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Jueves, 7 de abril de 2016
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Mandarinas, del director georgiano Zaza Urushadze

Clásico exponente del cine dedicado al mensaje

Por Diego Brodersen

Una de las posibles bondades complementarias de una película (o de una serie o, por supuesto, un libro), más allá de sus virtudes connaturales, puede ser la de abrirle una ventana al espectador a una temática o hecho que desconocía por completo. El caso de Mandarinas resulta paradigmático: entre tantos conflictos bélicos de escala endogámica y, usualmente, trasfondo étnico, religioso y/o territorial que la caída del comunismo europeo dejó como un tendal de muertos, el caso de la guerra civil georgiana a pocos meses del fin de la URSS es muy poco conocido. Menos aún que en medio del conflicto entre georgianos e independentistas abjasianos quedaran expuestos miles y miles de estonios y sus descendientes que, en su mayoría, optaron por regresar al país de origen ancestral. El film de Zaza Urushadze baja esos horrores a escala humana e ilumina algunas de las consignas –genuinas y espurias– que arrasaron con cualquier atisbo de humanidad en ambos bandos en contienda (Nota: más allá de la escisión de Abjasia en una república autónoma, reconocida como tal sólo por un puñado de países, los conflictos en la zona y en la cercana Osetia del Sur continúan hasta el día de hoy de manera latente).

En cuanto a las virtudes cinematográficas de Mandarinas, que tuvo su nominación a los Oscars “extranjeros” hace un par de años, como candidata por Estonia (a pesar de contar con director georgiano y una porción importante de la producción de ese país), se reducen a la precisa reconstrucción de tipos y un tratamiento realista de situaciones de tensión, enfrentamiento, discusión y, finalmente, de una posible reconciliación. Atravesado por un humanismo desguazado, reducido a su esencia más voluntarista, el film se desarrolla –a pesar de la exuberante naturaleza que rodea a los personajes– como un drama de interiores, al punto de que por momentos no resulta difícil imaginarla como una pequeña tragedia ideal para las tablas. La llegada de un grupo de soldados georgianos y, casi al mismo tiempo, de dos mercenarios chechenos a las órdenes de los separatistas, inicia un derrotero de violencia que culmina con dos hombres de origen estonio (uno de ellos, Ivo, un carpintero bastante mayor; el otro, un campesino dedicado al cultivo de mandarinas) dando asilo a dos representantes de las fuerzas en pugna.

Una parte importante de los noventa minutos de proyección está dedicado a los esfuerzos de Ivo por evitar que los dos soldados, ambos heridos, terminen matándose bajo su techo. Un poco como ocurría en El último día, del bosnio Danis Tanovic, aunque sin su vertiente absurda y sarcástica, las irreconciliables diferencias del comienzo comenzarán lentamente a dejarle un resquicio a la posibilidad del diálogo, todo ello apoyado por las cabales actuaciones del cuarteto central. Pero la guerra... siempre la guerra. Con su prolijidad expositiva, una fotografía puntillosa y cierta gravedad académica, Mandarinas es el clásico exponente del film entregado en cuerpo y alma al mensaje, donde la corrección formal y las mejores buenas intenciones son, al mismo tiempo, el punto de partida y el destino último.

5-MANDARINAS

Mandariinid;

Estonia/Georgia, 2013

Dirección y guión: Zaza Urushadze.

Fotografía: Rein Kotov.

Duración: 87 minutos.

Intérpretes: Lembit Ulfsak, Elmo Nüganen, Giorgi Nakashidze, Misha Meskhi.

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