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Miércoles, 6 de abril de 2016
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El director Jonás Trueba presenta su tercer largo, Los exiliados románticos

Filmar como si fuera la primera vez

Esa fue la consigna que se impuso el realizador español, hijo y sobrino respectivamente de dos grandes nombres del cine de su país, Fernando y David Trueba. “Los exiliados... es una película muy ligera, nació con la pretensión de ser totalmente leve”, dice.

Por Diego Brodersen
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Trueba ya estuvo en el Bafici, pero es la primera vez que estrena en la cartelera porteña.

De Madrid a París, vía Toulouse y un desvío en Annecy. Ese es el periplo que tres amigos madrileños de treinta y pico emprenden, a bordo de una combi, en Los exiliados románticos, tercer largometraje del español Jonás Trueba. Y no es casual si el apellido suena familiar: los realizadores Fernando Trueba y David Trueba son su padre y tío, respectivamente. Visitante del Bafici tanto con esta película como con la anterior Los ilusos (ambas formaron parte de su Competencia oficial), se trata, sin embargo, de una primera vez en la cartelera comercial argentina, todo un logro y una aventura para un film pequeño y frágil como éste. De espíritu ligero, pero desde ningún punto de vista banal, el film retrata ese viaje como el punto de partida para el encuentro con diversos personajes, tanto parroquianos como extranjeros, amén de tres chicas que forman parte del pasado, el presente y, tal vez, el futuro de los viajeros. Su empedernido cosmopolitismo (se hablan varios idiomas, además del castellano) y la implícita sensación de fin de ciclo en la vida de los personajes terminan de darle forma a un relato que fluye de manera calma y amable, como las aguas de ese lago que le sirven de cierre tanto a la travesía como al film mismo.

La tentación es ver en Los exiliados románticos una suerte de “secuela” espiritual de Los ilusos, pero Jonás Trueba se apura en afirmar que “si bien tiene una continuidad muy clara en cuanto a que repite el mismo equipo técnico y a gran parte de los actores, al mismo tiempo es bastante contraria. Siempre digo que una película surge cuando estás terminando la anterior y, a veces, lo hace por oposición, como si quisieras contradecir la película que acabas de hacer. Los ilusos fue rodada en blanco y negro, en fílmico y de una manera fragmentada (fueron casi siete meses en total); Los exiliados..., en cambio, fue filmada con una camarita de fotos, en color y con un tiempo de rodaje muy reducido: apenas doce días. El sistema de trabajo en ambos films es casi el opuesto. Pero lo cierto es que hay un espíritu en común: el placer de hacerlas sin financiación externa. De hecho, Los exiliados... se pudo financiar con ganancias de Los ilusos, lo cual es maravilloso. Creo, sí, que ambas comparen un espíritu casi romántico de hacer cine.

–También comparten cierta ligereza, en el mejor sentido del término.

–La ligereza está relacionada con la idea de filmar como si fuera la primera vez, casi como si fuéramos amateurs. Eso es importante y creo que está muy presente en el final de Los ilusos, como una especie de declaración de intenciones. Quizás aquella película haya nacido de un sentimiento un poco más triste, de una cierta situación que nos habitaba, pero la idea de la película era superar eso, reencontrarnos con pequeñas cosas cotidianas que nos ayudaban a vivir. Los exiliados... es una película muy ligera, nació con la pretensión de ser totalmente leve. Era una de las pocas cosas que tenía en claro desde el principio: que fuera corta y ligera, sin que eso signifique menospreciarla. Era un reto hacer un film que no tuviera sustancia dramática evidente, ir en contra de esa idea tan común de que las películas necesitan un componente dramático muy fuerte para erigirse y para legitimarse. Cuántas veces vemos que las películas se legitiman desde el tema, desde el contenido. Me interesaba trabajar la ausencia de drama, hacer una película que invite a ir un poco por encima de los problemas.

–En ambas, también, puede advertirse cierto espíritu nuevaolero, aunque en la anterior parecieran pasearse los espíritus de Truffaut y Godard y, en esta última, haga acto de presencia Eric Rohmer.

–Es que son cineastas que para mí están vivos, aunque sólo Godard lo esté realmente. Son cineastas con los que “dialogo”, puedo seguir viendo sus películas y me siguen ayudando a pensar y a creer en el cine. Al mismo tiempo, son películas espontáneas y no me gustaría que esas posibles referencias indirectas las transformen en objetos cinéfilos o sólo para entendidos. A veces en España la prensa saca el tema de la Nouvelle Vague y me pregunto desde dónde me lo dicen; por un lado, te halaga, pero, por el otro, se trata de un grupo de directores muy distintos entre sí. No es tu caso, ya que me has identificado a tres directores puntuales. Una de las cosas más bonitas de hacer cine es la posibilidad de entrar en diálogo con otros cineastas que admiras y, desde el momento en que haces una película, comienzas a formar parte de una tradición. Lo digo desde un lugar modesto, incluso humilde. También es verdad que nunca pensé “vamos a hacer una película nuevaolera”. Los exiliados... no es una película intelectualizada, al menos a priori. Pero Rohmer debe andar por allí de alguna manera. De hecho, fue una casualidad muy linda que hayamos terminado rodando en un lago en Annecy, donde Rohmer filmó La rodilla de Clara. El motivo real fue que mi socio en la producción se había enamorado de una chica de allí y, como necesitábamos un lago, optamos por ir a ese lugar, a ver si de paso nuestro amigo podía reconquistarla. Como podrás ver, no fue ir a buscar las huellas de Rohmer. A veces las razones están más apegadas a la realidad.

–Su primera película, Todas las canciones hablan de mí (2010), estaba más cerca de una idea de cine de industria.

–Era una película más literaria, en el sentido de que se trabajó durante meses y meses sobre un guión. Los ilusos es una película escrita durante la etapa de montaje y Los exiliados... muy escrita durante el mismo rodaje. Eso las hace muy distintas, a pesar de compartir a la misma gente, con todos sus defectos repitiéndose (risas). Otro cambio importante respecto de ese primer film es el reto de distribuir y exhibir la película. A veces pareciera que los directores terminamos un proyecto y se lo entregamos a otro, desentendiéndonos casi por completo. Creo que es muy importante, incluso como gesto, acompañar a la película en esa última etapa, que es tan importante. Porque de otra forma puedes correr el riesgo –como creo que me pasó con Todas las canciones...– de que de pronto se te va de las manos, ya no tienes el control. Eso me llevó a tomar la decisión de crear la productora y acompañar a las películas fielmente, respetando su espíritu, de principio a fin. Cosa que aquí en España, si pasas por la ayuda de la televisión o por determinadas productoras, se hace muy difícil. Me obsesiona el tema de hacer el seguimiento de la película de una manera coherente. Y sin hincharla: el cine muchas veces tiene ese problema, por los menos aquí en España. Un problema de escala, como que siempre queremos que las cosas sean más grandes de lo que son. Creo que muchas veces cagamos las películas de esa manera.

–¿Cómo fue el trabajo de dirección de actores, teniendo en cuenta que el rodaje fue tan breve?

–Me gusta decir que es una película muy hablada, en el sentido de que hablamos mucho... con amigos... en los bares, en paseos, en comidas, durante los entretiempos de la filmación. Es una vivencia que se va acumulando y la película se hace desde allí. No se trabajó con un guión tradicional, pero eso no quiere decir que el guión no existió. La dinámica de producción fue la que marcó un rodaje más o menos cronológico y con una obvia limitación de tiempo. La estructura era obligatoriamente sencilla, incluso básica. A veces los actores recibían los diálogos un día antes, a veces apenas diez minutos. Me parece muy bonito que el actor se encuentre en esa situación, donde casi no la puede intelectualizar. No es mejor o peor, pero el resultado es distinto, y creo que para este tipo de película es muy bueno, le otorga una suerte de inmediatez.

El periplo de tres amigos madrileños de treinta y pico.

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