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Domingo, 19 de abril de 2015
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CRONICA SOBRE LAS PARTICULARIDADES DEL BEIJING INTERNATIONAL FILM FESTIVAL

La sociedad china del espectáculo

Con un show de apertura que tuvo de todo menos una película, y que contó con el insólito padrinazgo de Arnold Schwarzenegger, el festival de la capital de la República Popular China se perfila a la vez como mercado y ventana al mundo.

Por Luciano Monteagudo

Desde Beijing

Maraviglioso Boccaccio, de los hermanos Paolo y Vittorio Taviani, estreno mundial en Beijing.

“Hacerse rico es glorioso” fue la consigna que impuso el líder de la República Popular China Deng Xiaoping, hacia 1984, y que dio paso a la apertura del gigante asiático a la economía capitalista, en una difícil pero redituable armonía con la continuidad del régimen comunista. Para un recién llegado, ese viejo lema hoy parece más vivo que nunca y tiene su reflejo más evidente en el Beijing International Film Festival, cuya quinta edición comenzó el jueves pasado, con una ceremonia de inauguración de unas dimensiones propias casi de los Juegos Olímpicos, más una significativa presencia de figuras de Hollywood. Empezando nada menos que por Arnold Schwarzenegger, que funcionó a la manera de un extraño padrino del evento.

Fue tal el despliegue del show preparado por el festival para su lanzamiento que hubo de todo –canciones, danzas, acrobacias y, por supuesto, discursos– menos una película de apertura, como se estila en todos los festivales del mundo. El espectáculo tuvo lugar a casi dos horas de auto desde la capital, en un flamante y gigantesco centro de convenciones al borde del lago Yanqi, en la montañosa región de Huoroi, donde la cadena Kempinski ya levantó un hotel cinco estrellas de diseño ultramoderno, similar a una enorme rueda que parece a punto de desplazarse por el paisaje, y que da la impresión de ser apenas el comienzo de un emprendimiento inmobiliario y turístico mucho mayor. No parece casual que los estudios del China Film Group estén también por allí muy cerca, donde bajo las órdenes de Zhang Yimou (el otrora director disidente de la Quinta Generación, autor de Sorgo rojo y Esposas y concubinas) se está filmando La gran muralla, una superproducción con Matt Damon y Willem Dafoe al frente del elenco.

Cinco pantallas gigantes y un techo rebatible sobre los cuales se proyectaban distintos efectos de video mapping hicieron de esa escenografía incorpórea una suerte de bizarra pesadilla en 3D, en la cual convivían tanto canciones pop chinas, coreografías a la manera del coreano Gangnam-style, un par de números de la tradicional Opera de Pekín y hasta la clásica estética folklórica del período maoísta, con decenas de niños vestidos como campesinos bailando y repartiendo flores a las personalidades destacadas del extranjero. “Siempre admiré la capacidad de este país de hacer las cosas en grande”, lisonjeó Terminator a los anfitriones en su discurso. “Vine aquí por primera vez hace más de treinta años, para promocionar Conan el bárbaro, y me di cuenta del potencial de China, al que volví tantas veces, incluso como gobernador de California, acompañando a una delegación de empresarios que hicieron excelentes negocios. Y ahora les digo –levantó la voz, con su imagen multiplicada por las pantallas y el rostro bronceado color zanahoria– que en un par de meses más estaré por aquí nuevamente para el lanzamiento de Terminator 5.” Y amenazó con su voz cavernosa, casi en un grito ronco: “I’ll be back”.

Recorriendo las calles de Beijing, internándose en los laberínticos pasadizos llamados hutong, donde los vecinos juegan tranquilamente en las puertas de sus casas a las damas o al xianqi (ajedrez chino), o en la histórica plaza de Tiananmen, presidida por el enorme retrato de Mao Tse-tung, donde decenas de miles de chinos del interior profundo del país llegan diariamente para visitar con orgullo la Ciudad Prohibida, que se yergue incólume allí desde hace seis siglos, el visitante extranjero se pregunta cómo es posible que convivan ambos mundos, una sociedad del espectáculo que ni siquiera Guy Debord alcanzó a imaginar en semejante dimensión y una cultura milenaria que da la impresión de resistir atávicamente, por puro acto de presencia.

El gran cineasta italiano Paolo Taviani trajo personalmente a Beijing, en estreno mundial, su nueva película Maraviglioso Boccaccio, realizada como siempre junto a su hermano Vittorio (“Yo soy apenas medio realizador”, dijo humildemente). Y como veterano simpatizante del comunismo que siempre fue, agradeció estar en China y recordó “la Larga Marcha con la que el pueblo chino tomó el destino en sus manos”. Nadie en el inmenso auditorio pareció tomar demasiada nota de sus palabras, por lo menos no tanto como cuando habló el director general de la prensa, el cine y la radio televisión estatal, Cai Fuchao, quien informó de un alza del 36 por ciento en la taquilla local respecto del año anterior, equivalente a la friolera de 6500 millones de dólares, de los cuales un 54 por ciento fue para producciones locales. Según estas cifras queda entonces un 46 por ciento de este vastísimo mercado para producciones extranjeras, detrás del cual todos tienen puestos sus ojos, empezando por Hollywood. No por nada también estuvieron en la inauguración del BIFF los directores de dos masivos éxitos de público en China, Rob Minkoff por El rey león y Darren Aronofsky por El cisne negro, más el director y productor Luc Besson, el más hollywoodense de los cineastas franceses, que llegó como presidente del jurado oficial del festival.

En una escala más modesta, también hubo presencia argentina: por un lado, la presidenta del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, Lucrecia Cardoso, llegó para iniciar diálogos tendientes a un convenio de coproducción entre ambos países, mientras que Matías Mosteirín (coproductor de Relatos salvajes) vino a explorar las posibilidades de un mercado que, aunque difíciles, parecen inmensas. En especial, si China está dispuesta a morigerar su cuota de pantalla y a flexibilizar la censura, algo que ya se puede percibir en la programación del festival, que incluye una variada oferta de cine mundial, empezando por el Decamerón –muy pudoroso, es cierto, al menos en comparación con el de Pasolini– de los hermanos Taviani que recién un día después del fastuoso show de apertura funcionó como puntapié inicial propiamente cinematográfico.

El film de los Taviani, como todos los de la competencia oficial, está en Beijing gracias a Marco Müller, que supo dirigir los festivales de Rotterdam, Locarno, Venecia y Roma y que ahora –gracias a su perfecto dominio del mandarín– tiene a su cargo la tarea de jerarquizar el concurso internacional. La lista no es extensa pero sí prometedora e incluye, entre otros, el estreno mundial de Love & Peace, la nueva película del gran director japonés Sion Sono, un favorito para los habitués de Mar del Plata y el Bafici.

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