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Viernes, 5 de enero de 2007
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“MOOLAADE”, DE OUSMANE SEMBENE, PATRIARCA DEL CINE AFRICANO

Una fábula sobre el heroísmo

La película narra la imaginaria rebelión de las mujeres de una aldea de Burkina Faso en contra de la ablación clitoridiana.

Por Horacio Bernades
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Primer film del Africa negra que tiene aquí estreno comercial.

9

MOOLAADE
Senegal/Francia/Burkina Faso/Camerún/Marruecos/Túnez, 2004.

Dirección y guión: Ousmane Sembene.
Fotografía: Dominique Gentil.
Música: Boncana Maïga.
Intérpretes: Fotoumata Coulibaly, Maimouna Hélène Diarra, Salimata Traoré, Dominique Zeïda, Mah Compaoré, Aminata Dao.
Se exhibe en el Malba (sábados y domingos a las 20, en 35 mm) y en el Cosmos (todos los días, en proyección DVD).

Como un cuento oral es Moolaadé, el film más reciente del legendario Ousmane Sembene, patriarca absoluto del cine africano. Transparente, didáctica y llena de color, pero tan depurada en términos narrativos como visuales, Moolaadé es el primer film del Africa negra que llega a salas comerciales en toda la historia de la exhibición cinematográfica en la Argentina. Premiada como Mejor Película en la sección Un certain regarde del Festival de Cannes y exhibida en el Bafici 2005, Sembene completó este noveno film de ficción de su carrera casi cuarenta años después de haberla iniciado, en 1966, con La noire de..., considerada el primer largometraje jamás realizado en el Africa negra. En el momento de rodar Moolaadé, este senegalés de gran porte contaba con 80 años. Hace cuatro días cumplió los 84 y ya prepara su nuevo film, tercera pata de una trilogía dedicada “al heroísmo cotidiano en el Africa contemporánea”, de la cual Moolaadé constituye el segundo peldaño.

Ex obrero de la construcción, ex mecánico y trabajador portuario, miembro del Partido Comunista durante su estadía en Francia, la voluntad de cambio político atraviesa la obra entera de Sembene, muy dilatada en el tiempo y sin embargo escasa. Moolaadé no es la excepción. El opus 9 de Ousmane Sembene narra la imaginaria rebelión de las mujeres de una aldea de Burkina Faso, en contra de la ablación clitoridiana. Una práctica cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos, la salindé apunta a la “purificación femenina” y aún se ejerce en 25 países africanos –la mayoría de ellos de religión islámica–, siempre en niñas de 4 a 9 años y con un considerable porcentaje de bajas. En el comienzo de Moolaadé, cuatro nenas piden protección a una vecina llamada Collé, que tiempo atrás había rehusado permitir la ablación de su hija. De inmediato, Collé tiende un cordel delante de su casa y refugia allí a las cuatro pequeñas rebeldes. Ha quedado proclamada la moolaadé, suerte de “derecho de asilo” que en comunidades subsaharianas tiene valor jurídico.

De allí en más es el enfrentamiento de este pequeño grupo femenino contra las instituciones de la aldea, representadas por el consejo de ancianos, los poderosos del lugar y las autoridades religiosas. Lo suficientemente pedagógica como para incluir, en su resolución, frases que sintetizan el conflicto casi como moraleja, Moolaadé se remata en un doble final. El primero es trágico y pesimista. El otro, tan venturoso como un cuento de hadas. En más de una entrevista el octogenario cineasta (que cuenta además con una importante producción literaria) ha declarado su intención de entroncar la película con la tradición inmemorial del cuento oral, que en muchos países africanos sigue vigente. Esto explica su carácter de sencillísima fábula educativa, dirigida antes a los conciudadanos que al público cultivado del resto del mundo. Claro que la propia operación de asimilación a la tradición oral termina siendo lo suficientemente sofisticada como para impulsar al espectador culto a descubrir nuevas capas de lectura.

Así como las mujeres alzadas pueden ponerse a cantar y bailar en medio de la situación más ominosa, Sembene narra esta densa historia de mutilaciones, flagelaciones públicas, sometimiento femenino y muerte infantil con colores vivísimos (el mostaza de las paredes, los rojos y azules eléctricos de los baldes plásticos, la variedad tonal de los vestidos) y un buen humor próximo al costumbrismo. Este aflora sobre todo en los contactos entre comadres, así como en la figura de un vendedor ambulante a quien todos llaman El Mercenario. Suerte de polirrubro con rueditas, a la hora de la verdad el pícaro terminará comportándose como héroe y mártir. El otro recién llegado de relevancia es el prometido de la hija de Collé. Viene de estudiar en Francia, se presenta ataviado a la usanza occidental y se opone al establishment comunitario que su padre encarna.

En ambos se materializa la oposición entre modernidad y atraso que es central a la película, y que el ilustrado Sembene termina fijando en una imagen visual tan simple como sintética. En primer plano, la pila de radios que los hombres del pueblo confiscaron a sus mujeres, para evitar que la información las corrompa. Detrás, la mezquita del pueblo, a la que sólo ingresan los varones. Finalmente, un montaje de clara raíz eisensteiniana –la formación cinematográfica de Sembene tuvo lugar en la ex Unión Soviética– terminará oponiendo la cúspide de la mezquita con una antena de TV. Lo cual es una forma de recordar que en ciertas culturas la caja boba puede ser una ventana al mundo.

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