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Jueves, 10 de septiembre de 2015
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FRANCISCO. EL PADRE JORGE, DE BEDA DOCAMPO FEIJOO

Un pontífice hecho de cartón

Por Ezequiel Boetti
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Una película es un espejo de su tiempo, y Francisco. El Padre Jorge no es la excepción. Segundo exponente cinematográfico de la Papamanía después del documental Francisco de Buenos Aires, de Miguel Rodríguez Arias, y antes de Call me Francesco, del italiano Daniele Luchetti y con Rodrigo de la Serna y el chileno Sergio Hernández (Gloria) como intérpretes del Sumo Pontífice, el film del español Beda Docampo Feijóo arranca con un “tour papal” guiado por el personaje de Leticia Brédice, inaugurando una larga nómina de actores y actrices de renombre en plan bolo. Claro que ese recorrido eclesiástico prescinde de imágenes de los ámbitos marginales donde Bergoglio (Darío Grandinetti) supuestamente se desenvolvió durante su trayectoria para, en cambio, optar por otras de lugares porteños turísticos (del Obelisco a Caminito, del Puente Avellaneda a la Catedral), siempre musicalizadas al ritmo de “Balada para un loco”, de Astor Piazzolla. La vida del cura oriundo del barrio de Flores, entonces, como entidad falsa, lavadita, aséptica, estanca, museística y predeterminada. Lo mismo que la película toda.

Basada en el libro Francisco. Vida y Revolución, de la periodista Elisabetta Piqué, y filmada con todos los vicios del barroquismo de los ’80, incluido el de los inexplicables fundidos a negro, Francisco. El Padre Jorge apela a esa norma tácita de las biopics que pregona el uso de saltos temporales (el relato va y viene entre la actualidad y los ’50, ’70 y ’00) con el fin de mostrar los momentos trascendentales de la vida del protagonista de turno. El problema de esto es, como en nueve de cada diez casos, una narración que avanza por acumulación de escenas antes que por progresión dramatúrgica. Sin embargo, aquí hay algo aún peor, y es el esmero de Feijóo por desechar cualquier elección que se asemeje a una sutileza. El carácter obvio, machacón y subrayado es tanto narrativo como ideológico. Así, por ejemplo, el tour se detiene en la iglesia de San José de Flores, en cuyo confesionario Francisco “descubrió su vocación”, tal como dice la guía, justo antes de que el film muestre a un Bergoglio adolescente confesándose con el párroco y, claro, “descubriendo su vocación”.

Para lo segundo basta ver el fragmento donde, en plena dictadura, clama por la aparición de un par de camaradas jesuitas ante un militar que, como no podía ser de otra forma en un film donde todo es funcional a la construcción hagiográfica, es más malo que un villano de James Bond. El realizador español está menos preocupado por la comprensión de las aristas de su personaje que por reflejar un posicionamiento ideológico ante cada uno de los conflictos sociales, políticos y eclesiásticos de interés masivo del último medio siglo. Posicionamientos que no van más allá de la preocupación estoica por los pobres, la violencia, la corrupción, las drogas y, last but not least, el aborto. O, mejor dicho, por la concesión del perdón a las mujeres que se lo practicaron. De 2015, entonces, apenas el año de producción.

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