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Viernes, 26 de enero de 2007
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“MI NOMBRE ES TSOTSI”, DEL SUDAFRICANO GAVIN HOOD

Cuando la calle se convierte en jungla

El clima tenso y un montaje que, a diferencia de Ciudad de Dios, no concede nada al clip visual, contrapesan toda tentación glamorizadora en este relato sobre la vida en los márgenes, que ganó el Oscar al mejor film extranjero y empieza cuando un ladrón se encuentra escapando en un BMW con un bebé a bordo.

Por Horacio Bernades
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Presley Chweneyagae es capaz de poner los pelos de punta y, al mismo tiempo, suscitar empatía.

Si no estuviera basada en una novela escrita hace más de 40 años, podría sospecharse que los responsables de Mi nombre es Tsotsi hallaron cierta forma de “inspiración” en la argentina El cielito. Allí, el cuidado de un bebé posibilitaba una suerte de redención a un chico de la calle, como sucede también en este film sudafricano, ganador del Oscar al Mejor Film Extranjero 2006. Tanto el film de María Victoria Menis como el de Gavin Hood, nativo de Johannesburgo, cuentan con un antecedente casi tan viejo como el cine. En 1920, John Ford filmó Marked Men y varias décadas más tarde la rehízo, con el título de Tres hijos del diablo. En ambos casos, un grupo de forajidos alcanzaba una forma de salvación de matriz resueltamente religiosa, gracias al encuentro casual con un recién nacido.

Protagonizada por un grupo de violentos muchachos negros en la Sudáfrica post apartheid, Mi nombre es Tsotsi es mucho más brutal, y a la vez más estetizante, que todas sus congéneres. Filmada en Cinemascope y bañada en tonos dorados, duraznos y verdosos, la tercera película de Gavin Hood se abre con una de esas escenas que no dejan indiferente a nadie. En el subte y con desalmada frialdad, el protagonista y los integrantes de su pandilla asesinan a un pasajero para robarle unos miserables rands. Enseguida, por una simple nimiedad, Tsotsi (Presley Chweneyagae) deja a uno de sus compañeros con el rostro bañado en sangre. De inmediato y antes de intentar robarle a un pobre inválido que anda en silla de ruedas, el muchacho dispara a sangre fría sobre una mujer, le roba su BMW y encuentra, en el asiento de atrás, un bebé.

Todo eso ha sucedido en escasos minutos, convirtiendo ese comienzo en una verdadera lluvia de salvajismo y sordidez que mueve a preguntarse hasta qué punto no se está aquí frente a una fábula construida sobre las peores fantasías racistas. La feroz expresión del protagonista y alguno de sus secuaces, agigantada por la suma de primeros planos y pantalla ancha, elevan el efecto a la enésima potencia y lo ponen al borde mismo de su degradación manipuladora, más conocida como efectismo. Pero la presencia del bebé suavizará de a poco a Tsotsi (que en el lenguaje callejero quiere decir algo así como “matoncito negro”), moderando también el tremendismo inicial. Con encuadres imponentes, hablada en dialecto y propulsada por música kwaito, Mi nombre es Tsotsi podría parecer, a primera vista, una de esas películas que denuncian la violencia de los más pobres mientras la explotan en su beneficio, al estilo de la neocelandesa El amor y la furia o la brasileña Ciudad de Dios.

Sin embargo, allí donde cabría esperar lo peor, con el bebé pasando de mano en mano, seguro destino de sangre para el protagonista y una posible moraleja final, el director (autor también del guión, basado en la novela de su compatriota Athol Fugard) no condesciende al golpe bajo. Hood muestra, en las instancias finales, un sentido de la mesura, del que sus colegas Lee Tamahori y Fernando Meirelles no hacían gala precisamente. También en lo estético podrá hallarse un parentesco entre la película de Hood y las nombradas (serie a la que perfectamente podría sumársele el miserabilismo chic de Sudeste). Gavin Hood apela a un tratamiento fotográfico de tonos saturados y texturas densas, que desde la primera imagen convoca más a la degustación que al malestar.

El tenso clima y un montaje que, a diferencia de la película de Meirelles, no concede nada al clip visual, contrapesan toda tentación glamorizadora. En el elenco, de dientes apretados, sobresale claramente Presley Chweneyagae. Debutante, Chweneyagae es capaz de poner los pelos de punta y, al mismo tiempo, suscitar la clase de empatía que despiertan aquellos a los que alguna vez Luis Buñuel llamó Los olvidados.

7-MI NOMBRE ES TSOTSI

(Tsotsi) Sudáfrica/Gran Bretaña, 2005

Dirección y guión: Gavid Hood, sobre novela de Athol Fugard.

Fotografía: Lance Gewer.

Intérpretes: Presley Chweneyagae, Terry Prieto, Kenneth Nkosi, Mothusi Magano y Zenzo Ngqobe.

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