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Martes, 14 de mayo de 2013
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Exposición de Miguel Harte en la Galería Ruth Benzacar

Doce objetos de cuño enigmático

Uno de los artistas más destacados que surgió en los años noventa presenta en estos días un conjunto de doce piezas tan extrañas como inquietantes: un ejercicio de imaginación que evoca viajes, cosmologías, recuerdos y utopías.

Por Fabián Lebenglik
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Masa cerebral, objeto de Miguel Harte.

Miguel Harte presenta hasta el 14 de junio en la galería Ruth Benzacar una docena de objetos tan extraños como inquietantes. De esos doce objetos hay nueve (todos realizados en resina poliéster con fibra de vidrio, masilla poliéster y pintura bicapa) que, con sus diferencias más o menos sutiles de forma y tamaño, resultan coherentes entre sí y remiten obsesivamente a una misma tipología: a algo así como estantes de superficie bruñida, de un azul muy oscuro y base convexa. La cabeza del visitante comienza a generar analogías respecto de la muda inquietud de estos objetos. Similitudes con piezas funerarias, con pilas de agua bendita, con formas de naves espaciales cinematográficas o televisivas, y así siguiendo.

Y para precisar las reminiscencias cinematográficas, aunque ya no por la forma sino por el efecto de la percepción que provocan, podría decirse que uno de los puntos de partida conceptual de estos objetos es el monolito que Stanley Kubrick inventó para 2001 Odisea del espacio. Aquel enigma perfecto: un prisma rectangular negro de superficie pulida y varios metros de altura, que en ciertas circunstancias emite un sonido insoportable de largo alcance y que en la película supone, entre otras cosas, tanto una manifestación de poder como una fuente de saber, como un mensaje del futuro que genera aprendizajes, ambiciones, competencia y violencia entre la sociedad de los primates del capítulo inicial de aquella Odisea...

Junto con estos nueve objetos, Harte exhibe tres obras completamente disruptivas.

La primera (Masa cerebral, de 92x30x40 cm) luce como un conjunto orgánico, al mismo tiempo hiperrealista y fantástico. La segunda pieza (Io, de 18 cm de diámetro), una campana de vidrio que contiene un escarabajo trepando un paisaje escarpado, y la tercera evoca un corte de suelo en profundidad (El pozo, de 194x113x45 cm).

Estas tres obras que aquí resultan anómalas funcionan como nexos con la obra anterior, “histórica”, de Harte, aquella en que eran frecuentes los mundos incluidos e inscriptos dentro de piezas mayores y las referencias a formas orgánicas y vegetales, entre otras características.

Esa combinación de formas, funciones y sentidos está en la concepción misma de la serie, contada por el artista: “En su instancia embrionaria hubo un concepto más o menos claro que tuve ganas de ilustrar. Un comentario acerca del excesivo cuidado en la presentación del objeto artístico. Para entonces la idea inicial era realizar una serie de objetos de pequeño y mediano tamaño con un espíritu de seducción preciosista, presentados como una serie de objetos sobre estantes donde la importancia de los objetos exhibidos no fuese mayor a la del soporte. Esto funcionó sólo como puntapié inicial, porque inmediatamente mi naturaleza, que tiene que ver con la fantasía y el mundo de la imaginación, se impuso y fue cuando mi filiación a la ciencia ficción y a las producciones del orden de lo fantástico hizo lo suyo. El relato disparador de la muestra fue el de moribundos organismos que hacían la vez de objetos que pierden vitalidad frente a los estantes que los soportan. Al empezar a desarrollar estos últimos, su protagonismo fue tal que clausuró la idea inicial de ponerles los cuerpos encima ya que formalmente resultaba en una saturación insoportable por lo que para el relato, los estantes ocuparon enseguida el lugar de seres que como naves mutantes transportarían estos cuerpos hacia su posible revitalización, en una odisea al estilo 2001 de Stanley Kubrick”.

En el medio de la sala, hay una pieza de grandes dimensiones (Aleta, de 320x90x140 cm) que aparece como uno de los estantes ya descriptos, aunque caído y de mucho mayor tamaño. Y como parte de aquella serie, tiene una forma muy contrastante.

Por una parte, la superficie, al mismo tiempo rayada y brillante, refleja los reflectores de la sala y ofrece una lisura de perfecta terminación. Por la otra, su anverso está constituido por pliegues que evocan nítidamente al cuerpo. En esta pieza, según se mire anverso o reverso, se cruzan el monolito de Kubrick con el célebre cuadro de Gustave Courbet, El origen del mundo. Sin duda, la obra de Harte también traza una cosmogonía, también se habla de recuerdos, de viajes, de nacimientos y muertes. Sigue el artista: “Muchas imágenes de obras aparecieron en un comienzo para conformar el relato de un viaje del cual la presente muestra será la primera parte y que para cuando realice la segunda parte espero poder mostrarlas juntas... Obviamente, todo está sujeto a cambios sobre la marcha, pero de todas maneras con la idea de conformar un solo viaje hacia el futuro y hacia el pasado... De algún modo estos estantes vacíos fueron hechos mientras me imaginaba que los iba cargando con los recuerdos que fui rescatando: la primera gota de sudor corriéndome por la frente antes de los tres años, los veranos en el río con primos, los picnics familiares entre los juncos, los amigos de mi padre, un acto escolar, la mirada de mi madre, etc., con los que se fue conformando una suerte de pelota muy sutil, hecha de todo, como una masa transparente y volátil”.

La obra de Harte durante los años noventa y parte de los dos mil se condensa inicialmente en las “inclusiones” que el artista inserta como supuestos accidentes dentro de la trama de superficies engañosas, como la fórmica, primero, y la pintura para autos, después.

Lo que a comienzos de los noventa es apenas una inclusión diminuta, con el paso del tiempo y el crecimiento artístico de Harte va desarrollándose hasta convertirse en pequeños mundos incluidos, de modo que las gotas se transforman en burbujas y en esferas: mundos autogenerados y autosuficientes, en los que crece toda una artificiosa naturaleza, en que conviven extrañas criaturas híbridas rodeadas de un ambiente que sugiere tanto la hipótesis submarina como la galáctica. Cualquiera de las dos ensoñaciones funciona como microcosmos. Su obra, de complejidad creciente, avanza hacia la hipertrofia de las “inclusiones”, como abismos abiertos a partir de fallas, cráteres, fisuras, cavernas y demás accidentes surgidos al amparo de superficies magmáticas. Así, las inclusiones crecen hacia adentro de las formas que las contienen, o bien desbordan esas mismas formas.

En este sentido, la idea de la “falla” como ruptura de una lógica supuestamente eterna y naturalizada es notoria en varias de sus piezas iniciales. Y la “falla” puede pensarse también como una irrupción en el lenguaje del propio artista. Siempre en su obra nacen cápsulas de sentido que aparecen en una superficie aparentemente impenetrable.

Pero aquellos mundos encapsulados, incrustados y orgánicos –cuyas citas en la presente exposición son las tres obras disruptivas mencionadas: el escarabajo (Io), la Masa cerebral y El pozo–, ahora se estilizaron y simplificaron al máximo.

A modo de paradigma podría pensarse que del mismo modo en que evolucionó la teoría lingüística chomskyana, la obra de Harte fue desarrollándose desde la profundidad hasta llegar a un presente donde todo se juega en la pura superficie.

* En la galería Ruth Benzacar, Florida 1000, hasta el 14 de junio.

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