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Martes, 12 de septiembre de 2006
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ENTREVISTA AL BRASILEÑO BRUNO BARRETO

“No me gusta el fútbol, pero padezco sus consecuencias”

El cineasta habla de El casamiento de Romeo y Julieta, que se estrenará el jueves.

Por Emanuel Respighi
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Barreto se hizo famoso por haber dirigido Doña Flor y sus dos maridos.

A simple vista, la relación de Bruno Barreto con El casamiento de Romeo y Julieta, la película que el jueves se estrena en la cartelera porteña, es por lo menos extraña. ¿Cómo puede a un brasileño como él no gustarle el fútbol y, sin embargo, realizar un film en el que una pareja de enamorados debe lidiar con el enfrentamiento de sus familias, torcedoras de dos equipos de fútbol enemigos? ¿Es posible realizar un film sobre las pasiones que se ponen en juego en un partido de fútbol sin haber sufrido alguna vez por la derrota humillante del club de sus amores, o sin haber sentido el éxtasis interno de una épica victoria? ¿Se puede captar la esencia que rodea al fútbol sin ser hincha de equipo alguno? “No me gusta el fútbol”, aclara, de entrada, el cineasta brasileño a Página/12. “Hice el film –explica– para comprender por qué es un deporte que vuelve a la gente tan loca. Para mí es un deporte absurdo. Lo interesante, sin duda, es el fanatismo que genera. El fútbol sin torcidas es un espectáculo aburrido, sin alma.”

Cargando sobre sus hombros con el hecho de haber debutado en la pantalla grande con Doña Flor y sus dos maridos, nada más y nada menos que la película más vista en la historia del cine brasileño (ver aparte), Barreto filmó una comedia romántica que aborda el tema shakespeareano del amor imposible entre dos jóvenes, hijos de familias rivales. La diferencia aquí es que el conflicto shakespeareano que enfrenta a ambas familias no es otro que el fútbol (una es hincha del Palmeiras y otra del Corinthians), y la conflictiva San Pablo reemplaza a la fresca Verona. En realidad, la historia de El casamiento... le fue acercada a Barreto por su hermana Paula, productora del film y casada con Claudio Aldao, un jugador brasileño de la década del ’70. “Me gustó la idea porque era una buena manera de darle una vuelta de tuerca a la disputa shakespeareana y analizar el fenómeno del fútbol en el siglo XXI”, subraya el director de Cuatro días de septiembre, el film nominado al Oscar en 1998 como mejor película extranjera.

–¿Por qué decidió hacer una película que gira en torno del fútbol sin tener sentido de pertenencia alguno con este deporte?

–Como ciudadano brasileño padezco sus consecuencias en la vida social. En países como la Argentina, Brasil, Inglaterra, el fútbol es una problemática social a niveles casi grotescos, como que una familia rechace a la persona enamorada de alguno de sus miembros por el solo hecho de no coincidir de team. Un delirio. Son países en los que la rivalidad futbolera es muy violenta, a niveles inauditos. Corinthians-Palmeiras, por ejemplo, es uno de los partidos más violentos del fútbol brasileño. En los últimos años, en cada clásico, hay por lo menos un muerto. Creo que la violencia que genera el fútbol es consecuencia de que la gente necesita definir su identidad de alguna manera. Y ahora busca ese sentido de pertenencia a través del fútbol, provocando en algunas sociedades un fundamentalismo peligroso.

–Una identidad futbolera que se exacerbó en las últimas décadas...

–Antes, en cambio, no era así. La pertenencia de la gente se definía por la frontera o por la religión. Hoy, esas instituciones son endebles, tienen poca fortaleza. Es una paradoja, pero creo que la globalización, pese a lo que se puede creer, hizo más fuertes los regionalismos.

–¿Cómo fue recibida la película en un país tan futbolero como Brasil?

–La reacción de la gente fue muy buena. Muchos espectadores esperaban un film sobre fútbol, pero no lo es. Más bien trata sobre la pasión y el fanatismo que el fútbol despierta, en un contexto de comedia costumbrista. Además no hay que olvidarse de que en una sala de cine la gente es más racional y menos pasional que en un estadio de fútbol.

–Así como en su anterior película rodada en Brasil, Bossa nova, Río de Janeiro era un personaje más, en El casamiento... la ciudad de San Pablo pareciera querer ser retratada a partir de algunas tomas. ¿Hay una búsqueda voluntaria de captar la esencia paulista?

–Siempre trato de retratar los diferentes regionalismos que conforman mi país. En la película, el alma paulista no está presente tanto a nivel paisajístico, como lo hice con Río de Janeiro en Bossa nova, sino que se hace evidente en la determinación y la pasión de los personajes. De hecho quise que todos los actores del film fueran paulistas para que la personalidad de los habitantes de la ciudad surgiera naturalmente.

–Después de 17 años de estar viviendo en Estados Unidos, con un contrato vigente con Miravista Films, decidió pegar la vuelta y volver a su San Pablo natal. ¿Cómo fue ese reencuentro en el marco de una ciudad cada vez más violenta?

–Este film lo rodé mientras aún vivía en Estados Unidos y fue clave para mi regreso a mi país, ya que durante la filmación me sentí muy a gusto. Después de tantos años en Estados Unidos, yo estaba disgustado con el cine norteamericano, incluso independiente. No sentía ningún estímulo cinematográfico. Estímulo que sí encontré mientras filmaba El casamiento... Y como, además, me había separado de mi mujer, no tenía otra razón para seguir en Estados Unidos. Pese a todo lo que pasa y por todo eso, valga la paradoja, San Pablo es una de las ciudades más fascinantes del mundo. Una vez, Milos Forman me dijo algo muy cierto: que todo aquel que se va de su tierra, siempre se siente extranjero, en cualquier lugar. Es una condición irreversible del exiliado. Tal vez por eso siempre me sentí a gusto en Nueva York y en San Pablo: son ciudades cosmopolitas, multiculturales.

–El cine latinoamericano tiene en la actualidad una fuerte presencia fuera de la región. ¿Cómo ve usted al cine brasileño?

–Es un cine muy rico, pero que aún no tiene la calidad de guiones que posee el argentino. Nosotros estamos enamorados del cine argentino. Está de moda en Brasil. Pero no sólo Lucrecia Martel, Marcelo Piñeyro o Pablo Trapero; también a directores menos reconocidos. Creo que el cine latinoamericano está atravesando un momento de despegue único, al que hay que aprovechar y consolidar. Y para eso es muy importante el apoyo y el financiamiento estatal.

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