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Miércoles, 23 de septiembre de 2015
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Ricardo Darín habla de su protagónico en Truman

“A veces, la muerte puede ser una especie de bálsamo”

Dirigido por el catalán Cesc Gay, el actor más popular del cine argentino interpreta ahora a un enfermo terminal. “Pero con humor, porque la película desacraliza la muerte y no está intoxicada de cargas religiosas ni de culpas”, dice Darín.

Por Oscar Ranzani
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“Me gustaron los diálogos, que no tuvieran golpes bajos y que la película fluyera a través del humor”, dice Darín de Truman.

Si bien es uno de los actores más populares de la Argentina, reconocido en toda América latina y valorado también en España, Ricardo Darín no tiene divismos. Y en una entrevista cara a cara es posible hablar con él no sólo de temas circunstanciales sino también, y en profundidad, de cuestiones difíciles, como su postura ante la muerte. Con la misma sencillez que transmiten sus personajes, Darín se despoja de las máscaras de su profesión para reflexionar sin ambages sobre cuestiones que hacen a la esencia del hombre. Es que la enfermedad y la muerte tienen que ver con su actualidad artística: así como en distintos largometrajes fue dejando de lado esos papeles que le requerían un aire de “porteño canchero” para pasar a componer personajes más complejos y dramáticos, ahora le llegó el turno por primera vez en su vasta trayectoria cinematográfica de ponerse en la piel de un enfermo terminal.

Es que en Truman, largometraje del catalán Cesc Gay (que ya lo había dirigido en Una pistola en cada mano), Darín es Julián, un actor que vivió bien la vida y que ahora está muy enfermo: tiene un cáncer irremediable. Vive solo con su perro Truman y su mayor preocupación pasa por saber qué será del animal cuando él ya no esté en este mundo. Entonces, decide consultar a distintos profesionales sobre cómo puede llegar a tomar el perro su ausencia. Y realiza diversas estrategias para que haya un espacio para Truman. Pero la película también hace hincapié en otra cuestión que relega un poco la relación con el perro. Y es cuando, después de cuatro años, su mejor amigo, Tomás (Javier Cámara), decide venir a la Argentina desde Canadá, donde reside actualmente, para estar con su amigo en este momento tan difícil. Truman es una película emocional pero la virtud de Cesc Gay es que se mete con un tema áspero evitando los golpes bajos. Incluso tiene humor. El film se estrena mañana y, en unos días más, quizás esté entre los premiados en el Festival de San Sebastián, que se está desarrollando por estos días en esa ciudad vasca.

“Me interesó lo que le ocurre a él, esa acidez mental que tiene para decir y pensar las cosas y la relación con el perro”, comenta Darín en la entrevista con Página/12. Y enumera más motivos que lo llevaron a aceptar el protagónico: “Me interesó también la relación con su amigo que es de ese tipo de relaciones amistosas que se dan entre dos tipos que son totalmente distintos y se complementan, porque conocen las debilidades del otro. Es algo recíproco. También me gustó el nivel de los diálogos, que no tuvieran golpes bajos y que la película tratara de fluir todo el tiempo a través del humor. Originalmente, tenía mucho más humor. Creo que en el montaje Cesc decidió ser un poco más económico en ese sentido”, agrega el actor.

–¿Componer este personaje le trajo recuerdos de las pérdidas que tuvo en su vida?

–Sí, sin duda. Pero más que al componer el personaje, eso sucedió durante el tránsito del rodaje. Es decir, enfrentarse a lo que les ocurre a los demás ante eso. Es que te funciona como un espejo de las veces que te viste colocado en esa situación. Era innegable que yo me iba a enfrentar con algo similar. Desde el aspecto temperamental, mi viejo era muy parecido al personaje que yo hago. Y él atravesó una situación extrema final antes de morir. En ese sentido, este personaje me hizo recordar mucho a mi viejo en ese segmento de su vida. Y fue traumático, pero todo es traumático en esta vida.

–Más allá de la distancia necesaria, ¿es de conectarse con sus propias vivencias a partir de lo que le pasa a un personaje?

–Sí, es difícil escapar a eso. A veces, se aprende mucho más de la libertad que te ofrece una historia de ficción porque casi sin querer te toca en lugares de tu alma que si no estás preparado te hace temblequear. Necesariamente cuando las cosas están bien escritas te tocan en algún lugar.

–¿Y como espectador? ¿Es de identificarse, por ejemplo, con el dolor de un personaje?

–Sí, tampoco hay forma de escapar a eso si las cosas están bien hechas. Todos tenemos dolores acumulados, todos hemos atravesado situaciones traumáticas, hemos lidiado con ellas como pudimos, hemos tratado de salir de ellas. A veces, el tiempo opera como un bálsamo en ese sentido. Entonces, cuando estás enfrentado a una historia que remueve, de alguna forma, vivencias ocurridas en algún tiempo es muy difícil escapar a eso.

–Por eso la gente llora en el cine, ¿no?

–Sí. Pero a veces se llora de alegría, de tristeza o de una mezcla de ambas cosas. Y, a veces, se llora de placer. En este caso, hay una combinación extraña porque si bien es cierto que esta historia es de las que te tocan el corazón, también es cierto que tiene cierta pretensión desacralizadora. Es decir: de poner las cosas en su lugar y que si son inevitables e ineludibles es mejor enfrentarlas con cierta hidalguía. Y creo que eso lo propone, de alguna manera, esta historia.

–¿Cree que la película es ante todo una reflexión sobre la libertad de un hombre frente a la inminencia de la muerte?

–Sí, está definitivamente enfocada a eso. Y creo que tiene que ver con una experiencia personal que vivió Cesc y su necesidad de exteriorizarla en forma de historia. Pero apunta específicamente a eso que acaba de decir.

–¿Cómo interpreta la mirada que tiene la película sobre la amistad?

–El hace muchas bromas respecto de lo que es la amistad básicamente entre los hombres. Yo creo que se burla un poco de eso y es su forma de homenajear la amistad, porque hay un personaje que casi prácticamente tiene de punto al otro. Pero lo que lo redime es que dice todo, no tiene filtro: todo lo que se le cruza por la cabeza lo pone sobre la mesa. Entonces, es su forma de transitarlo con humor.

–En relación con el humor, es una película que no se burla del tema pero que le quita solemnidad a la reflexión que establece. ¿Coincide?

–Sí, la desacraliza, seguro, porque no está plagada ni intoxicada de cargas religiosas ni de culpas. En ese sentido, tiene su propia identidad.

–Se suele decir que sólo los buenos amigos (en este caso el que interpreta Javier Cámara) están en las malas, pero que en las buenas están todos. ¿Coincide con esa visión de las cosas?

–Yo creo que nosotros hacemos lo que podemos. El calibre y la dimensión de una persona quedan claramente demostrados en función de cuál es el contexto en el que le toca vivir y cómo responde a eso. A medida que pasa el tiempo, cada vez estoy en menores condiciones de criticar las reacciones de los demás. La gente hace lo que puede. Hay que analizar las cosas en su contexto. Yo creo que, en este caso, es un gran canto a la amistad lo que hace este personaje porque también es cierto que había desaparecido hace cuatro o cinco años y no se sabía dónde estaba.

–¿Qué piensa sobre la muerte?

–Yo no sé si es tanto lo que pienso como lo que siento. Me acuerdo mucho de una cosa que me dijo mi abuela antes de morir, a los 101 años. Cuando tenía 97 o 98, fue golpeada por dos incidentes bastante bravos: dos ACV. Uno la dejó prácticamente sin habla y el otro la postró en una silla de ruedas. Y habíamos logrado encontrar una comunicación bastante particular porque ella no podía hablar pero creía que hablaba y, entonces, yo tenía que adivinar las palabras. Y nos divertíamos un poco con eso. Y un día la noté realmente muy cansada y le pregunté qué sentía. Logré armar como respuesta, a partir de sus gestos, sus señales y su mirada que estaba cansada, que ya estaba, que ya todo lo que había pasado, había pasado. Y mucho antes de sus accidentes cerebrovasculares, me dijo una cosa tremenda: “No tenés idea de lo que significa haber visto morir a toda la gente que querías”. Entonces, es razonable entender que, en un momento determinado de la vida, la muerte también debe ser una especie de bálsamo, de liberación y de calma. Y de que ya está. Yo no sé dónde va a ir a parar todo esto porque la expectativa de vida es cada vez más alta en función de los avances de la medicina, la tecnología y demás. No sé si vale la pena vivir 180 años y en qué condiciones, porque si lo analizás, para homenajearla, la vida debería ser en plenitud, en pleno uso de nuestras facultades, tratando de que nuestros corazones y nuestras cabezas estén bien. Si todo eso está muy complicado, a veces, la muerte debe ser hasta un respiro. No estoy hablando de las muertes inesperadas ni de las muertes injustas o de los atropellos. Estoy hablando de gente que ha logrado vivir su vida y que, de pronto, se tiene que retirar.

–¿Le tiene miedo a la muerte?

–Un poco sí, porque tiene que ver con la incertidumbre, con lo desconocido, pero le tengo mucho más miedo a la forma que al fondo.

–¿A sufrir?

–Sí, uno siempre se imagina cosas catastróficas o desagradables. Y uno también tiene conocimiento y, sin embargo, no las recuerda. Hay muertes que son dignas. No hace falta ser un héroe, con un poco de dignidad está bien.

–¿Cree que es posible enfrentar la muerte con dignidad? Porque, a veces, es fácil decirlo, pero el miedo es real...

–Sí, pero eso depende de qué vida hayas vivido o de qué hayas hecho con los demás. La dignidad no es una cosa que se compre. La dignidad se puede llegar a sentir con respecto a uno mismo. Uno suele ser bastante bravo con uno mismo a la hora de juzgarse, pero no estoy haciendo una evaluación moral. Simplemente pienso que si mirás para atrás y decís: “Viví la vida que quise vivir, no fui jodido con los demás, traté de ser la mejor versión de mí mismo”, yo creo que te podés retirar en paz.

–Se suele decir que así como no hay recetas para ser padre cuando un hijo llega a la vida tampoco las hay para saber cómo vivir cuando alguien muy íntimo se va. ¿Coincide?

–Es muy difícil enfrentar la muerte de los demás. Creo que es más difícil que enfrentar la propia. El tiempo suele acomodar un poco las cosas. No borra el dolor, pero nos produce una sensación balsámica de intentar encontrar la salida para entender que uno debería seguir adelante, sobre todo si tiene conexión con otros seres a los que ama y de los que depende. Pero no hay fórmulas. Yo creo que cada uno hace lo que puede frente a ese instante.

–¿Pensar en la muerte es desaprovechar momentos de la vida o es una reflexión necesaria para seguir adelante?

–No, no creo que sea desaprovechar los momentos de la vida. Al contrario: de acuerdo a cómo podamos pararnos frente a eso, nos puede ayudar muchísimo a cómo vivir nuestra vida. Muchas veces vivimos como si fuéramos a durar cuatrocientos años y no le damos importancia al aquí y ahora, a lo que está ocurriendo ahora en nuestro presente. Vivimos angustiados por qué será lo que ocurrirá después o melancólicos de lo que nos pasó en el pasado y nos olvidamos de que esta baldosa que estamos pisando ahora no la vamos a pisar nunca más. En ese sentido, yo creo que tener una visión o un concepto un poco más real y sincero respecto de lo que es la muerte nos puede ayudar a vivir mejor la vida. Básicamente, nos baja un poquito de la soberbia a la que, a veces, estamos subidos creyendo que somos todopoderosos.

–Algo difícil de asimilar para los que quedan es que se trata de una despedida definitiva a diferencia de lo que puede ser, por ejemplo, una separación que uno puede llegar encontrarse con la otra persona.

–Esa es la parte más dolorosa de todas: la ausencia, la contundente revelación y promesa de una ausencia ineludible. Eso es lo más doloroso. Pero, a veces, decimos: “También es cierto que estaba muy mal”. Entonces, empezamos a encontrar algunos justificativos o explicaciones. Y nos damos cuenta de nuestro egoísmo, porque muchas veces actuamos por egoísmo. Queremos retener a los demás por una cuestión de no perderlos por esta cosa de la ausencia de la que hablábamos. Y, a veces, lo mejor es dejar ir. Pero no sabemos mucho de eso. Nadie nos enseña a soltar. Nos enseñan a cómo tenemos que acumular afectos, cosas materiales, pero desprendernos de las cosas es muy difícil.

–Otro de los temas es que cuando la persona sabe que se va a morir busca proteger a los que se quedan. En el caso de la película, la incertidumbre de su personaje tiene que ver con el destino de su perro. ¿Tal vez porque es el más indefenso?

–Bueno, eso habría que analizarlo en profundidad: en un tipo de las características de ese personaje acostumbrado a vivir solo o mejor dicho a vivir sólo con su perro como rescate de todas las relaciones que lo han perseguido hasta ahí, hay en eso una cierta ironía y cierto humor ácido. Pero yo creo que es un amor genuino y confiable. Una de las líneas que más me gustaron del guión es que un tipo esté colocado en esa situación tan extrema y que su preocupación más elevada sea a quién le va a dejar su perro. No es una cosa menor. Yo me lo podría plantear tranquilamente si viviera solo y con mis perros: ¿Qué haría con ellos? ¿En quién confiaría? Porque es una cuestión emocional, no física. No es cuidarlo, sacarlo sino a quién le dejás algo que vos querés tanto. Y ése es el mensaje de la película que no vamos a develar pero que de eso se trata.

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