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Miércoles, 2 de marzo de 2016
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CINE Joaquín Furriel, un actor con opiniones fuertes

“No hay nadie en la tele que valga la pena escuchar”

Participa del elenco de 100 años de perdón, la superproducción española que se estrena esta semana. Pero Furriel no sólo habla de la película: también recuerda a Alfredo Alcón, repasa críticamente su carrera y no tiene problemas en meterse en política.

Por Oscar Ranzani
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Rodrigo de la Serna, Luis Tosar y Furriel, en 100 años de perdón.

Las entrevistas periodísticas permiten, a veces, desnudar las máscaras de los artistas. Para bien o para mal. Hablar con Joaquín Furriel es introducirse en el mundo interno de un actor con sólidos pensamientos políticos que no siempre encuentra el espacio para expresarlos en los medios. Su mayor virtud es que nunca se dejó encandilar por las luces del estrellato y, recurrentemente, cuando tiene que opinar sobre la coyuntura, menciona con probada humildad a los hombres comunes: aquellos amigos que conoció recorriendo el país como mochilero. El motivo de la entrevista tiene que ver en este caso con el estreno de 100 años de perdón, la película del español Daniel Calparsoro, en la que Furriel tiene un papel secundario pero determinante en la trama. El actor habla con Página/12 despojado de esas máscaras que impone su profesión y comparte sus opiniones sobre la actualidad política del país, sobre el anquilosamiento de los sindicalistas y, por supuesto, sobre su manera de entender la vocación que lo llevó a estudiar en el Conservatorio de Arte Dramático y a cumplir un verdadero sueño: trabajar con el enorme y muy recordado Alfredo Alcón.

100 años de perdón se estrena mañana y el guión está escrito por Jorge Guerricaechevarría, histórico guionista de los films de Alex de la Iglesia. El elenco está encabezado por el actor español Luis Tosar y dos actores argentinos, además de Furriel: Rodrigo de la Serna y Luciano Cáceres. Se trata de un policial: un grupo de ladrones profesionales, disfrazados y armados, asaltan un banco en Valencia. En principio, todo parece marchar sobre ruedas, pero la cosa pasa de castaño a oscuro cuando la directora de la sucursal devela un secreto oculto en una de las cajas de seguridad. Los dos líderes de la banda son “El Uruguayo” (Rodrigo de la Serna) y “El Gallego” (Luis Tosar), mientras que Furriel es “El loco”. La misión original consistía simplemente en apropiarse de la mayor cantidad de cajas de seguridad. Para lograrlo excavaron un túnel entre el banco y una estación de subte para poder escaparse. Sin embargo, los encapuchados no pueden escapar porque una tormenta inundó el túnel. Los dos líderes de la banda se convierten prácticamente en rivales. Para colmo, los detalles del robo apuntan al gobierno: el jefe de gabinete de la Presidencia descubre que el robo es, en realidad, una operación organizada por una facción del propio partido para hacerse de lo que contiene la enigmática caja 311, cuyo propietario es un miembro del partido del gobierno, quien se encuentra en coma tras un grave accidente. Y la caja tiene información comprometida.

Furriel comenta que tuvo dos impresiones antes de aceptar formar parte del elenco. “La primera fue el guión: estaba muy bien estructurado, complejo pero al mismo tiempo simple porque es una película de acción, de género puro, pero dentro de ese gran engranaje del género, noté que los personajes estaban muy bien delineados y había mucha particularidad en los vínculos”, comenta el actor que fue protagonista en Un paraíso para los malditos y El patrón: radiografía de un crimen. El otro aspecto que lo convenció fue lo que tenía que hacer en la película: “Viendo otras películas de Guerricaechevarría, sobre todo las que hizo con Alex de la Iglesia, descubrí que tiene una manera, una identidad que va tensando la cuerda y siempre aparece uno que la caga. Cuando a mí me tocaba el que la cagaba siempre me dio la posibilidad de decir: ‘Siempre tuve ganas de hacer ese tipo de personaje’”, explica Furriel.

–Su personaje viene a ser “el diferente”. Parece demasiado ingenuo para tamaño delito...

–El no está a la altura de los demás. Y eso queda claro: está robando un banco y él cree que hay una mujer rehén que está “muerta” por él. Ves que todos van para un lado y él va para otro. Y eso me pareció muy divertido a la hora de actuarlo.

–Se suele decir que cuanto más arriba en la escala de poder alguien se encuentra, más dispuesto está a negociar su grado de impureza. ¿Qué piensa sobre esto en relación con la película?

–A mí me gusta la frase que está en la canción “Juguetes perdidos” de los Redondos: “Cuanto más alto trepa el monito el culo más se le ve”. Y se les ve el culito a varios en la película. El mío es el que está más abajo. No se le nota tanto el culo porque tanto no subió. En las ficciones puede haber otros personajes, pero los que eligió el guionista son estos y todos tienen algo por lo que entienden que se les va la vida. Están extremados.

–Sus personajes en la pantalla grande fueron bastante oscuros. ¿Encontró un registro en el cine que, tal vez, no encontraba tan asiduamente en la televisión?

–Yo no creo eso porque mi experiencia en Montecristo y Entre caníbales fueron personajes que pude trabajar de la misma manera que trabajé estos en el cine. Lo que pasa es que son formatos diferentes. Mi sensación es que estoy más grande y, entonces, me empiezan a ofrecer otro tipo de personajes. Y también reconozco que intento correrme de cierta zona de confort. Cuando siento eso, me las pico.

–¿Le gusta sentirse incómodo?

–Intentarlo. ¿Qué es lo peor que te puede pasar? ¿Que estuviste mal, que hiciste un papelón? Yo no sabía si “El loco” iba a salir bien o mal.

–¿Tiene que ver con el desafío?

–No, tiene que ver con algo más personal, algo de cierto movimiento, de sentirme cómodo en el movimiento. Soy una persona realmente muy curiosa.

–Si bien tiene actores argentinos, es una película española. ¿Cree que le abre un abanico de posibilidades en el cine ibérico?

–Yo nunca pensé que podía ser dirigido por Alfredo Alcón y trabajar con él en el teatro con una obra de Beckett como Final de partida. Yo cuando de pibe venía con la comedia de Almirante Brown a ver Los caminos de Federico y otras obras de teatro, lo veía a Alcón y esas veinte butacas que había hasta él en el escenario eran miles de kilómetros. Y veintipico años después yo estuve trabajando con él: es algo que nunca pensé estratégicamente. Son deseos que vas teniendo de una manera muy íntima, muy sutil y que son como capitas que se van alojando en algún lugar. A la edad que tengo estoy muy feliz de haber vivido varias experiencias que estuvieron dentro del centro de eso que cuando era pibe deseaba. Decía: “Me gustaría trabajar en esta sala”, “Hacer este tipo de obra”, “Trabajar con este actor”. En ese sentido, soy muy agradecido. Y nunca tuve el deseo de trabajar en España. De un tiempo a esta parte me empezaron a llegar películas que las siento propias porque me gusta involucrarme de esa manera con los proyectos en general. Después, ya no depende de mí.

–¿Cómo lo recuerda a Alfredo Alcón?

–Lo extraño. Era una voz que me ayudaba a pensar, sin que él lo supiera. Lo recuerdo como uno de los grandes actores que tuvimos en la Argentina, pero sobre todo lo recuerdo como una persona entrañable. Fue alguien que me dio la posibilidad de que lo conociera y alguien con quien compartí momentos desopilantes porque me he reído muchísimo con él. Y para mí fue muy saludable aprender de un actor de ochenta años como él, con el gran recorrido que tuvo y con todo lo que ha generado en nuestro oficio.

–¿Y qué aprendió más allá de las técnicas?

–Muchas cosas. Sería injusto decirlo porque tendría que resignar algunas cosas. Pero todo lo que yo aprendí de Alfredo, él no lo sabía. No le gustaba enseñar. No le gustaba ponerse en ese lugar. Era un colega, un par. Dentro de los ensayos de Final de partida y por comentarios que me hizo de otras obras que hice y que me vino a ver, eran charlas de colegas. Pero yo siento que muchos intentos interpretativos que hice después, como, por ejemplo, en El patrón... y en otras películas o series, tuvieron mucho que ver con comentarios que él me hacía al pasar y que yo me quedaba pensando.

–¿Y cómo definiría su identidad como actor?

–Mi sensación es que estoy cada vez más en un lugar de mayores interrogantes, no de respuestas. Las certezas no existen. Después de lo que me pasó con el accidente cerebrovascular, me enteré de que no hay una respuesta médica a lo que me pasó. Y creo que la vida ya es así.

–¿Cómo se siente después de eso?

–Estoy muy bien, con el alta, así que estoy muy agradecido y también muy cerca de la experiencia que viví. No la quiero dejar pasar.

–¿Qué le abrió más puertas en su carrera actoral: haber debutado en Montaña Rusa o ser egresado del Conservatorio de Arte Dramático?

–Es raro, porque cuando uno ser tira a nadar y llega a la isla que está ahí no sabe qué fue más importante: si la profesora de natación o cuando de bebé empecé a perderle el miedo al agua o el día que pensé que tenía que tirarme a nadar, o el día que tenía que nadar en ese mar para llegar a ese lugar. Hay tantos momentos que todos terminan dándote el momento en que decís: “Voy a intentar llegar a aquel lado nadando a ver qué pasa”. Desde ya que haber tenido cinco años del Conservatorio fue muy importante. Ojalá todos tuvieran la posibilidad de vivir una etapa en la vida como estudiantes, de ocuparse solamente de aprender algo, porque eso te conecta con el desconocimiento, con la humildad del no saber. Puedo decir que los cinco años del Conservatorio me dieron un gran eje en la vida. Y además tuve muy buenos maestros. Es como decir en mis cuarenta años: “Y el pibe de veinte años sigue estando en un mismo paisaje de búsqueda, de intentar crecer y ver hasta dónde su interpretación puede comunicar más”.

–¿Cómo analiza el presente político y qué opinión le merecen las listas negras de actores que publicó un medio un par de meses atrás?

–Yo pienso que es muy retrógrado y negativo. Realmente me parece que es una información capciosa. Es también una manera de criminalizar, de alguna forma, la militancia. Ojalá podamos tener un ejercicio democrático real y, en algún momento, valorar que haya gente que quiera involucrarse con el partido político que le parezca que lo representa. Muchos hablamos de la palabra “democracia”, pero todavía no noto que esté realmente instalada con el valor de lo que esa palabra significa. Y este tipo de actitudes impiden el ejercicio para poder ser un país mucho más saludable democráticamente.

–¿Qué le parece la Ley del Actor?

–A raíz del accidente reconozco que no estoy lo suficientemente informado. No sólo de leer la ley sino también de hablar con colegas para saber su opinión. Así que no puedo hablar de la ley puntualmente o cómo debería instrumentarse. Sí creo que me parece muy bien que los actores, así como ya tenemos un derecho intelectual –más allá de los conflictos–, debemos tener un derecho laboral desde ese lugar. Los actores somos trabajadores.

–Hace unos días, en el programa de Mirtha Legrand, usted le dijo al sindicalista Luis Barrionuevo lo que muchos desearían: “Hace treinta años que tenemos democracia y hace treinta años que siempre hablan los mismos. Te escucho desde que tenía diez, once años. Me gustaría escuchar a sindicalistas generacionales más cercanos”. ¿Cómo vive el hecho de que algunos actores son cuestionados por expresar sus opiniones políticas?

–En la década del 90, cuando empecé a laburar, me proponían hacer una nota y me daban una casa, una mansión y yo no lo hacía porque me parecía que no me representaba, pero además porque no me interesaba esa propuesta política. Y vi un montón de colegas que en los 90 mostraron su éxito material. Era lo que pasaba en los 90. Eso hacían los actores M. Y en aquel momento no se cuestionaba tanto a los actores menemistas, como tampoco ahora cuando se arma un evento, una gala con el presidente, nadie comenta quién va o no va a la gala. No me molesta en absoluto que vayan colegas a apoyar al presidente Mauricio Macri al Teatro Colón. No estoy de acuerdo con ese evento. Me parece que no somos un país para regalar nada en cuanto a lo que nos ha costado la democracia y que tenemos un desnivel social importante como para estar mostrando la parte más privilegiada de nuestra sociedad exponiéndola. Ahora bien, no tengo nada para decir sobre quiénes han ido a esa gala, como tampoco tengo nada para decir de quienes apoyaron al gobierno K o siguen apoyando al kirchnerismo, o quien habla desde el socialismo o del espacio político de Martín Lousteau. Creo que es muy saludable que quien crea que un partido político lo representa pueda exponerlo.

–¿Y con respecto a Barrionuevo?

–Es diferente. Mi sensación es que ya no puedo creer que haya alguna gente que hable de democracia cuando en su vida política no demuestra absolutamente ningún gesto democrático. Primero, uno no se puede quedar anquilosado al poder. Uno se queja de los presidentes que están tantos años en el poder o de los problemas que había en la AFA mientras estaba Grondona. Hay tanta pelea sobre eso... Entonces, es extraño cómo hemos naturalizado que haya gente que da cátedra de lo que aparentemente es la democracia cuando uno percibe que no están a la altura de lo que significan las palabras. Hay veces que me dan ganas de hablar, otras veces prefiero no hacerlo y hay veces que simplemente que digo: “Che, perdoname, pero yo no puedo ser cómplice de lo que estoy escuchando”. Y yo hablo porque es lo que hablo con mis amigos. Siento que los debates de la televisión son debates dentro de debates dentro de debates. En la televisión, la realidad desapareció. Está muy tergiversada por los medios que quieren comunicar lo que les conviene comunicar de una parte, de la otra, de acá, de allá, y la realidad hace mucho tiempo que desapareció. Esas charlas que tengo con amigos de “cómo llegás a fin de mes”, “me fui de la prepaga porque no la puedo pagar más y volví al hospital público”, no están en la televisión. En la TV hay gente instalada que opina sobre política y a algunos ni siquiera los votó la gente. Yo viajé de mochilero, conozco a la Argentina de Ushuaia a La Quiaca, la conozco muchísimo. Y tengo amigos por todos lados que están laburando mucho. No hay nadie en la tele que uno vea que valga la pena escuchar. Les veo los discursos armados y a quién quieren ensuciar para acomodarse. Se ha transformado todo en una obviedad que me sorprende bastante. A veces, veo debates y me pregunto de qué están hablando. Hablan de las clases populares como si realmente las conocieran. Creo que en su vida fueron a un sector popular.

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