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Jueves, 13 de octubre de 2016
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LAS INOCENTES, DE ANNE FONTAINE, CON LOU DE LAÂGE, AGATA BUZEK Y AGATA KULESZA

Sobre mujeres y sus circunstancias

A partir del personaje de una joven médica de la Cruz Roja que descubre que las monjas de un convento fueron violadas por soldados rusos, la directora arma un sutil entramado de coyunturas personales y aborda además el eterno tema de la fe.

Por Diego Brodersen
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La falta de condescendencia es uno de los signos más evidentes de la inteligencia del guión de Las inocentes.

Nada podría ser más diferente en el nuevo film de la franco-luxemburguesa Anne Fontaine respecto de su esfuerzo anterior, La ilusión de estar contigo (estrenada aquí tardíamente hace unos cuatro meses), que su tono e intenciones: si aquella era ligera y socarrona –aunque con alguna que otra pincelada dramática–, Las inocentes es dura y seria, sin que estos dos últimos términos puedan confundirse con la solemnidad. Y es que su tema así parece requerirlo: basada libremente en un hecho real pero muy poco conocido, la historia escrita a cuatro manos por Sabrina Karine y Alice Vial –más la habitual colaboración de Pascal Bonitzer en la adaptación y los diálogos– tiene como protagonistas a un grupo de mujeres sacudidas por los traumas de la Segunda Guerra Mundial. Es diciembre de 1945 y Polonia comienza a reconstruirse al tiempo que endurece su coraza de nuevo país comunista. En ese contexto, una joven médica de la Cruz Roja francesa llamada Mathilde (Lou de Laâge), enviada al lugar para asistir a sus compatriotas heridos, conoce el secreto mejor guardado de un monasterio de monjas: muchas de ellas fueron violadas repetidas veces por soldados rusos que violentaron y usurparon el lugar y, en varios casos, el resultado es un embarazo en sus últimas etapas.

Película sobre mujeres a pesar del importante papel secundario de un médico también francés, Las inocentes retrata al grupo de clausura a través de la mirada (escéptica, científica, moderna y “comunista”, según sus propias palabras) de la joven doctora. Además, contrasta ambos universos desde un primer momento, para ir construyendo con el correr de las escenas un posible acercamiento y entendimiento a partir de la empatía y el humanismo más visceral, aquel que surge del contacto y la experiencia personal. La situación de violencia vivida por Mathilde a manos de un grupo de hombres puede parecer un giro del guión demasiado obvio para relacionar su experiencia con la de las religiosas, pero el hecho resulta no sólo verosímil, sino que se transforma en el elemento necesario para que la historia avance más allá de lo anecdótico, una vez pasado el shock narrativo inicial. De hecho, lo mejor de la película es el sutil entramado de coyunturas personales y la influencia de las cambiantes situaciones políticas, sociales e institucionales, además del eterno tema de la fe, que cada una de las mujeres interpreta e interpela de maneras muy diversas.

Esa falta de condescendencia es uno de los signos más evidentes de la inteligencia del guión: una mirada menos preocupada por las criaturas que está retratando podría haber tomado más a la ligera (o descripto menos concienzudamente) el calvario de las “esposas de Jesús”, enfrentadas a la existencia concreta de la vida que crece en el interior de sus cuerpos, consecuencia directa de un acto de violencia extrema. Incluso los personajes en apariencia más inmunes al sufrimiento ajeno –en algunos casos por simple habituación, en otros por razones muy específicas (“Los únicos polacos que me importan son los que estuvieron en el gueto de Varsovia, el resto me resulta indiferente”, afirma el médico francés, de origen judío)– terminan resultando seres mucho más complejos o problemáticos de lo que las primeras apariencias parecerían indicar. En ese sentido, resulta paradigmática la Madre Superiora interpretada con especial atención a los detalles gestuales por la polaca Agata Kulesza, la misma actriz que en Ida había encarnado a la jueza que acompañaba a la “monja judía” a buscar sus raíces.

Fontaine opta rigurosamente por una fotografía de tonos fríos y opacos para apoyar visualmente una historia que nunca cae en la tentación del preciosismo de la reconstrucción histórica o la entrega servil a las buenas intenciones. Y que, más allá de apoyarse en diálogos que resultan de esencial importancia para la comprensión cabal de esas mujeres y sus circunstancias, escapa al concepto del personaje como mero emisor de ideas y emociones. Película bilingüe por necesidades de producción y lógica narrativa, Las inocentes retrata un universo cuya lógica ética y/o moral ha dado un giro de 180 grados, en el cual los dilemas personales de cualquier miembro de una orden religiosa se ven confrontados como nunca a los límites impuestos por la propia institución y por la más convulsionada de las sociedades.

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