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Martes, 13 de marzo de 2012
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Se inauguró la muestra de Dolores Cáceres en el Parque de la Memoria

Para una memoria en clave biográfica

Aprovechando el sentido literal de su nombre, la artista cordobesa comenzó en el año 2000 una serie de largo aliento que aún hoy continúa, en la que cuenta los dolores del país inscribiéndolos al modo de una sincronía biográfica.

Por Florencia Battiti *
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Detalle de la instalación de neón de Dolores Cáceres.

Según el diccionario, Dolores es un nombre latino de origen español que significa “aquella que sufre dolor”. Aunque secularizado de su etimología, resulta difícil desconocer las reverberaciones poéticas y existenciales que emanan de este nombre. Algo similar a lo que ocurre en el caso de Soledad. En esta capacidad evocativa, en el poder de resonancia que transciende lo meramente nominal, radica la clave de acceso a la obra-relato que se presenta en la Sala PAyS del Parque de la Memoria. La serie abre a mediados de 2000, cuando ya podía percibirse en las principales ciudades del país una atmósfera social enrarecida que, tiempo después, se tornaría estallido, vacío político, confusión y muerte. Fue entonces cuando Dolores Cáceres sintió la necesidad de comenzar a trabajar en Dolores de Argentina, tomando su nombre propio para identificarlo con el de la República. Sujeto y Nación se hermanaban así en una misma dimensión política.

Desde el año de su nacimiento –punto de arranque de esta obra en proceso que fue presentada en la III Bienal del Mercosur y en la IX Bienal de La Habana–, Dolores sufre los dolores de la Argentina y la Argentina, a su vez, le marca a Dolores el ritmo de su historia biográfica: “Lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres” nos dice Borges en “La forma de la espada” y la figura de la sinécdoque –el tomar la parte por el todo– se convierte así en el dispositivo sensible a través de cual funciona toda la serie.

Articulada a través de diversos soportes –instalación, video, performance, fotografía–, Dolores de Argentina se estructura a partir de un mismo eje: la enunciación de un inventario, la enumeración de acontecimientos históricos atravesados por la violencia política o por sus consecuencias. Así, el recuento taxativo y generalizado de los numerosos golpes de Estado o de los estallidos sociales que azotaron al país desde 1960 se entremezclan con la muerte de Atahualpa Yupanqui o el robo de obras al Museo Nacional de Bellas Artes. Los trazos de una memoria individual (o recostada en preferencias personales) se entrelazan con los fantasmas de la historia política. ¿Podría acaso ser de otra manera?

No obstante, formalmente, la obra de Cáceres no apela a lo que podríamos llamar “imágenes de dolor”. Su lenguaje modula una estética ligada al diseño y, tal como señalara Margarita Sánchez Prieto, su trabajo articula “una curiosa alianza entre el abordaje reflexivo de los tópicos a través de la facultad denotativa de la palabra y la seducción de los recursos de corte publicitario y pop, ya sea por el uso del neón, cajas de luz, logotipos o el gigantismo de los textos”.

Lo que ocurre es que en las obras de Dolores Cáceres las palabras no son meramente palabras, son también la materia de la imagen. Cuando ella rellena su silueta con los “dolores de argentina”, palabras y formas plásticas se unen para potenciarse, para entretejer intercambios y aumentar sus poderes de producción de sensibilidad y de sentido. Es indudable que, aunque no de manera estrictamente consciente, cada vez que recurrimos a las imágenes ponemos en funcionamiento nuestra propia imaginación. Y si bien es cierto que Dolores de Argentina apela de manera directa a la implicación ética y a la identificación por parte del público, no abandona por ello su voluntad crítica, buscando provocar en el espectador el equilibrio propio del “doble ejercicio” benjaminiano, esa doble distancia a la que, según Walter Benjamin, debería apuntar todo conocimiento de las cosas humanas: “Un conocimiento en que somos al mismo tiempo objeto y sujeto, lo observado y el observador, lo distanciado y lo concernido”, según cita George Didi-Huberman (G.D-H.) en La emoción no dice “yo”.

En este sentido, resultan notables los vínculos entre cuerpo y sociedad en algunas de las obras que conforman Dolores de Argentina, un vínculo que cuenta con una tradición propia dentro de la historia del arte contemporáneo y que asume el cuerpo como un ámbito de tensiones entre lo natural y lo cultural, lo real y lo simbólico, lo íntimo y lo público, donde convergen y se proyectan práctica artística y discurso crítico.

Con la serie Dolores de Argentina, Cáceres instala la pregunta (y ésta cobra espesor al ser lanzada desde un espacio altamente connotado como el Parque de la Memoria) acerca de qué puede hacer el arte ante situaciones extremas como el terrorismo de Estado y las heridas que este provocó. Otro artista, Alfredo Jaar, quien intenta ofrecernos un lugar otro desde donde relacionarnos con el horror cotidiano y su cobertura mediática, nos recuerda que las obras de arte que “mejor cumplen su objetivo (...) nos ofrecen una experiencia estética, nos informan y nos piden que reaccionemos. Y la profundidad de la reacción dependerá de la capacidad de la obra para conmovernos, tanto a través de nuestros sentidos como a través de nuestra razón, combinación muy difícil y casi imposible de lograr”, según cita G.D-H. en su libro.

Quizá Primo Levi estaba en lo cierto cuando afirmaba que las palabras (el arte) nunca estarán a la altura de la herida que designan... Sin embargo, no son pocos los artistas que lo siguen intentando y en el transcurso de ese intento movilizan reflexiones, ofrecen modos de abordar y percibir la realidad que escapan a la lógica dominante, reinventan los lazos entre ética, estética y política. (Dolores de Argentina sigue hasta el 10 de junio en la sala PAyS del Parque de la Memoria, en la Costanera Norte, adyacente a Ciudad Universitaria.)

* Curadora del Parque de la Memoria. Texto escrito para el catálogo.

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