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Jueves, 12 de mayo de 2016
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Woody Allen inauguró el Festival de Cannes con su nueva película, Café Society, ambientada en los años 30

“Yo sigo siendo un romántico incurable”

El nuevo film del legendario director tiene mucho menos de comedia que de drama romántico: siempre con un tono ligero, pero no por ello menos melancólico. “Crecí viendo el cine de Hollywood del período que retrato ahora y fue siempre un cine romántico”, dijo.

Por Luciano Monteagudo
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Allen y su troupe desencadenaron un verdadero revuelo ante la prensa reunida por el festival.

Página/12 En Francia

Desde Cannes

“Vive cada día como si fuera el último, porque alguno finalmente lo será”, le recomienda una típica idische mame a su hijo en Café Society, la flamante película de Woody Allen, protagonizada por Jesse Eisenberg y Kristin Stewart, y que ayer inauguró una nueva edición del Festival de Cannes. Y el propio Allen parece seguir ese consejo al pie de la letra como pocas veces. A los 80 años, está más activo que nunca, filmando como siempre una nueva película por temporada (ya suma 47 largometrajes desde 1966), mientras sigue preparando una serie para televisión, de la que no se arrepiente, pero que reconoce que le está dando bastante más trabajo del que había supuesto en un comienzo. “Hay mucha gente del ambiente, las llamadas ‘celebridades’, que se quejan del esfuerzo, de la falta de intimidad y de los muchos problemas que les acarrea la fama. Los entiendo, yo mismo hice un par de películas sobre el tema, pero la verdad es que, al menos para mí, las ventajas son muchas más que las desventajas. Por ejemplo, ahora estoy en una hermosa ciudad frente al mar, me tratan maravillosamente y es bueno sentirse querido por el público”, declaró ayer en la conferencia de prensa que siguió a la primera proyección de su nueva incursión por Cannes, la décimo segunda para quienes llevan la cuenta. Y siempre fuera de concurso, por decisión propia.

“No creo en la competencia en el arte, la competencia es para los deportes, que yo disfruto mucho, por cierto. ¿El Greco es mejor que Velázquez? ¿Matisse es mejor que Picasso? Para algunos sí, para otros no. Y así como no me gusta que mis películas compitan, jamás aceptaría ser jurado, por principio y porque va contra mi sentido común”, dice Allen mientras agita las manos como aspas y se esconde detrás de sus clásicos anteojos tamaño extra grande. Si no entiende bien una pregunta y pide al moderador que se la repita, nunca le echa la culpa al periodista que la formula, por más que sea en un inglés macarrónico. “Es que estoy un poco sordo, uso audífonos y si encima me pongo los auriculares para la traducción se produce un ruido terrible en mi cabeza y no termino entendiendo nada”, se excusa con una sonrisa. Sin embargo, dice que se siente muy vital, con mucha energía, y cuenta que sus padres vivieron casi hasta los cien años. “Ojalá yo llegue a vivir tantos años como ellos, aunque cualquier día me puede dar un infarto, voy a quedar confinado a una silla de ruedas y cuando la gente me vea pasar va a decir: ‘Mirá, ese era Woody Allen’”, fue una de las chanzas que le regaló a su auditorio.

Que fueron más de las que propone Café Society, un film que tiene mucho menos de comedia que de drama romántico, siempre con un tono leve, ligero, pero no por ello menos melancólico. Corren los años 30, Hollywood es una fiesta, las mansiones están repletas de estrellas tomando tragos al borde de la piscina. Y a ese mundo en radiante Technicolor, que el gran fotógrafo italiano Vittorio Storaro (en su primera y deslumbrante colaboración con Allen) filma como si por entonces no hubiera existido el blanco y negro, llega cargado de ilusiones un muchacho de Nueva York (Jesse Eisenberg), más precisamente del Bronx. Se llama Bobby, proviene de una típica familia judía de clase media baja y lo único que pretende, a diferencia de tantos que vienen de todos los rincones el país con la ilusión de incorporarse al star system, es conseguir un empleo en la agencia de su tío (Steve Carrell), un popularísimo representante de actores y actrices, con quienes se codea como si fueran de la familia.

Sucede que el tío de Bobby tiene una secretaria, Vonnie (Kristen Stewart), una chica de Nebraska que por su belleza y elegancia bien podría ser también ella una estrella, pero que como Bobby no aspira a otra cosa que no sea su trabajo, común y corriente. No pasarán dos escenas hasta que Bobby caiga flechado por Vonnie, quien a su vez también se siente atraída por el recién llegado. Pero lo que Bobby no sabe es que su tío también está locamente enamorado de la chica de Nebraska y que piensa incluso romper su matrimonio de un cuarto de siglo por irse a vivir con ella.

“Cuando empecé a pensar en Café Society siempre la imaginé con la estructura de una novela, con la historia de amor de los dos jóvenes como columna vertebral, pero que eso no me impidiera ir desarrollando otros personajes y situaciones, como si fueran capítulos de un libro. Por eso también me reservé el papel de narrador en off”, explicó ayer Allen, que parece haberse inspirado en uno de sus escritores preferidos, de amplia experiencia en Holywood, Francis Scott Fitzgerald. Bastante más ambiciosa, al menos en términos de valores de producción, que sus films más recientes, Café Society se permite viajar intermitentemente entre ambas costas de los Estados Unidos, de Los Angeles a Nueva York, y viceversa. En Hollywood, Allen sigue los conflictos y desencuentros de su trío protagónico, mientras que en la Gran Manzana se ocupa de la numerosa familia de Bobby, en la que descuella su hermano mayor, Ben (Corey Stall), un mafioso en ascenso que llega a manejar el club nocturno más concurrido y sofisticado de la ciudad. Poco a poco, mientras la vida sigue su curso y el tiempo va tejiendo su propia trama, al margen de los deseos de los personajes, todos terminarán, de una forma u otra, confluyendo en ese night club donde los políticos se codean con las estrellas y los gangsters, mientras en el escenario siempre se luce una ajustada banda de jazz, presidida por una cantante platinada.

“La vida a veces parece escrita por un escritor de comedias un poco sádico”, dice uno de los personajes de Café Society, y en la conferencia de prensa no faltó quien preguntara si ese escritor no era, por cierto, el propio Allen. “No lo pondría en esos términos, pero es verdad que tanto Vonnie como Bobby y su tío llevan unas vidas que, como muchos en Hollywood, termina siendo un poco triste, algo vacía. No es que quiera hablar mal de Hollywood, donde tengo algunos amigos, pero como saben siempre preferí a Nueva York. Y la Nueva York de los años 30 era una ciudad vibrante, plena de energía y creatividad, y quería que algo de este contraste se reflejara en la película.”

Alguien quiso saber si con Café Society Woody se había vuelto más romántico que de costumbre. “Aunque las mujeres de mi vida no siempre lo hayan visto de esa manera, siempre fui un romántico incurable. Crecí y me formé viendo el cine de Hollywood del período que retrato ahora y ese siempre fue esencialmente un cine romántico. Claro, no todas mis películas son románticas. Por ejemplo, Match Point no lo es en absoluto, como tampoco lo es Crímenes y pecados. Pero sin duda Café Society lo es.” Y muy nostálgica también: como ya lo probó con creces en Días de radio, La Rosa Púrpura de El Cairo, Disparos sobre Broadway o la reciente Magia a la luz de la luna, por citar apenas un puñado de sus films de época, el pasado es el paraíso perdido de Allen, esa tierra a la vez familiar y extraña a la que siempre parecería querer volver, como lo delatan las bandas de sonido de todas y cada una de sus películas, que privilegian (como sucede una vez más ahora, en Café Society) las grabaciones originales de las bandas de Benny Goodman y Count Basie.

“Fue una película que me demandó un poco más de esfuerzo que otras, y que también salió un poco más cara de lo que habitualmente salen mis películas, unos 30 millones de dólares; pero tuve el apoyo de Amazon, una empresa que ahora se dedica también a la distribución de películas online”, reconoció Allen. “Lo único que les pedí es que no la subieran a la web enseguida, que le permitieran tener a la película una vida propia en las salas como la han tenido todas mis anteriores. También es verdad que empecé filmando en Hollywood con Bruce Willis en el papel del tío de Bobby, pero la agenda de Bruce se complicó mucho y de común acuerdo decidimos que abandonaba la película y convoqué a Steve Carrell, que está estupendo.”

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