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Viernes, 5 de febrero de 2016
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EL NIÑO, DE WILLIAM BRENT BELL, EN LA LINEA DE CHUCKY

Otro nuevo muñeco maldito anda suelto

Por Juan Pablo Cinelli
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No hay que ser cinéfilo para saber que las películas sobre muñecos malditos como El niño, dirigida por William Brent Bell, representan un virtual subgénero del cine de terror. Una genealogía que incluye títulos famosos, nombres célebres y personajes memorables ya desde su origen con El gran Gabbo (1929), protagonizada –y codirigida desde las sombras– por el gran Erich von Stroheim. O Magic (1978), de Richard Attemborough, con las actuaciones de un joven Anthony Hopkins, Ann-Margret y Burgess Meredith. A éstos se debe sumar a Chucky (Muñeco diabólico, de Tom Holland, 1988), que en Argentina alcanzó tal popularidad que hasta sirvió de inspiración para que alguien le pusiera al actual entrenador de River, Marcelo Gallardo, el apodo por el cual sigue siendo conocido. La lista es larga y no alcanzan ambas manos para enumerar a los muñecos aterradores dignos de mención. En el camino se los hizo objeto de posesiones demoníacas, maldiciones milenarias o se los utilizó como canales para viabilizar los diferentes trastornos de la personalidad que padecen sus ocasionales dueños.

Hay varios puntos de interés en El niño. El más obvio es que cimenta su imaginario con fragmentos de todos los elementos que el subgénero viene acumulando desde su espontánea creación (y la trama no tarda en ir sembrando indicios que llevan a cualquiera de esos destinos). Pero además hay una voluntad manifiesta de jugar con varios de los elementos sobre los que Sigmund Freud, apoyado en el relato “El arenero”, del alemán E. T. A. Hoffmann, fundó su ensayo Lo Siniestro. Principalmente el papel de los autómatas, aquellos muñecos mecánicos capaces de simular la vida, y el asunto del doppelgänger (del alemán, doble). Aunque a esta altura eso también se ha convertido en un lugar común dentro del cine de terror.

Greta es una joven niñera estadounidense que, tratando de alejarse de circunstancias personales dolorosas, viaja a Inglaterra para hacerse cargo del hijito de una pareja que ha decidido tomarse unas vacaciones. Que la casa a la que llega resulte un caserón lóbrego, que los padres del chico sean una pareja de ancianos y la criatura en cuestión resulte ser un muñeco de tamaño natural y piel de porcelana, harán que Greta sepa que algunas cosas no están del todo bien en su nuevo trabajo. Si al principio el asunto parece apuntar a la locura de los dos viejitos que suplen con el muñeco la ausencia de su pequeño hijo Brahms, muerto hace años en circunstancias trágicas y poco claras, bastará que Greta se quede sola en la casa para que todo gire hacia la historia de fantasmas más bien clásica. Pero para el final la película se guarda una vuelta de tuerca que reencauza las cosas hacia una variante más o menos inesperada. Tan eficaz como predecible, en el camino El niño aprovecha el contraste entre conservadurismo europeo y modernidad americana para generar ciertos espacios de inquietud. Aunque también abusa de golpes de efecto y de inserts contextuales (planos de animales embalsamados o tomas escoradas y malintencionadamente iluminadas de la casona) para generar un ambiente tétrico logrado, pero de manual.

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