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Jueves, 24 de agosto de 2006
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EL ACTOR VIGGO MORTENSEN, EL DIRECTOR AGUSTIN DIAZ YANES Y LA VERSION FILMICA DE “ALATRISTE”

“Esta película es más que una aventura”

Para llevar a la pantalla al personaje de Arturo Pérez-Reverte, el director español contó con un presupuesto millonario y la entusiasta participación del estadounidense/ argentino que protagonizó El señor de los anillos. Y el dúo encuentra más de un vínculo con la historia presente.

Por Rocio Garcia *
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“En EE.UU. me preguntaron cómo iba a hacer esto. Yo contesté que el guión era lo mejor que había leído.”

Más de 10.000 trajes y extras, 97 locaciones, 24 millones de presupuesto y una estrella como Vi-ggo Mortensen. Después de páginas y páginas de aventura, el personaje de Arturo Pérez-Reverte tomará los cines el 1º de septiembre: es Alatriste, un fresco del Siglo de Oro pintado con pasión por el director Agustín Díaz Yanes. “Me gustó mucho el guión, y si de verdad quieres que haga yo este personaje, y resulta que se puede, sería un honor para mí, me gustaría”: así de sencilla y contundente fue la respuesta que le dio Mortensen a Díaz Yanes cuando le propuso encarnar a Alatriste, el soldado del convulso siglo XVII español creado por Pérez-Reverte. Se conocieron en diciembre de 2003 en un hotel en Berlín, donde Mortensen promocionaba la tercera parte de El señor de los anillos. “La primera vez que lo vi salía descalzo de una habitación en la que había puesto una toalla en la puerta para que no se cerrara. Viggo abrió una botella de vino, empezamos a hablar, nos llevó al estreno de El señor de los anillos, salimos a cenar y volvimos a la habitación. Así hasta las seis de la mañana. Nos trató como Dios, nos reímos como Dios, y a partir de ahí fueron todo facilidades”, recuerda Díaz Yanes en otra habitación de hotel, ahora en Madrid.

El viaje arrancaba con posibilidades. El realizador de Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto y Sin noticias de Dios llegó a Berlín sabiendo que Mortensen había leído el guión y lo quería hacer, pero conociendo las presiones que iba a tener una estrella del cine para aceptar un papel en una película española. “Un señor que acaba de terminar El señor de los anillos, ¿se va a venir a trabajar con un director español sobre un espadachín del Siglo de Oro español...? Sus agentes, sus amigos le quitarían esa idea suicida de la cabeza. Regresé a Madrid con la confianza de que la iba a hacer, pero con el reparo de que al llegar a EE.UU. le dijeran que estaba loco. A los dos meses aceptó. Sé que tuvo presiones para que no la aceptara. No lo querrá contar, pero así es”, añade Díaz Yanes.

Mortensen lo cuenta, pero sin ahondar demasiado. Descalzo, tomando mate, fumando cigarrillos que él mismo se lía y con un castellano suave y ronco, el actor neoyorquino, que vivió nueve años de niño en Argentina, aclara: “Alguna gente se extrañó. En EE.UU. me preguntaron cómo iba a hacer esto. Yo contesté que el guión era buenísimo, lo mejor que había leído; que no sólo me gustaba el cuento de Alatriste, sino también la época. Es un proyecto valioso, un personaje interesante, un período histórico desconocido fuera del mundo académico. Me interesaron los paralelismos que tiene con el presente del imperio mundial de EE.UU. La decadencia actual del imperio americano es muy parecida a la que se vivió en el imperio español en el siglo XVII. La deuda internacional que tenemos, el desgaste de vidas y recursos; tenemos tropas, y fortalezas, y gastos militares imposibles, estamos en tierras extrañas pobladas por gentes extrañas, donde nos temen y nos odian y jamás nos darán tregua, igual que dice Alatriste en la película en respuesta al conde-duque de Olivares. Si este cuento fuera contemporáneo, Alatriste sería un sargento norteamericano veterano que estuvo en Irak en 1991, que estuvo en Panamá y en la guerra sucia de Centroamérica, y que, aunque sabe que es inútil invadir la ciudad iraquí de Faluja, lo hace. No hay un propósito fijo, sino pérdida de vidas, y de oro, y de reputación.”

La película, con guión de Díaz Yanes a partir de las cinco novelas de Pérez-Reverte, muestra a un Alatriste que esconde un corazón oscuro, un soldado y asesino a sueldo del Siglo de Oro español, un hombre de mirada desafiante y tierna a la vez. “La imagen rigurosa de un héroe cansado”, como describió Pérez-Reverte. El film se adentra en la historia de este valeroso soldado que, después de combatir en la España imperial del sigloXVII en una guerra en las frías tierras de Flandes, regresa a Madrid y se encuentra con un imperio moribundo. La misma España en la que Quevedo y Góngora escriben sus versos, Velázquez pinta sus cuadros y Lope de Vega estrena sus comedias, se desmorona ante la impasibilidad del rey Felipe IV, en una corte dominada por las intrigas y la corrupción, manejada a su antojo por el conde-duque de Olivares apoyado por la Santa Inquisición.

La gloria y la decadencia, la grandiosidad y la intimidad: Alatriste es una película llena de contrastes. Junto a las grandes batallas, miles de extras, escenas de espadas, desembarcos, está la intimidad del amor, de la amistad, de las cosas pequeñas, del sufrimiento de los más míseros. Alatriste, con una producción digna de los más grandes estudios de Hollywood, no se detiene sólo en la aventura, indaga también en la pobreza de la gente del XVII en España; entra en la vida de un soldado y cuenta la gloria y la decadencia de España, la del poder y la del pueblo.

Si algo tenía claro desde un principio Díaz Yanes era que la película debía rodarse en español y con una gran estrella. En otro caso no hubiera aceptado el proyecto. Por su formación de historiador se encontró ante la oportunidad de su vida. Cine e historia juntos; el director tenía, además, la posibilidad de enfrentarse al siglo que más le gusta, el XVII, y realizar una película histórica, por las que siente pasión. “Era una oportunidad que sólo puedes rechazar si las condiciones de trabajo no son las adecuadas, si no tienes el dinero o no consigues a los actores. Si no, es imposible decir que no”, explica. Esas dos circunstancias (el español y la gran estrella) se unían en un casi único nombre: Viggo Mortensen. “Reunía las condiciones perfectas. Siempre pensé que el personaje de Alatriste lo tenía que hacer una estrella. El cine es así. Adoro a los actores, pero no creo que se pueda hacer El Padrino sin Marlon Brando o El francotirador sin Robert de Niro. Son estrellas porque llevan detrás suyo proyectos gigantescos que sacan adelante. Sabía que necesitábamos un gran actor, pero que al mismo tiempo fuera una estrella.”

Poetas, pintores, escritores. Quevedo, Lope de Vega, las pinturas de Velázquez. El XVII es el gran siglo cultural español, la única vez en la que España fue la gran potencia mundial. Es el siglo del barroco. Un siglo de guerras y enfrentamientos. Un pueblo, el español, religioso y loco, con muchos contrastes de pensamiento, con genios que hacían cosas que no se hacían en ninguna parte del mundo, pero al mismo tiempo aislado. “Es un siglo conmovedor”, dice Díaz Yanes. “Desde lo cinematográfico es fantástico; sólo tiene un defecto, que creo que hemos solventado, y es que es muy feo. No es el XVIII francés ni el XIX italiano. El XVII en España era oscuro y pobre”, añade el director.

A todos ellos, a Quevedo, a Velázquez y a muchos más, se acercó Mortensen con devoción. Visitó el Museo del Prado una y otra vez. “Me quería asegurar no solamente de cómo era la ropa; cómo llevaban el pelo, los bigotes, las armas, las posturas. Son detalles que no vi sólo en Velázquez, también en otros pintores”, explica el actor. También, y siguiendo su costumbre de preparar a fondo sus personajes, Mortensen quiso saberlo todo del soldado Alatriste. “Después de leer el guión, siempre quiero saber lo que no está escrito, y empiezo con el lugar donde nació el personaje, dónde y cómo se crió, cómo era su familia, cómo era geográficamente la zona de su infancia, cómo era su vida.” Y todo esto le llevó a Castilla, la zona donde Pérez-Reverte sitúa a Alatriste. “Lo llamé y le dije que me iba a pasear por esa zona. Viajé por Valladolid y Salamanca, donde dicen que se habla el castellano más parecido al del Siglo de Oro. Llegué a León, alquilé un coche y empecé a moverme. En la montaña, en unos pueblos pegados a la frontera con Asturias, entré en un bar y parecía un saloon de un western. Cuando entré, toda la gente se calló porque yo era un extraño. Aunque yo me parecía a ellos –la mitad del pueblo eran rubios y de ojos claros–, nadie me dirigió la palabra. Me tomé un café y me quedé un rato porque fuera estaba nevando y hacía frío. Me fui, pero seguí pensando en ese sitio, en ese pueblo, en esas personas. Volví una segunda vez y, sin preguntarme nada, me pusieron lo mismo que había tomado la vez anterior. En esa ocasión me hablaron. En mi tercera visita, ya era un amigo. Su forma de ser, de hablar, el tono seco, esa forma de ser tan escueta..., me pareció que había llegado al lugar donde se había criado Alatriste. Llamé a Pérez-Reverte y le dije que había sido en León donde había encontrado el lugar de nacimiento de Alatriste. ‘¿Puede ser?’, le pregunté. ‘Bien puede ser de ahí’, me respondió. Volví muchas veces durante la preparación de la película a ese valle, a esa zona del norte de León, en las montañas, y cada vez que volvía, más me daba cuenta de que mi elección había sido la correcta.”

Después de dos films íntimos, Díaz Yanes se enfrentó a la aventura de la superproducción. “Antes de empezar a rodar dije que esta película iba ser mi gran aventura, y así fue. El cine siempre es una aventura, independientemente del presupuesto y de que salga bien o mal; pero ésta fue una aventura muy agradable, en la que me lo pasé francamente bien, en el sentido de que me sentí director de cine, de que las cosas salieron como pensaba.” El cine siempre mira al cine: así lo cree Díaz Yanes, que a la hora de enfrentarse a una nueva producción, sea cual fuere, ve muchas películas. Para Alatriste realizó una selección en tres aspectos: el técnico (“Vi todas las grandes batallas del cine más o menos modernas, desde Barry Lyndon hasta Corazón valiente o El último samurai”), el personal (“Vi muchas veces El francotirador, de Cimino, para empaparme de las emociones; mucho cine de época bueno, como La edad de la inocencia, de Scorsese; hice ver a todo el mundo El gatopardo, de Visconti, y como siempre volví a El Padrino”) y el más concreto de la pobreza para retratar la miseria del pueblo español (“Regresé al neorrealismo italiano; volví a ver mucho Rossellini, Giulano, mucho blanco y negro de pobres”).

Todo ese esfuerzo para construir la figura de un héroe inesperado. Un héroe que tendrá ya para siempre el rostro de Mortensen. Desafiante y tierno. Grandes ojos azules y mirada orgullosa. Como dice el propio Viggo, la heroicidad está en las cosas pequeñas. “Un héroe no tiene por qué ser un líder político, o un deportista, o un famoso, tampoco un soldado. Una persona heroica es alguien que se porta bien, que trata bien a los demás cuando le van mal las cosas. Alatriste y sus compañeros son gente de mucho aguante. Este no sólo es un cuento de aventuras, es un cuento complicado y difícil al que hay que prestar atención. Todos los personajes son complicados. Es el cine que a mí me interesa hacer y ver. El que espere sólo un cuento de aventuras como Los tres mosqueteros se va a sorprender. Es mucho más que una aventura, da mucho que pensar. Es una historia triste y difícil. Un cuento que tiene honra, que provoca sentimiento y conmueve.”

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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