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Jueves, 3 de abril de 2008
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LA CONSPIRACION, DE PAUL HAGGIS, CON TOMMY LEE JONES

El largo camino de Vietnam a Irak

Como sucedió en su momento con la guerra de Vietnam, cuando apareció toda una serie de títulos que se ocupaban del regreso sin gloria de las tropas, La conspiración es la primera de las varias ficciones que ahora se sumergen en el post-Irak.

Por Luciano Monteagudo
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Tommy Lee Jones y Susan Sarandon, un matrimonio devastado por la muerte brutal de su hijo.

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LA CONSPIRACION
(In the Valley of Elah; Estados Unidos, 2007).

Dirección y guión: Paul Haggis.
Fotografía: Roger Deakins.
Música: Mark Isham.
Intérpretes: Tommy Lee Jones, Charlize Theron, Jason Patric, Susan Sarandon y Josh Brolin.

Inspirado en un episodio real ocurrido cuatro años atrás, el brutal asesinato de un soldado estadounidense en su propia base de Fort Benning, en Georgia, la nueva película de Paul Haggis –ganador del Oscar a la mejor película por su ópera prima como director, Vidas cruzadas (Crash, 2005)– se propone como una reflexión sobre las consecuencias en el frente interno de la intervención armada en Irak. Como sucedió en su momento con la guerra de Vietnam, cuando apareció toda una serie de títulos –desde El francotirador hasta Regreso sin gloria, entre las más recordadas– que se ocupaban de la traumática vuelta a casa de los soldados, La conspiración es la primera ficción que se sumerge en este tema, que ya cuenta con otras dos películas que todavía no han llegado a la Argentina, pero que ya están dando que hablar en los Estados Unidos, Grace is Gone, dirigida por James C. Strouse, y Stop-Loss, de Kimberly Peirce.

Aquí el protagonista es Hank Deerfield (Tommy Lee Jones), un veterano de Vietnam cuyo hijo ha estado combatiendo en Irak y, luego de haber regresado sano y salvo a su país, es dado por desaparecido por sus superiores. Tal como lo pinta en sus primeras escenas, Hank es un hombre de trabajo (mecánico para más datos), de pocas palabras, pero de un gran patriotismo y determinación. No puede aceptar que en la base den a su hijo por desertor y sale él mismo en su búsqueda. Lo encontrará a los pocos días, pero más que muerto: descuartizado como un animal, a cuchillazos. Nadie –ni la policía local ni el ejército– parece querer hacer algo por resolver el crimen y Hank, con la experiencia que ganó como Policía Militar durante sus años en Vietnam, se hace cargo de la investigación. Solamente contará con la ayuda de la detective Emily Sanders (Charlize Theron), una novata sensible, discriminada por el machismo de sus colegas. El proyecto de Haggis, sin embargo, es ir más allá de la intriga policial. Aunque construye a partir de ella todo el espinazo de su guión, lo utiliza como una mera excusa, porque lo que le interesa al director es decir algo –supuestamente importante, serio, significativo– sobre el estado moral de su país, sobre su conciencia o la falta de ella. Eso está claro desde una de las primeras escenas, cuando al pasar por una escuela pública descubre, con horror, que la bandera estadounidense flamea al revés, con las barras y estrellas cabeza abajo. “Esto sólo se permite en casos de una grave emergencia nacional”, le explica con tono docente al inmigrante latinoamericano que, en su ignorancia, cometió el error, mientras él corrige la afrenta. Hacia el final, en uno de esos trucos que suelen recomendarse en los manuales de guión, será el propio Hank quien decida colgarla de esa manera.

Como guionista de Clint Eastwood (en Million Dolar Baby y el díptico antibélico La conquista del honor y Cartas de Iwo Jima), Haggis se adaptó a la sobria personalidad del realizador y supo ser funcional a sus propósitos. Como director él mismo de sus propios guiones, Haggis, en cambio, muestra una faceta bien distinta: allí donde los films de Eastwood miran a sus personajes de igual a igual –la cámara a la altura de los ojos de un hombre, como le gustaba a Howard Hawks–, Haggis, en cambio, tiende a examinar a sus personajes desde arriba, como si se subiera a un púlpito. Esto era mucho más evidente en Vidas cruzadas, que parecía la película de un predicador evangelista, pero aunque más solapado también es el caso ahora en La conspiración, donde incluso el título original del film (En el valle de Elah) remite a un episodio bíblico, que aquí funciona a la manera de una parábola religiosa.

Esta visión del mundo también tiene sus consecuencias estéticas: La conspiración es, a pesar de su eficacia como máquina narrativa (una máquina por momentos sobrecargada de mecanismos y subtramas), una película pomposa, solemne, de una gravedad forzada, como si el director hubiera tenido la pretensión de componer un réquiem. Para lograrlo, no escatima el habitual impudor ante la muerte (que ya condenaba Serge Daney en su famoso artículo “El travelling de Kapo”); también aplica algún golpe de efecto final, como la foto del cadáver de un chico iraquí en los últimos títulos de crédito, subrayada con la dedicatoria “Por los niños”.

A pesar de presentarse a sí mismo como un film progresista, La conspiración se cuida muy bien de herir la sensibilidad de los combatientes, sus familias o el ejército mismo. La culpa de los horrores que tienen lugar diariamente en Irak (y que luego repercuten de regreso a casa) no es de estos buenos muchachos inexpertos que creen luchar por la democracia y la libertad –afirma Haggis–, sino de un mal abstracto que el film nunca se atreve a identificar. Todos en última instancia somos pecadores, parece decir la película, que aboga por un acto de expiación sin cuestionar nada de fondo.

Aunque puramente casual, no deja de ser significativa también una coincidencia entre La conspiración y Sin lugar para los débiles, la película de los hermanos Coen ganadora del Oscar. En ambas, Tommy Lee Jones es el eje moral de cada film. Pero mientras en la película de los Coen su personaje es el de un veterano de la Segunda Guerra que no alcanza a comprender la violencia que trae aparejado el post Vietnam, en la de Haggis asume el lugar de un noble veterano de Vietnam espantado por lo que sucede en Irak. Todo infierno siempre puede ser peor.

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