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Viernes, 10 de agosto de 2007
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“MOLIERE”, DE LAURENT TIRARD, CON ROMAIN DURIS

Un retrato del artista cachorro

A partir de un agujero negro en la biografía de Molière, cuando todavía no había escrito las obras que lo harían inmortal, la película de Laurent Tirard imagina un episodio seminal en la vida y obra del autor, al que convierte en una ligera, romántica comedia de enredos.

Por Luciano Monteagudo
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Ludivine Sagnier y Romain Duris, envueltos en una trama de máscaras y equívocos.

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MOLIERE
(Molière) Francia, 2006.

Dirección: Laurent Tirard.
Guión: Laurent Tirard y Grégoire Vigneron.
Fotografía: Gilles Henry.
Música: Frédéric Talgorn.
Intérpretes: Romain Duris, Fabrice Luchini, Laura Morante, Edouard Baer y Ludivine Sagnier.

Para aquellos memoriosos que todavía recuerden el Molière de Arianne Mnouchkine (que llegó a Buenos Aires hace casi treinta años, primero en funciones especiales de la Cinemateca y luego, a raíz de su enorme convocatoria, como estreno comercial), la primera aclaración que cabe hacer es que este Molière es muy distinto. Mientras el de Mnouchkine era un fresco ambicioso, de grandes dimensiones, que recorría buena parte de la vida y obra del autor de Tartufo y pintaba la Francia del Rey Sol, con un especial énfasis en el mundo del teatro (que es también el de la autora), el film de Laurent Tirard por el contrario se propone más modesto, apenas un divertissement alrededor de un episodio en la vida de Jean-Baptiste Poquelin.

Claro, no es un episodio cualquiera, sino aquel que habría inspirado algunas de sus obras más célebres, desde El burgués gentilhombre hasta El misántropo pasando por Las mujeres sabias, Las preciosas ridículas y Los enredos del Scapin, de las cuales ahora en la película aparecen fragmentos, ecos, embriones, en una trama casi vodevilesca. El Molière que imaginan el director Tirard y su coguionista Grégoire Vigneron –aprovechando un agujero negro que ningún biógrafo ha logrado completar– es un actor joven, de mala muerte, empeñado en hacer con su compañía insufribles representaciones de Corneille, porque tiene en la más alta estima la tragedia, al mismo tiempo que desdeña la farsa, a la que considera inferior. Corre el año 1644, el personaje tiene apenas 22 años y solamente en sus noches de borrachera se atreve a imaginar –ante la risa burlona de sus colegas– que “algún día el francés será sinónimo de la lengua de Molière”.

Acosado por las deudas, el joven Jean-Baptiste (Romain Duris) va a parar a la cárcel, de la que sale de la manera más impensada: monsieur Jourdain (Fabrice Luchini), un burgués presumido, de mucha fortuna y con ciegas aspiraciones de nobleza, le propone resolver sus problemas económicos a cambio de unas clases de actuación, que le permitan seducir a Célimene (Ludivine Sagnier), una voluble cortesana con aires de refinamiento. Para llevar a cabo su cometido, monsieur Jourdain presenta a Jean-Baptiste en su castillo como un austero tutor privado, algo que Elmire (Laura Morante), la bella e inteligente señora Jourdan, nunca termina de creer. La misma desconfianza alimenta a un noble en desgracia (Edouard Baer), que pretende aprovecharse de la ingenuidad del señor Jourdain para incrementar sus arcas personales. Estos escollos no le impedirán al joven actor salvar su propia deuda, hacer entrar en razones a su patrón, poner en su lugar a la decadente nobleza y, por qué no, enamorar a la señora Jourdain.

De estos enredos el bueno de Molière habría sacado materia para sus mejores obras y habría comprendido, a diferencia de lo que creía hasta entonces, que con la comedia también es posible alcanzar las alturas de la tragedia. No es el caso de la película de Laurent Tirard (un director formado como crítico en las páginas de la revista Studio), que se contenta con ir tejiendo una trama ligera, romántica, no siempre cómica. La puesta en escena, más que clásica, se diría que es meramente convencional. Y los mayores aciertos de la película no hay que buscarlos en el protagónico de Romain Duris –un actor con cierta tendencia al desborde, quizá como producto de su experiencia en El extranjero loco, de Tony Gatlif– sino de Fabrice Luchini como un impecable, canónico Jourdain, y de Laura Morante como su esposa, una mujer sabia, como hubiera querido Molière.

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