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Martes, 9 de junio de 2009
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La 53a Bienal Internacional de Venecia quedó inaugurada para el público anteayer

La gran muestra veneciana de Noé

Las dos gigantescas obras de Noé –de 11 y 15 metros de largo respectivamente, por tres metros de altura– que realizó especialmente para la Bienal evocan la visión del mundo del gran artista que representa a la Argentina en la muestra veneciana.

Por Fabián Lebenglik
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La estática velocidad, pintura –técnica mixta sobre tela– de 11 metros por 3, de Noé, 2009.

Como curador del envío argentino a la Bienal de Venecia, lo primero que pensé al seleccionar a Noé es que la exposición veneciana no fuera un homenaje: sería injusto. Porque afortunadamente Noé también tiene un presente muy valioso y activo. Y en este caso, para su participación en la Bienal veneciana, le propuse participar, no con su obra pasada, ni siquiera con su producción reciente y presente, sino con una obra futura, en la que debería ponerse a trabajar luego de visitar el muy apropiado espacio expositivo –la sala Spazio-Eventi de la Librería Mondadori– a pocos metros de la Piazza San Marco, cosa que sucedió en febrero último. Por otra parte, vivir a tantos miles de kilómetros de Venecia transforma los temas logísticos y de transporte en algo complejo y muy costoso, que para otros países es una cuestión completamente menor. En el juego de temporalidades complejas, la obra futura que le propuse a Noé es hoy obra presente, a punto de ser inaugurada.

Si reunimos su larga carrera, su vida intensa, sus largos años fuera de la Argentina por becas y viajes y luego su largo exilio político durante los años de la última dictadura militar, sumando incluso el período en que abandonó la pintura, Noé es el artista más vital que conozco. Cada cosa que hace la hace con todo y hasta el fondo. Su hacer es propositivo, compulsivo, al borde de lo desmesurado. Su obra, su personalidad se expresan a borbotones. La inquietante y productiva vacilación con que enfrenta su trabajo jamás lo paraliza: al contrario, funciona como un estímulo para seguir. Y entonces, tomando en cuenta el arte inagotable de Noé, su prodigalidad natural, él aceptó el reto de realizar para Venecia un tour de force. Hacer la obra más ambiciosa de su carrera y también la más arriesgada.

Cuando en la nota del martes pasado hablaba del tiempo vertiginoso e intenso con que contamos, esto es sobre todo porque doblamos la apuesta. Buscamos que el poco tiempo disponible formara parte intrínseca de la obra. Así, aquello que para cualquier otro sería un problema, aquí forma parte activa de la obra, conforma en parte su sentido. El accidente, el azar, el caos son componentes constitutivos de la obra de Noé: ahora y desde hace cincuenta años son la especialidad de la casa. Cuando muchos otros envíos tal vez ya estaban pensados –quizá doce, quince o veinte meses antes, sin tomar en cuenta más que el sentido estratégico de la muestra, exhibiendo obra anterior o reciente de tal o cual artista–, con Noé avanzamos hacia lo desconocido, hacia una obra futura, hacia el más completo riesgo, que es aquel que no tiene retorno. Porque el mayor compromiso es hacer una obra que responda a las condiciones generadas por y para la Bienal, experimentar con los tamaños, las escalas, el despliegue, las técnicas. Se trata de la obra más grande de su vida: dos trabajos inmensos, uno continuo, La estática velocidad (de once metros de largo por tres de alto) y otro fragmentario, Nos estamos entendiendo (de 15 metros de largo por tres de alto). El tamaño también tiene que ver con las características propias del espacio, porque son obras pensadas específicamente para las dos grandes paredes de la sala. Obras a la medida del espacio expositivo, que se apropian de ese espacio y que por cuestiones de presencia y tamaño, interpelarán directa y fuertemente al espectador.

De un modo paradójico, puede decirse que esta obra de Noé es una miniatura gigantesca. En el caso de La estática velocidad, porque el artista trabaja en detalle sobre grandes o pequeñas superficies de papeles recortados y arrancados de un enorme rollo, que posteriormente aplica uno a uno sobre el lienzo gigantesco. Es un rompecabezas trabajado hasta el detalle, en todos sus fragmentos, con todas las técnicas que el maestro domina (siempre artesanales, manuales... esto es: siempre dactilares, nunca digitales), en el que lanza a conquistar lo desconocido. La estática velocidad es un universo en expansión, un estallido cuyas esquirlas parecen incrustarse en la pared de enfrente para conformar la otra obra: Nos estamos entendiendo. Fragmentos al mismo tiempo autónomos y simultáneos que niegan la afirmación del título, que la cuestionan.

Que un artista consagrado de 76 años realice obras de tal envergadura para “hacer un mundo”, gracias a un esfuerzo excepcional en el que convergen su capacidad artística, sumada a la experimentación y el riesgo, resultará muy inspirador para todos los que tengan la posibilidad de acercarse a esta obra.

Tanto las enormes dimensiones de La estática velocidad como las piezas fragmentarias de marcos irregulares que componen Nos estamos entendiendo, suponen un mundo, la imagen del mundo que ofrece Noé, artista del presente y del futuro. En su poética hay una estética proliferante, múltiples focos de atención y tensiones casi infinitas entre las que se destaca la relación cerca/lejos. Pura sobredosis. El centro “geográfico” del mundo de Noé es el ojo, el órgano privilegiado para comenzar a percibir el impacto de la obra a través de una multitud de tensiones que atraviesan toda la obra. Es el ojo que se ve en el medio de La estática velocidad.

Todo ese conjunto de tensiones que a la distancia lucen como una composición magmática, hecha de campos de fuerza, colores y formas, de cerca ofrece un micromundo inagotable y detallado. Esta tensión primaria produce polaridades, ajustes, desajustes y contrastes entre lo particular y el conjunto, entre la obra de cámara y la sinfonía, entre la filigrana y el detalle, inscriptos en una obra de grandes dimensiones, donde también aparece lo gestual. Voces particulares, con sus tonalidades y coloraturas, blancos, grises y negros, que conforman un coro multitudinario y oscilante entre la parte y el todo.

Mientras que la economía on line y la cultura global hacen del dinero un fluido electrónico que se volatiliza y se inyecta, al mismo tiempo disciplinan, arrinconan, regularizan y estandarizan las particularidades, borrándolas poco a poco, Noé en su obra desanda el camino que va de lo global a lo local y a lo particular: por eso la cercanía con su obra revela lo cuidadoso del artista en la evocación de tales particularidades.

Decíamos que Noé en su obra incluye lo inesperado, el azar, el caos, el devenir. Se percibe una pasión por la actualidad, por la evocación del hoy: algo así como un diario pictórico (en imágenes) de la propia representación del mundo desde un lugar y un tiempo. El artista "convoca" formas y colores, y ellas se hacen presentes a través del saber adquirido e histórico, pero especialmente a través del saber que surge del hacer.

Las obras de este artista no tienen existencia previa ni proyecto, ni bocetos, antes de su realización. Son su realización misma, allí toman forma. Se trata de un verdadero work in progress, una obra que se hace mientras se realiza. Un pensamiento vivo, en acción y en estado de desarrollo permanente. Una pura inestabilidad sin reaseguros.

La pintura de Noé está notoriamente generada aquí y ahora. Y esa relación de pertenencia a un lugar y un tiempo están inscriptos en su obra y producen una suerte de interdependencia espacio-tiempo-obra.

El actual tembladeral del mundo y las continuas tensiones de la historia argentina son tema permanente y constitutivo en la obra de Noé. La misma materialidad de su obra tematiza estas tensiones. Es decir: la obra de Noé es una pura tensión de sentidos en sí misma y una forma de pensamiento llevado al campo de lo pictórico, un modo de conocimiento del mundo que lo rodea y una superación, por la vía artística, de estas cuestiones.

La obra de Noé evoca una cantidad de elementos en estado de pura tensión y al mismo tiempo resuelve artísticamente las tensiones de la Argentina. No cabe duda de que Noé, en este contexto, se transforma en un punto de referencia en medio de los resquebrajamientos y desconciertos tanto globales como locales. Podría decirse que para la 53 Bienal de Venecia, en este momento confusamente clave de la historia (del arte), con la mirada lúcida de Noé la Argentina aporta no solamente a un artista que propone mundos actuales sino también mundos posibles.

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