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Miércoles, 27 de julio de 2016
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Miguel Luis Kohan y El Francesito, un documental (im)posible sobre Enrique Pichon-Rivière

“Desbaratador de sistemas represivos”

Así define el realizador al padre de la Psicología Social, centro de un documental que escapa a las típicas “cabezas parlantes” y traza un recorrido de una vida con mucho de aventura: “más allá de las cuestiones teóricas, me cautivó como personaje”.

Por Oscar Ranzani
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“Pichon-Rivière es un personaje de mil facetas distintas, es imposible abarcarlas todas”, sostiene Kohan.

Considerado por muchos como “El Sigmund Freud argentino”, Enrique Pichon-Rivière (25 de junio de 1907 - 16 de julio de 1977) en realidad había nacido en Ginebra, Suiza, de padres franceses. Y en su infancia, más precisamente en 1910, vino a Buenos Aires con su familia para luego trasladarse a un pueblo de la provincia de Santa Fe, en la región conocida como Chaco santafecino. Por eso, su cultura estuvo impregnada de la cultura guaraní. La otra parte de su vida es más conocida: fue un médico psiquiatra, introductor del psicoanálisis en la Argentina y generador de la teoría de grupo conocida como “grupo operativo”. Pichon-Rivière fue también uno de los fundadores de la Asociación Psicoanalítica Argentina y el padre de la Psicología Social.

El documental El francesito, un documental (im)posible sobre Enrique Pichon-Rivière, de Miguel Luis Kohan (Café de los maestros) –que se estrena mañana en Bama Cine Arte–, aborda su figura de una manera sencilla para quienes no tienen conocimientos de psicología y con una estética cuidada que lo desplaza del típico documental de “cabeza parlante”, aunque recurre a las entrevistas. Y en el caso del hijo de Enrique Pichon-Rivière, Joaquín, cuando habla lo hace con una puesta en escena que simula una entrevista terapéutica, casi a modo de juego.

Kohan sabe de lo que narra: es médico, psicoanalista y egresado de la Escuela de Psicología Social. “En esa época yo ya tenía una imagen inicial de él, quizás una imagen más urbana de alguien que, a través de métodos alternativos, revolucionó la psiquiatría. Y más allá de las cuestiones teóricas me cautivó como personaje en sí mismo”, detalla Kohan.

–¿Por qué el título tiene ese juego de letras entre un documental posible y, a la vez, imposible?

–Porque cuando tomé la decisión de hacer el documental empecé a ver algo que yo ya intuía un poco: era un personaje de mil facetas distintas. Iba a ser imposible abarcarlas todas. Obviamente que uno como realizador de cine nunca intenta abarcar todo, pero cuando estás en la cancha y salís a jugar la película y rueda la pelota, la verdad es que no podés abarcar todo, pero por lo menos querés contar todo lo que deseas contar. Seguramente va ser incompleto, pero ni aun así alcanzaba. Era realmente imposible. Cuando tomé conciencia de eso, me relajé un poco y ahí empezó a fluir la película.

–Hay un juego con imágenes de la selva que Pichon-Rivière conoció en su infancia. En algún punto, ¿es como el recorrido de un niño mirando su vida?

–Hay algo de eso porque me sentí contagiado por ese universo, porque me fascinaba que Pichon haya tenido esa infancia selvática y en convivencia con monos y yacarés. Me dejé contagiar un poco por eso. Desde ese lugar, quizás hice un poco de interlocutor de Pichon, me habité en ese imaginario que yo creí ver de su infancia. A partir de ahí, me dejé llevar. Filmé desde paisajes hasta insectos. Creo que está ese punto de vista imaginario.

–Justamente habla de la infancia y el psicoanálisis demuestra que ese período es determinante en la vida de cualquier individuo. ¿Cómo fue en el caso de Pichon-Rivière, que vivió una infancia muy particular?

–Todos tenemos infancias particulares (risas). Lo que pasa es que no hay tiempo para hacer documentales de todos.

–Ni todos trascienden...

–Claro, además el Incaa se enojaría mucho con millones de proyectos (risas). Creo que todos tenemos infancias particulares. Lo que pasa es que la figura de Pichon es de una persona que ha trascendido por sobre otras porque tuvo sí una infancia muy particular: un suizo, de familia francesa, que a principios del siglo pasado llegó a la Argentina. De vivir en Ginebra se fue a vivir al Chaco santafesino, que en ese momento era tierra guaraní y de malones porque estaba la fricción entre la cultura blanca y occidental contra la de los pueblos originarios. El llegó en el momento en que ya empezaba esa fricción cultural. Pero la habitó desde un lugar muy respetuoso, porque eran franceses que habían mamado ideologías revolucionarias y vanguardistas. Y llegaron con ese bagaje. A la vez, se integraron. Y Pichon aprendió la cultura guaraní, no desde un lugar de alguien que viviera en Buenos Aires y dijera: “Qué interesante es el guaraní”. No lo hizo desde un lugar intelectual sino desde su infancia.

–¿Esa vinculación tan fuerte que tuvo con su entorno lo determinó después para aplicar la psicología social? Porque el psicoanálisis no tiene en cuenta el contexto...

–Ese tránsito que tuvo a través de la cultura guaraní, ese aprendizaje de lenguaje poético unido a la poesía francesa y de los poetas malditos, a través de su padre, y en ese contexto le dieron la posibilidad de descubrir lo que después él conceptualizaba como “el hombre en situación”. Con esa experiencia de vida no hubiera podido entender al hombre si no fuera en situación. A medida que fue evolucionando en su vida, transcurriendo y recorriendo (porque no vivió sólo en el Chaco santafecino), después se fue a Corrientes y recaló en Goya que, en ese momento le decían “Le Petit Paris”. Ahí empezó a tener contacto con el mundo urbano, con el psicoanálisis a través de un encuentro casual de la obra de Freud. Dicen que fue en un prostíbulo. Con esa visión de una cultura como la guaraní, donde el loco no es una persona a ser segregada sino que forma parte hasta de una cotidianidad, cuando Pichon llegó a ser nombrado director del Borda realmente le resultó incomprensible que el loco estuviera encerrado. Y encima maltratado y rodeado de la Alianza Libertadora Nacionalista, que dominaba el Borda. Entonces, empezó a utilizar herramientas que había aprendido consciente o inconscientemente en su infancia y adolescencia: el loco no tenía por qué estar en ese lugar. Fue un desbaratador de sistemas represivos. Pichon leyó claramente el dispositivo represivo de la locura. Era una especie de “Foucault argentino”, que se dedicaba a interpretar esa situación y a accionar. Ahí viene el otro gran tema de Pichon: era un brillante clínico porque algo que parece una nimiedad hoy en día, como es hacerle jugar fútbol a los internos, en esa época era un acto revolucionario. Que hubiera un grupo entre los enfermeros que eran los que más conocían a los pacientes para poder llegar a conocerlos mejor era directamente un acto subversivo.

–¿Era un hombre que no le tenía miedo a la locura y por eso pudo estudiarla?

–No le tuvo miedo a la locura porque, como decía él, tuvo la posibilidad de mirar fijo a los ojos a un puma. El decía que sostenía la mirada del puma. Y sostener la mirada del puma le permitió sostener en un futuro la mirada de la locura.

–¿Cómo influyó Pichon-Rivière para que la Argentina sea considerado hoy un país psicoanalítico?

–Bueno, es el introductor del psicoanálisis en la Argentina y el cofundador de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Entonces, le tocó ese lugar pero también hubo un terreno fértil para que eso ocurriera. La Argentina ya tenía un bagaje cultural y educacional. Había una clase educada que era caldo de cultivo para que el psicoanálisis prendiera como prendió en la Argentina.

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