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Jueves, 13 de octubre de 2016
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VIVIRE CON TU RECUERDO O LA OBSESION TRANSFORMADA EN PELICULA

El maldito objeto del deseo

Como un Philip Marlowe que recupera la senda de un caso del pasado, Sergio Wolf pretende darle voz a un pedazo de filmación que no la tiene, en una película sobre una mujer que no debería estar ahí: la ex estrella del tango Ada Falcón.

Por Horacio Bernades
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Cuando Wolf encontró a una Ada Falcón nonagenaria, ni los ases del tango sabían que la cantante estaba viva.

Duplicación de una obsesión. Casi sesenta años después del retiro de la mítica cantante de tangos Ada Falcón, a fines de los años ‘90 el realizador Sergio Wolf –ex director del Bafici– logró dar con ella en un asilo de ancianos próximo a la localidad de Cosquín. En ese momento, ni los propios ases investigadores del tango sabían siquiera que la nonagenaria intérprete de “Yo no sé qué me han hecho tus ojos” estaba viva. El empecinamiento fue lo que llevó a Wolf, junto a la correalizadora Lorena Muñoz (hoy en día directora de Gilda, no me arrepiento de este amor) a recorrer las polvorientas rutas del valle de Punilla, tras trajinar archivos bibliográficos, fílmicos, sonoros y radiales igual de polvorientos, hasta dar con una beata anciana en silla de ruedas, de memoria discontinua, que no sólo resultó ser la legendaria exestrella del 2x4 sino que aceptó dialogar con la pareja de porteños sub-40. Algo que en el instante del retiro había jurado no hacer nunca más. Esa hazaña parece no haberle bastado a Wolf. Ahora, tres lustros después de la película que testimonió ese hallazgo quimérico (Yo no sé qué me han hecho tus ojos, 2002), el realizador vuelve sobre ella, ya a solas, para intentar, como un aprendiz de brujo, el imposible dentro del imposible: darle voz a un fragmento que no la tiene, en la película sobre una mujer que no debería estar ahí.

¿Por qué se obsesiona Wolf? Daría la impresión de que por lo mismo que mueve a la mayoría de los obsesivos: la dificultad, la contrariedad, la maldición incluso del objeto del deseo. Es el propio Wolf el que habla de maldición, y también Lorena Muñoz, cuando al volver de entrevistar a Falcón, en aquel momento de fines de los ‘90, chocan en la ruta cordobesa. El auto gira sobre sí mismo, está a punto de dar unos trompos. En el accidente se pierde el “DAT” con la pista de sonido de una escena de diálogo entre Wolf y Falcón, filmada desde una posición de cámara semejante a una que sí quedó en el corte final de Yo no sé... ¿De qué se habló en esa escena? Wolf no lo recuerda. Para empujar un poco más el mito del malditismo, la lata con la escena (eran épocas de celuloide, y YNSQMHHTO se filmó en 16 mm) tampoco aparece. Ya aparecerá, en medio de una pila de cosas, cuando el realizador se vea obligado a retirar unas pertenencias que darán pasto a la obsesión. ¿Qué hacer con ese celuloide que no habla?

El autor de El color que cayó del cielo baraja la posibilidad de montar esa escena con sonido de otra (¿pero para qué, cuál es el interés de la escena en sí misma?), contrata a una persona muda para leer los labios (¡!) y, llevando la obsesión casi hasta el terreno del milagro, aprende a leer los labios él mismo. “Yo con vos no grabo más”, vocaliza Ada Falcón según descubre Wolf. “Ah, ¿no grabás más?”, representa ella misma al temible Francisco Canaro. Principal motivo, según se cuenta, de su reclusión. Es el regreso del detective Wolf, ahora en la línea del protagonista de la serie Lie To Me. Recuérdese que en YNSQMHHTO el realizador se representaba a sí mismo como un private eye de novela negra, ataviado con pilotito estilo Sam Spade o Philip Marlowe. ¿Existe acaso un sujeto de ficción más obsesivo que el detective? Como en El color que cayó del cielo, Wolf hace lugar a líneas de relato colaterales. Una es la consulta al colega y amigo Edgardo Cozarinsky, algo así como el sabio de la tribu, que le desaconseja rotundamente, por ramplona, la idea de la lectura de labios (que a pesar de eso Wolf desatienda su consejo es casi un gag). Otra es la visita a un museo Ada Falcón, montado en la que supo ser su casa, en la localidad cordobesa de Salsipuedes, previa a su reclusión en el asilo. Con ese nombre, era demasiado tentador incluirla.

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