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Martes, 7 de agosto de 2007
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CARLOS SAURA HABLA DE “FADO”, SU NUEVA PELICULA MUSICAL

“Los puristas me matarán”

El fado es la estrella del nuevo film de Saura, protagonizado por Carlos do Carmo, una leyenda de la música portuguesa.

Por CARLOS GALILEA*
desde Madrid
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“Soy muy poco ortodoxo”, dice el director español.

Carlos Saura, uno de los nombres más universales del cine español, y Carlos do Carmo, referencia indispensable del fado contemporáneo, se encontraron en un céntrico hotel de Madrid para conversar. Carlos do Carmo –“Soñaba con la película y he insistido tanto para que se haga... Nunca en mi vida había ido a pedir dinero a la municipalidad o a los bancos”– fue uno de los instigadores del largometraje que Carlos Saura –“Yo ya había pensado que me quedaba por hacer una película sobre el fado”– tiene previsto presentar en el Festival de San Sebastián, en septiembre.

“Cuando Carlos Saura dijo que sí a la película sentí tanta alegría que, de haber podido, me habría emborrachado”, cuenta en un correctísimo castellano Carlos do Carmo, de 67 años, que se cuida mucho desde que sufrió un aneurisma. Fados muestra la influencia de Africa en el fado a través de los bailes. “Por lo que he leído –dice Saura–, los prohibió Salazar porque le parecían obscenos.” Carlos do Carmo explica que hace treinta años se produjo un cambio profundo en la vida de los portugueses: “A mi generación le enseñaron en la escuela que Portugal empezaba en Lisboa y acababa en Dili. Fue el último imperio que tuvo Europa. Y hay muchas heridas todavía. Hay que dar tiempo. Creo que la gente va a asimilar esa riqueza inmensa, pero el pensamiento portugués es muy asimétrico, la vida portuguesa es muy asimétrica. Cada día más se concentra en unos pocos y hay muchos fuera del contexto. Es un país realmente difícil”.

El tango, el jazz, el fado o el flamenco nacen casi en la misma época. “En puertos, en lugares donde hay un tráfico marítimo importante. Era cosa de tabernas, prostíbulos... envuelta en un halo de pecado”, dice Saura riendo. Un diccionario antiguo definía fadista como “chulo, proxeneta o meretriz”. El fadista tenía muy mala reputación. Su figura era la de un tipo con tatuajes y navaja. El cantante cuenta que lo suelen llamar periodistas para preguntarle sobre cualquier cosa. “Y luego me dicen: ‘Carlos do Carmo, ¿qué pongo?, ¿cantante?, ¿músico?” Yo les digo que fadista. “¿De verdad que no le importa?”

Probablemente nunca se haya hablado tanto de fado como ahora. “Creo que hay mucha más gente a la que le gusta el fado de lo que pensamos”, asegura Saura. “Cada vez que alguien me dice ‘¿qué estás haciendo?’, y le cuento que una cosa sobre los fados, oigo: ‘Qué bonito el fado, pero es una música tan triste’...”. “Si tenemos el menor, que es triste, el mouraria animoso y el corrido que se baila, ¡hombre!, ¿por qué ha de ser siempre triste?”, se pregunta el portugués. Una explicación: Salazar se apoyó en tres efes: fado, fútbol, Fátima. La trilogía del Estado Novo. “Cuando empecé a cantar, la gente que me escuchaba era el público de mi madre (la gran Lucília do Carmo), los más viejos. Pero gente joven empezó a seguir el camino conmigo. Después del 25 de abril de 1974, cierta izquierda empieza a decir: ‘Acabemos con el fado porque tiene que ver con la dictadura’. Me quedé muy sorprendido. Como es público en mi tierra, soy un hombre de izquierdas y nunca me habían dicho que el fado era fascista. Antes del fascismo, el fado que se cantaba era de una contestación social fortísima. Poco a poco los fados se tornaron tristes y tristes y tristes (pone voz compungida). Fue un trabajo de 48 años lo que logró llevar el fado hasta ahí. Ahora hay que devolverle la libertad.”

A los puristas del fado, alérgicos por lo general a las innovaciones, la película no les va a ahorrar sobresaltos: hay brasileños, mexicanos, caboverdianos y españoles cantando. Saura lo justifica: “Soy muy poco ortodoxo. Tiene que haber un poco de riesgo, de aventura, en lo que uno hace. Lo que me interesa es qué va a pasar mañana con el fado. Las músicas de origen más o menos popular interesan porque están vivas, por la posibilidad de renovación. Creo que la vitalidad del fado radica en eso. Y en el flamenco pasa lo mismo, porque hay una ortodoxia que se debe cumplir y una heterodoxia que se saltan dos con mucho talento que dan el paso adelante”.

“Yo empecé hace treinta años con Un hombre en la ciudad y decían: ‘Esto no es fado, es canción’. Ahora dicen que es un clásico, no entiendo nada”, dice Carlos do Carmo, socarrón. “Si te hago leer las críticas de entonces no vas a creerlo. ‘Que su madre sí es una fadista, pero él no’... Y ahora (pone voz solemne): ‘¡Es una cosa!’...” Aunque todavía no ha visto la película, cree que sabe lo que se va a encontrar. “A partir de cierto momento he empezado a ver que Carlos había abierto todo un universo. Vamos a recibir de los conservadores.” Y se ríe Carlos Saura: “A mí me van a matar, ¡dilo!”.

Carlos do Carmo opina que están llegando al mundo del fado artistas con mucha calidad. “Gente joven que toca y que canta muy bien. Pero tengo miedo de que el esfuerzo de mercadotecnia sea superior al contenido. No sé si estoy siendo claro. El fado es una canción muy vieja y tienen mucho que aprender. Cuando pienso en lo que yo sabía cuando tenía 29 años, siento vergüenza.” “Eso nos pasa a todos. Pensábamos saber mucho y no sabíamos nada”, apostilla Saura.

Para Amália Rodrigues, que amaba el cante, admiraba a Carmen Amaya y hasta afirmaba tener una costilla gitana, la diferencia entre fado y flamenco consistiría en que mientras el portugués llora, el español se rebela. “Pienso que Portugal es un país más nostálgico, más sensible, y España un país mucho más elemental, más fuerte”, reflexiona Saura. “Las grandes figuras del arte español, quitando a alguno muy refinado como Velázquez, que era medio portugués, tienen un aspecto un poco bárbaro. Ves a Goya, a Picasso, a Buñuel... y parecen salir de una roca. Son capaces de ser brutales y enormemente delicados.”

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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