberan un montón de tensiones”, reflexiona Behl. Al zombie lo pintarrajean, le hablan y lo fajan, como si fuese un saco de boxeo. Y el muerto viviente ahí, parado, sacudiéndose y gruñendo. Lo bautizan y lo apodan hasta que aparecen sus documentos. Ahí el director pone en escena la cuestión de la identidad. “Necesitaba al zombie para que los personajes lo torturaran, ponerlos en esa situación moralmente delicada, ¿se puede o no?”, plantea. “Supuestamente no siente, entonces no hay implicancia ética o moral, pero en cuanto surge su identidad, ponés en duda esa cuestión.” Para trabajar estos pasajes de la película, Behl siguió el caso de las torturas de los soldados estadounidenses a sus prisioneros en la cárcel de Abu Ghraib, y en particular de Lynndie England, la única soldado mujer del pelotón, emblema del horror de ese centro de detención en Irak.

“Leí todas sus declaraciones y las de los otros soldados y ahí tuvo mucho que ver la construcción del otro, y el zombie también es eso: la construcción de un otro”, considera Behl. “En el caso de Abu Ghraib, además, aunque también hubo torturas desde el Estado norteamericano para conseguir información, ésta en particular tuvo que ver con la construcción del otro y el aburrimiento de los soldados, encerrados –porque también vivían ahí– y haciendo su catarsis.”

La película abunda en un mecanismo narrativo especial: los personajes se graban a sí mismos en “el consultorio”, un espacio en el que se confiesan y descargan, en privacidad. Eso, al menos, al comienzo. Pero luego se convierte también en un mecanismo subrepticio de comunicación entre dos personajes y se establece una tensión adicional, mientras las relaciones empiezan a llevarse en dos carriles paralelos. “Me gusta como recurso, aunque permite una observación muy simple que es que nos comportamos muy distinto a través de los dispositivos que en la vida real”, afirma Behl. “Era interesante jugar con personajes que se podían hablar a través del medio, pero no directamente, y cuando sucede eso entre cuerpos que no hablan, todo es mucho más intenso.” Narrativamente, opina el propio director, hay allí rastros de la ya clásica Sexo, mentiras y video (1989). “Además, me gusta la imagen que propone, porque esos pasajes los filmamos posta así, no es un efecto, sino que los filmamos en casete.”

Sobre el proceso de trabajo, Behl explica que su formación como documentalista lo lleva a “buscar los planos que necesito, pero no más”. Aunque hubo mucho ensayo y libertades con el guión, dice, los actores (Victoria Almeida, Lautaro Delgado y William Prociuk) tenían libertad para improvisar y cambiar cosas. Por su actuación, Almeida ganó el premio a Mejor Actriz en la última edición del festival Buenos Aires Rojo Sangre, dedicado al cine de género. Además, el film no juzga a los personajes, pese a que los muestra en situaciones delicadas. “No sé si eso es por la cámara o por el guión, pero no quería que ningún personaje fuese más querido que los otros”, reflexiona Behl. “Debe haber también algo en cómo está filmada la película, porque usé el mismo lente y eso genera un ambiente más denso y evidencia menos el cine.”

Volviendo al comienzo, ¿se puede hacer una película de zombies minimalista, casi sin zombies? En El desierto hay una respuesta posible y también una reivindicación de la criatura por parte de su director. “Me gusta el zombie como figura, pero siento que fue muy bastardeado en los últimos años”, lamenta.

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