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Sábado, 8 de agosto de 2015
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MARIPOSA, NUEVO FILM DEL CINEASTA MARCO BERGER

Líneas temporales que se cruzan

Sin abandonar el tratamiento realista y algo crudo que lo caracteriza, el realizador de Hawai echa mano aquí a una idea afín a la ciencia ficción: la de los tiempos paralelos. En este caso conduce a una indiferenciación de las líneas narrativas.

Por Horacio Bernades
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Mariposa ganó el premio Sebastiane al mejor film de temática Lgbtiq.

Con la excepción de Ausente (2011), que desarrollaba una ficción de carácter más conspirativo, las restantes películas de Marco Berger hasta la fecha (Plan B, 2009; Hawai, 2013; Mariposa ahora) narran una misma situación: el deseo sexual larvado entre dos hombres jóvenes, que tras infinidad de rodeos finalmente se concreta. Sin abandonar el tratamiento realista y algo crudo que lo caracteriza, en Mariposa este realizador porteño echa mano a una idea afín a la ciencia ficción: la de los tiempos paralelos. En la escena inicial, una chica abandona a su bebé junto a un camino o se arrepiente y no lo abandona, según sea la opción. Las novedades que presenta el opus 4 de Berger son dos: la multiplicación casi al infinito de aquella situación básica y el surgimiento de una relación heterosexual, entre un joven y su hermana. O su hermana postiza. O no.

La chica es Romina (Ailín Salas, de presencia siempre magnética), aquélla a la que su madre abandonó (o no) de bebé. El presente del relato hace foco en ella cuando tiene unos veinte años. En la opción 1 (madre abandona), Romina es hallada de bebé por los padres de Germán (Javier De Pietro, en su tercera aparición en films del autor), que pasa a ser, así, su hermano adoptivo. Tiene una amiga llamada Mariela (Malena Villa) y un novio llamado Bruno (Julián Infantino). En la opción 2 (madre no abandona), Germán es su hermano, Mariela sigue siendo su amiga y Bruno su novio. En una de las opciones, Mariela es morocha y de cabello ensortijado. En la otra, teñida de rubio, como para facilitar la diferenciación entre ambas de parte del espectador. Sin embargo, si algo sucede de allí en más es de una progresiva indiferenciación de las líneas narrativas, que se ensortijan y se mezclan.

En lugar de la variabilidad del destino, que es a lo que suelen referir las historias de tiempos paralelos, de lo que parecería hablar Mariposa –exhibida en la sección Panorama del Festival de Berlín, en el reciente Asterisco y de próxima presentación en San Sebastián, donde ganó el premio Sebastiane al mejor film de temática Lgbtiq– es de una suerte de enloquecimiento de la lógica, producto del cual las líneas temporales se cruzan entre sí. Lo que también se cruza, con insistencia, son las miradas, probables protagonistas de un cine que, en Mariposa, se hace más voyeurista que nunca. Mariela mira a Bruno, que mira a Germán, que mira a Romina. Esto multiplicado ya no por dos sino a la enésima potencia, dada la tendencia a proliferar y unificarse que tienen aquí los distintos planos narrativos. Como esos planos tienden a indiferenciarse indefinidamente, el riesgo que se corre es que llegue un punto en que lo único que se genere sea indiferencia.

Con la excepción de Ausente, Berger suele desentenderse de la construcción de climas, prefiriendo abocarse a la materialidad del deseo. La materialidad del fetiche, más precisamente. Si hay un plano reiterado en todas sus películas, es uno en el que la cámara muestra, en plano detalle, el bulto de alguno de los protagonistas masculinos. Aquí, en la medida en que se multiplican los dúos, se multiplican también los bultos, con gran cantidad de escenas en las que alguno de los varones se pone o se saca el short (siempre hay shorts en las películas de Berger), se lo presta al otro o se lo acaricia (el short) con alguna excusa. En las dos relaciones heterosexuales (las que ambas Rominas sostienen con ambos Germanes) es el desvestirse de ella –de aire tan falsamente “casual” como cuando los varones exhiben sus prominencias– el que promueve el ratoneo. Un ratoneo curiosamente deserotizado, en tanto no es producto de la construcción de una atmósfera, sino de un plano brusco y directo, en el que el jueguito sobreviene de golpe.

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