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Miércoles, 24 de octubre de 2007
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ENTREVISTA A ANTON CORBIJN

“Joy Division me hizo ser quien soy”

El hombre que les cambió la cara a Depeche Mode y U2 pega el salto con Closer, película que retrata la torturada vida del cantante Ian Curtis. Y advierte: “Me gusta el cine y me voy a quedar”.

Por Gregorio Belinchon *
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“Estoy un poco harto de la etiqueta de fotógrafo del rock. Trabajé en muchas disciplinas.”

En julio de 1979, un amigo de Anton Corbijn le llevó a casa Unknown pleasures, el primer disco de Joy Division. “No me impresionó mucho, la verdad. Pero volví a escucharlo y entonces sí me absorbió su magia. Y eso que en aquellos años no entendía bien las letras porque mi inglés era muy flojo.” Corbijn (nacido en Strijen, Holanda, en 1955) hizo las valijas y, tras un lustro haciendo fotografías en conciertos por su país, se mudó en octubre a Londres. Retrató en Manchester ese mismo otoño a Joy Division –“Lo había convertido en mi misión”–, en una instantánea elevada a la categoría de mítica tras el suicidio seis meses más tarde de su cantante, Ian Curtis. Pero también fotografió a todos los grandes de la música, dirigió más de ochenta videos musicales, publicó una docena de libros con sus fotografías, transformó la imagen de Depeche Mode y de U2. Se convirtió en el gran retratista del rock en blanco y negro. Una estrella multimedia, muy alejada de aquel timorato hijo de un pastor protestante rural que hacía fotos con la cámara de su padre a músicos “porque la música era lo que entonces me motivaba”.

Hace dos años, Joy Division volvió a su vida: a Corbijn le propusieron rodar Control, un biopic sobre Ian Curtis. “Tuve que respirar profundamente y calmarme. Joy Division me hizo mudarme desde Holanda y ser quien soy. Rechacé entonces el proyecto, porque no quería que la gente pensara ‘Uf, una película sobre un rockero hecha por un fotógrafo de rock’. Seis meses después, lo volví a pensar; con lo que supuso esa banda en mi vida, tenía que aceptarlo.” Ahora se reedita, gracias a las compañías Warner y Rhino, la escasa obra discográfica de Joy Division: Unknown pleasures y Closer, los dos álbumes oficiales (a los que se les agregaron sendas grabaciones de conciertos inéditos), y Still, la recopilación de rarezas y versiones que sirvió de puente para que Joy Division, tras el fallecimiento de Curtis, se convirtiera en New Order. Además, se anuncia la edición en castellano de Touching from a distance, la biografía escrita por Debbie Curtis, viuda de Ian, en la que se basa el guión de Control. Y, por supuesto está el film de Corbijn, estrenado el 7 de octubre en el Reino Unido y que pudo verse en el último Festival de San Sebastián.

Para hablar del mito Curtis, Anton Corbijn aparece displicente, alto, fibroso, con traje y zapatillas. Taumaturgo de la imagen, controla la suya y lucha contra el fotógrafo que lo retrata. “Estoy un poco harto de la etiqueta de fotógrafo del rock. Trabajé en muchas disciplinas: videos musicales, diseño de escenarios... Llevo años pensando en dirigir una película de ficción, pero tenía claro que si daba el salto debía hacerlo mejor que cualquier otro experto en el tema que eligiese. Lo sé: suena a poca confianza en mí mismo. Puede ser, porque sólo cuando surgió este proyecto que me llega tan hondo pude dar el paso adelante.” Antes de proseguir, insiste en liberarse de los tópicos ro-ckeros: “Edité una docena de libros con mi obra. De ellos, sólo cuatro están centrados en famosos, y en dos de las portadas aparecen Clint Eastwood y Danny DeVito, en posturas atípicas. Soy un retratista. Y por cierto, no hice un film musical, sino una historia de amor con una gran música de fondo”.

Una historia protagonizada, desde luego, por Ian Curtis, cantante de Joy Division, banda reina del afterpunk británico. En mayo de 1980 se disolvieron tras el suicidio de Curtis y sólo dos álbumes de estudio. De sus cenizas nació New Order: son los grandes tiempos de Factory, del gurú musical Tony Wilson, fallecido en agosto tras ver el film. Control despacha dos horas en blanco y negro de deslumbrante inmersión visual en la miserable vida de Ian Curtis, un pibe culto que odia su creciente status de figura del rock, un enamorado que naufraga emocionalmente entre el amor a su mujer, de la que llega a divorciarse, y una periodista belga, un creador que languidece en una ciudad gris de una Inglaterra gris. Corbijn llegó a conocerlo: “Era un tipo agradable y a la vez un bastardo en el amor. Una bonita paradoja. Al rodar, intenté ser lo más neutral posible, con sus chicas y con él. Quería incidir en que era un maníaco del control, probablemente por la vergüenza que le daban sus ataques epilépticos, que lo dejaban desguarnecido. Muestro lo anodino de su vida: pasaba mucho rato en su habitación, trabajaba en una oficina de búsqueda de empleo. Rodé en la misma casa en que vivió Ian y en la calle por la que iba a trabajar. Tuvimos que reconstruir todos los interiores en el estudio porque su hogar era muy pequeño, oscuro. Es increíble que alguien pudiera vivir allí”. A Corbijn aún le provocan escalofríos las visitas de Tony Wilson y Debbie Curtis al plató, que crearon una extraña confrontación entre realidad y reconstrucción.

El 18 de mayo de 1980, a los 23 años, Curtis vio en la tele Stroszek, un torturado drama de Werner Herzog, puso The idiot, de Iggy Pop, y se ahorcó en la cocina, aprovechando que su ex esposa estaba fuera. “Es difícil entender por qué alguien se suicida. Personalmente creo que fue culpa de su epilepsia y de su mezcla de alcohol y medicinas. También lo empujó el divorcio, la sensación de bloqueo que le provocó el amor por dos mujeres... Todo se le hizo pesado.” Control habla del hastío generacional, de horas pasadas en lóbregas habitaciones fumando y escuchando música. “Usé el blanco y negro porque así recordamos a Joy Division: las imágenes que quedaron de ellos, sus apariciones en televisión... Sólo tenían esos tonos. Además, cuando me mudé, a fines de los ’70, a Inglaterra todo era gris.” Otra apuesta arriesgada: la elección de un actor casi desconocido, Sam Riley, de hipnótica similitud al Curtis original, que baila con sus movimientos espasmódicos y transporta al espectador hacia el dolor interior de Ian. “Desde luego, su aparición fue una intervención divina. Le da al film una calidad documental.” ¿Y ahora que hará Corbijn? “Me planteo volver a Holanda: salí por Joy Division y terminé ese ciclo. En cuanto al trabajo, ya tengo el siguiente proyecto en marcha. Será un thriller, del que no puedo contar nada más. Me gusta el cine y me voy a quedar.”

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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