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Martes, 29 de marzo de 2016
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Juan Manuel Repetto y su documental Fausto también

“La idea es ayudar a otros chicos”

La película, que se estrena este jueves en el Espacio Incaa Gaumont, acompaña a Fausto, un joven con autismo y estudiante universitario. El director y periodista admite que antes del rodaje no sabía nada sobre esta condición, y que el film busca “desmitificar”.

Por Oscar Ranzani
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“Todo el tiempo uno como documentalista se está planteando hasta qué punto filmar”, señala Repetto.

Fausto es un joven autista de 24 años, pero eso no le impide tener una vida plena. A los dos años, le habían diagnosticado sordera, pero su madre no se quedó conforme con esa indicación y caminó y caminó. De chico fue a una escuela primaria y, a la vez, tenía actividades artísticas en otra institución educativa. Luego llegó el turno de la secundaria: pudo cursar en una escuela técnica, el Albert Thomas de La Plata, donde los profesionales que trabajan con él realizaron talleres de integración con sus compañeros. Incluso pudo irse de viaje de egresados a Córdoba. Hasta que se convirtió en el primer joven autista de Latinoamérica en ser estudiante universitario. Primero cursó Informática en la Universidad de la Plata y luego decidió cambiar de carrera: actualmente estudia Diseño Multimedial. Fausto es también un genio de la computación. Y no sólo no es sordo sino que es un músico con oído absoluto que toca el piano y, además, estudia en el Conservatorio de La Plata.

El periodista y realizador Juan Manuel Repetto conoció la historia de Fausto en 2012 a través de uno de sus acompañantes terapéuticos, Ezequiel Santillán. “Me contó en un asado que Fausto era un pibe especial porque estaba terminando una escuela técnica. A los pocos meses volvimos a encontrarnos con Ezequiel y me dijo que Fausto se estaba yendo de viaje de egresados y que cuando volviera quería empezar la universidad”, relata Repetto sobre el motivo de realizar el documental Fausto también, que se estrena este jueves en el Espacio Incaa Gaumont. Allí se lo puede ver a Fausto en acción y también se puede conocer su ejemplar historia de vida. La fecha de estreno coincide con la Semana del Autismo (el 2 de abril es el Día Mundial de Concientización sobre el Autismo, designado por las Naciones Unidas). Y el 7 de abril a las 20 se estrenará Fausto también en el Espacio Incaa del Pasaje Dardo Rocha de La Plata, la ciudad de Fausto y donde realizaron el documental.

–¿Qué le dijo la familia cuando le contó que quería hacer una película sobre Fausto?

–Primero, lo manejé con Ezequiel. El le preguntó a la madre de Fausto y también al propio Fausto, quien estuvo de acuerdo. El ya había salido en los medios como, por ejemplo, en el diario El día, de La Plata, y en revistas de la universidad. Y le gustaba, se sentía reconocido. La madre había peleado mucho para que Fausto lograra integrarse y ser lo que hoy es. Le resultó interesante que se registrara eso y que les pudiera servir a otros padres y a otros chicos con autismo.

–¿Cómo fue trabajar con la intimidad de una persona al hacer público su padecimiento y sus potencialidades frente a una cámara?

–Todavía me cuesta. Todo el tiempo uno como documentalista se está planteando hasta qué punto filmar. Por un lado, mi película está pensada para ayudar a otros chicos con autismo y a sus padres. Y el tema es qué hace uno, si está ayudando a Fausto mismo. Y lo que me decían Ezequiel y María Aggio, que es especialista en Educación especial y que lo acompaña, era: “Nosotros somos los responsables de cuidar a Fausto. Vos trabajá en tu película para que les sirva a otros”. Lo que hice fue trabajar con ellos todo el tiempo en compañía. Yo no hice nada sin consultar a Ezequiel, ni a María, ni a la madre. Y después siempre le preguntaba también a él obviamente. En un momento yo quería hablar con Fausto porque era muy fácil entrevistar a otras personas que estaban alrededor de él, pero yo pensaba: “Mi protagonista es él”. Yo lo quería entrevistar. Y la verdad es que uno se pone en una situación muy difícil al decir: “¿Cómo hago? Porque quiero hacer preguntas, pero no quiero herirlo ni molestarlo”. Como su carácter es muy cambiante lo que yo hacía era generar diálogos con Ezequiel, su acompañante y él me ayudaba.

–¿La película busca desmitificar el autismo al hacer hincapié en la posibilidad de desarrollar las capacidades cognitivas que tiene un joven con este trastorno?

–Sí, por lo menos de la imagen que puede tener del autismo una persona que no conoce nada del tema. Yo no conocía nada. Para mí, el autista era un chico que se balanceaba sobre sí mismo y estaba apartado del mundo. Y me encontré con una situación totalmente distinta. En ese sentido, la película es para desmitificar una imagen popular de alguien que no conoce.

–¿Sigue habiendo una estigmatización social o se ha avanzado en el campo de la inserción social de los autistas?

–Yo no sé si muchos autistas trabajan y si hay iniciativas para ellos. La verdad es que no las encontré hasta ahora. El tema es que es un espectro enorme: en un caso extremo que conocí, los padres no apuntan a que su hijo pueda entrar a la universidad. Están en el otro extremo los chicos vinculados con el Asperger que pueden entrar a la universidad aunque les cueste vincularse socialmente. Fausto es un caso extremo al que le dijeron: “No vas a poder hablar, no vas a poder comunicarte con nadie, no vas a poder reconocer a otra persona porque va a ser una tabla para vos”. Y el pibe, después de todo un proceso, llegó a la universidad.

–¿Las instituciones están preparadas para trabajar con personas con autismo o hay mucho que mejorar en ese sentido?

–No, hay que mejorar muchísimo. No están preparadas. Hay un montón de gente con ganas. Yo creo que la universidad fue inclusiva porque le dijeron: “Vení, es la primera experiencia, vamos a probar y vamos a hacer todo”. Hoy Fausto cambió de carrera. Dentro de la Universidad de La Plata se fue a la Facultad de Bellas Artes y se anotó en una carrera que se llama Diseño Multimedial, no porque haya tenido algún problema con la otra, Informática. Lo que pasa es que ésta última era muy teórica y quería una más práctica. Es como cualquier estudiante que en los primeros años va buscando qué le gusta más. Lo que veo en las instituciones es lo que muestra la película: que están discutiendo todo el tiempo si él puede rendir solo o acompañado, si puede entrar con su acompañante terapéutico. Había discusiones que no están en el documental respecto de si él podía usar una calculadora o no. Yo trabajo en la Facultad de Agronomía y allí hay dos personas ciegas que estudian y tienen problemas con algunos docentes. Algunos son más inclusivos, otros no. Tampoco hay una bajada de línea institucional, pero hay herramientas pedagógicas que todavía no están desarrolladas con los docentes. Y es un poco prueba y error.

–¿Y cuánto influye la familia en la estimulación temprana para que un joven con autismo logre plenitud? ¿Qué conclusión sacó después de conocer este caso?

–Para mí es altísimo. En este caso, Mercedes, la madre, cuando le dijeron que era sordo, no se quedó con esa respuesta. No solamente no era sordo: tenía oído absoluto. Y charlando con otras familias les pasa que el primer diagnóstico señala que los chicos no hablan porque son sordos. Ella no se quedó con ese diagnóstico y hasta fue a una escuela de sordos para consultar qué le pasaba. Siguió con las preguntas hasta llegar a que Fausto era autista y que tenía que ir a una escuela especial. Empezó en una escuela especial y el pibe copiaba conductas de otros chicos con otro tipo de problemas, de trastornos, y eso agudizaba lo que tenía. Y ella empezó a buscar en qué escuela lo podían recibir. Fue a diferentes establecimientos y el cambio importante fue cuando llegó a la secundaria. El director del Albert Thomas decidió integrarlo durante la secundaria e hizo un curso especial para él y los compañeros fueron seleccionados de otros cursos en función de la capacidad que tenían para integrar a otros. Además, empezaron a ir los psicólogos a esa escuela técnica a dar charlas. Iban los padres a escucharlas y, además, los compañeros de Fausto venían a Buenos Aires a acompañarlo en la terapia. Venían en grupos a ver cómo podían integrarlo. Imagínese una escuela pública donde estaban los docentes, los padres y los compañeros. Eso fue por la madre que es una locomotora. Es una mujer que no para.

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