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Sábado, 14 de octubre de 2006
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ADIOS A GILLO PONTECORVO, LEYENDA DEL CINE ITALIANO

El cine político como acto de amor

El director de La batalla de Argelia y Queimada, fallecido en Roma a los 86 años, estaba considerado la gran figura ética del cine italiano. Fue militante, partisano, periodista, agitador cultural y cineasta comprometido.

Por Luciano Monteagudo
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Pontecorvo filmó por última vez durante el G-8 de Génova.

“Un film es una especie de tigre, al que uno debe montar y cabalgar. Si todo va bien, el tigre te lleva a tu destino, pero si no te puede devorar.” Así definía su relación con el cine Gillo Pontecorvo, casi diez años atrás, en una entrevista con Página/12, cuando visitó la Argentina por última vez. Por ese entonces, hacía ya mucho tiempo que el legendario director de La batalla de Argelia y Queimada –fallecido en la noche del jueves en Roma, a los 86 años– no filmaba, pero Pontecorvo tenía muy claras sus razones. “Decidí que volveré a filmar –decía– sólo y exclusivamente si estoy enamorado de una idea. Hacer una película simplemente por hacerla, me han propuesto cincuenta, pero hacer cine como mero oficio no me interesa. Total, yo vivo con poca plata. Me ne frega.”

Considerado “la gran figura ética del cine italiano”, como lo definió ayer su amigo Fernando “Pino” Solanas, Pontecorvo nació en Pisa (norte de Italia) el 19 de noviembre de 1919, en el seno de una familia de origen judío, y tuvo que emigrar a París junto con su hermano Bruno, tras la persecución antisemita impulsada en su país por Benito Mussolini. Desde el exilio tomó contacto con la resistencia italiana y en 1941 adhirió al Partido Comunista, en el que militaría durante muchos años, coordinando acciones de los partisanos desde las regiones italianas del norte de Piamonte y Lombardía. En 1946, fue Paisá, de Roberto Rossellini, la película que lo impulsó a dejar el periodismo –dirigía la revista Pattuglia (Patrulla)– y a entrar en el mundo del cine. Sus inicios fueron como documentalista, hasta que su cortometraje Giovanna, con Simone Signoret e Yves Montand, integró un film en episodios titulado La rosa dei venti (1956), sobre el tema de los derechos de la mujer. Ese mismo año, ante el avance de los tanques soviéticos en Hungría, rompió su carnet del PCI y prefirió la independencia partidaria, siempre desde el humanismo de izquierda.

El primer largometraje de Pontecorvo, en 1957, le valió el premio mayor del Festival de Karlovy-Vary: fue El gran camino azul, protagonizado por Alida Valli y su amigo y correligionario Montand. Y dos años después estrenó Kapo, ambientada en un campo de concentración nazi, un film que con los años se hizo famoso, pero por razones negativas: fue el disparador de un célebre texto teórico de Serge Daney, “El travelling de Kapo”, inspirado a su vez en una lapidaria crítica de Jacques Rivette en los Cahiers du Cinéma, titulada “De la abyección”. Allí Rivette –cineasta también él mismo– decía: “Observen en Kapo el plano en que Emmanuelle Riva se suicida arrojándose sobre los alambres de púa electrificados: el hombre que en ese momento decide hacer un travelling hacia adelante para encuadrar el cadáver en contrapicado, teniendo el cuidado de inscribir exactamente la mano levantada en un ángulo del encuadre final, ese hombre merece el más profundo desprecio”.

La famosa cuestión del travelling como cuestión moral (en ese caso la funesta estetización de la muerte) debe haber pegado fuerte en Pontecorvo, que en su película siguiente dio una vuelta de campana hacia la sobriedad y el ascetismo y concretó su obra maestra, La batalla de Argelia, premiada en 1965 con el León de Oro de Venecia. Con un estilo documental y cargado de tensión, Pontecorvo realizó la película con los mismos protagonistas de la lucha de la liberación argelina y reconstruyó los sangrientos enfrentamientos entre los soldados del coronel francés Mathieu y los combatientes del Frente de Liberación nacional argelino, hacia fines de la década del ’50. La batalla... expuso por primera vez las torturas y desapariciones como estrategia de la contrainsurgencia militar francesa, que luego fue exportada a Vietnam y, de allí, a las dictaduras latinoamericanas, a través de la Escuela de las Américas, de las fuerzas armadas estadounidenses.

En 1969, Pontecorvo logró su segundo gran éxito de crítica y público con Queimada, con Marlon Brando como el aventurero William Walker. “Durante el rodaje debo confesar que nos peleamos a muerte –recordaba en aquella entrevista con Página/12–, pero hoy lo considero una persona excepcional, porque a diferencia de tantos actores y estrellas norteamericanos que he conocido (no todos, pero la mayoría), Brando es un hombre de una gran cultura y de ideas políticas y morales muy firmes, con las que es totalmente consecuente.”

Pontecorvo volvió a filmar recién diez años después, en 1979, con Operación Ogro, sobre el atentado a manos de la banda terrorista ETA que le costó la vida en Madrid al almirante Luis Carrero Blanco, por entonces presidente del gobierno de la dictadura de Francisco Franco. Desde aquella época casi no volvió a filmar –fue director de la Mostra de Venecia entre 1992 y 1996–, pero reapareció con el documental Otro mundo es posible, rodado junto a otros directores italianos sobre las protestas durante la reunión del G-8 en Génova en el 2000. Se había vuelto a enamorar.

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