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Jueves, 10 de enero de 2008
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“EL MUNDO MAGICO DE TERABITHIA”, BASADA EN UNA NOVELA DE KATHERINE PATERSON

Ahora la fantasía vuelve a escala humana

A diferencia del gigantismo patentado por Harry Potter, el film del húngaro Gabor Csupo propone un tratamiento visual menos suntuoso, pero al servicio de una historia que enriquece los matices entre lo real y lo imaginario.

Por Horacio Bernades
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El mundo mágico de Terabithia demuestra que no siempre la fantasía le tuerce el brazo a la realidad.

Cuando todos se pelean por ser sus clones, a la serie Harry Potter le surgió un desvío o contravención, la película que refuta sus piedras fundacionales. Basada también en una novela, producida por Walden Media (la compañía detrás de uno de aquellos clones, Las crónicas de Narnja), dirigida por el húngaro Gabor Csupo (creador de Rugrats) y estrenada en los países del Norte a comienzos del año pasado, El mundo mágico de Terabithia –que en Argentina se lanza, ay, sólo en copias dobladas– puede ser considerada ya, a pocos días de iniciado el 2008, una de las sorpresas del año. Primer film post-Potter que devuelve la fantasía a escala humana, Terabithia adscribe a la idea de que la imaginación puede ser la mejor defensa, cuando la realidad se vuelve crasa. Pero jamás se permite suponer, como sus vecinas de rubro, la simpleza de que aquélla siempre triunfa sobre ésta, apostando en cambio a un mucho más rico diálogo de ida y vuelta entre lo imaginado y lo real.

Escrita por Katherine Paterson y publicada en 1977, sectores ultramontanos “acusaron” en su momento a la novela original de “proponer un humanismo secular”. Algo que, se supone, atentaría contra las creencias religiosas. Paradojas de las influencias, el católico C. S. Lewis se había propuesto hacer de Las crónicas de Narnja una alegoría religiosa para niños, y sin embargo Paterson admite haber tomado de ese ciclo de novelas el nombre de Terabithia, que los protagonistas le ponen al reino de su invención. En la primera escena, Jess Aarons (Josh Hutcherson, ideal) agacha la cabeza en medio de una reunión familiar, como queriendo esconderse. Marcando un primer corte con respecto a los mandatos de época, Jess no es producto de una familia disfuncional, sino de la más común del mundo. Tan común que puede llegar a ser desesperantemente prosaica. Sobre todo para un chico como Jess, cuya sensibilidad lo lleva a retraerse sobre la zoología imaginaria que llena su carpeta de dibujo.

No le va mejor a Jess en la escuela –sus pares son un muestrario de prejuicios, intolerancia y abusos de poder–, aunque se adivina en la Srta. Edmonds, profesora de música (la sublime Zooey Deschanel, una de las groupies de Casi famosos) una cuerda afín. Pero quien representará para Jess la definitiva apertura a un mundo distinto, ese puente al que el título original refiere, es Leslie Burke (Anna Sophia Robb, que en Charlie y la fábrica de chocolate hacía de insoportable nena consentida). Recién llegada a la escuela, el talento literario de Leslie y su condición de distinta (por el solo hecho de que en su casa no hay televisor) la convierten en poco menos que una paria. Y por lo tanto, en hermana espiritual de Jess. En el momento en que escribió la novela, la autora debe haber concebido a Leslie como hija del Flower Power, con padres-escritores que fomentan su talento, educándola en una suerte de Sommersville de entrecasa. La Srta. Edmonds, que predica el tener una mente abierta a todo, funciona a su vez como un reflejo, multiplicando ese “humanismo secular” que tanto parece haber ofendido a la Iglesia.

Leslie cree en la imaginación y ésa es la fe que transmitirá a su nuevo amigo, inventando juntos, en el bosque vecino, un mundo en el que las ardillas se convierten en feos bicharracos, los árboles en gigantescos trolls y los alguaciles en soldados alados: el reino de Terabithia. Algo así como el de Criaturas celestiales (los efectos especiales estuvieron a cargo de Weta Digital, la compañía que creó aquéllos), en versión preadolescente y más naïf. Aunque no tan naïf. Hay, allá por los tres cuartos del metraje, un hecho dramático –muy dramático– que les ganó cuestionamientos, no sólo a la película sino también, desde un primer momento, a la novela. Profundamente conmovedor, pero desprovisto de todo golpe bajo, se trata de un acontecimiento absolutamente necesario, en tanto viene a demostrar –justo cuando la imaginación de Jess y Leslie parecía haber triunfado sobre el mundo– que no siempre la fantasía le tuerce el brazo a la realidad. Magos, atrás.

Confirmando una empatía con los niños que se manifiesta sobre todo en el tratamiento de la hermanita menor de Jess –toda una rugrat–, en su debut como realizador Gabor Csupo (Budapest, 1953) se atiene a un realismo que parece beber del cine estadounidense de los ’70 (rasgo común al mejor cine reciente de ese país). Lleno de sombras, volúmenes bien definidos y tonos cálidos e íntimos, el estilo visual de Terabithia es uno a escala humana, bien lejos del gigantismo digital de las Potter & Cía. Para ello, Csupo contó con el invalorable aporte de Michael Chapman, ex director de fotografía de Taxi Driver, The Last Waltz y Toro salvaje, entre otras. Verdadera leyenda viviente, Chapman logra aquello a lo que sus colegas más jóvenes parecerían no atreverse: usar la digitalización, en lugar de dejarse usar por ella. También en ese terreno a El mundo mágico de Terabithia le sucede lo que a su protagonista: luce una sensibilidad más aguda, inteligente y solitaria que la de sus pares, crasos representantes de la normalidad cinematográfica.

8-EL MUNDO MAGICO DE TERABITHIA

(Bridge to Terabithia) EE.UU., 2007.

Dirección: Gabor Csupo.

Guión: Jeff Stockwell y David Paterson, sobre novela de Katherine Paterson.

Dirección de fotografía: Michael Chapman.

Intérpretes: Joss Hutcherson, Anna Sophia Robb, Robert Patrick, Zooey Deschanel, Bailey Madison y Lauren Clinton.

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