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Martes, 25 de junio de 2013
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Retrospectiva de Camille Pissarro (1830-1903) en el Museo Thyssen de Madrid

El menos conocido de los impresionistas

Pissarro fue el más consecuente y el motor del grupo. Convencido anarquista, redactó el estatuto de la cooperativa de artistas y fue el único que participó de todas las muestras impresionistas. Esta exposición lo reivindica.

Por Fabián Lebenglik
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Camino de la Revinière, Osny, 1883. Oleo de Pissarro.
Desde Madrid

Junio es mes de inauguraciones en el Museo Thyssen, donde se abrió al público una muestra del más consecuente y (relativamente) menos conocido de los impresionistas, Camille Pissarro, que fue el motor de aquella tendencia y el único que participó de todas las exposiciones del grupo.

Pissarro fue impulsor del impresionismo, redactó los estatutos de la cooperativa de artistas y fue el más ideologizado y combativo del grupo, desde una posición anarquista. Tal vez por eso, y por su condición de judío, no se le dio el mismo lugar que al resto del grupo.

La retrospectiva que se presenta en el Museo Thyssen, curada por Guillermo Solana, director artístico del museo, incluye unas ochenta obras, que provienen de distintas colecciones, especialmente paisajes rurales y urbanos, la especialidad de la casa.

A mediados del siglo XIX, Pissarro conoce a Corot, que recomienda pintar al aire libre, y también conoce a Monet y Cézanne en la Académie Suisse. Aquí se exhiben también las pinturas que Pissarro realizó en esos años, influido por la escuela de Barbizon.

Uno de los temas recurrentes en Pissarro es el camino, que le permite generar un esquema compositivo, establecer equilibrios y desafiar la mirada con cierto vértigo y medidos desequilibrios. Por otra parte, constituye un género del anarquismo, por aquello del camino como ideología, el espacio que habla del transitar, y allí pone el acento. Según el curador, Guillermo Solana, “la función más obvia del camino es abrir el acceso al espacio pictórico y sondear su profundidad, quizás hasta el mismo horizonte. Pero no siempre es tan sencillo. A veces, el secreto designio del camino consiste en retrasar el avance de la mirada; de ahí el zigzagueo, los meandros, las interrupciones (el camino desaparece tras una colina y luego reaparece) que ralentizan la marcha del ojo hacia el horizonte y le obligan a demorarse en la exploración del paisaje. Todo camino vincula espacio y tiempo, y produce un sentido narrativo...”.

Otro tema recurrente, junto con los paisajes más idílicos del campo, son los paisajes en donde, inscripto en lo rural también, aparece el mundo concreto del trabajo de los agricultores, o cuando el pintor registra el humo de la chimenea de la fábrica de gas y, más adelante, las chimeneas también humeantes de la gran fábrica de azúcar, a orillas del río Oise.

A medida que Pissarro fue testigo del “progreso”, da cuenta de la industrialización y registra a su modo las fábricas y la producción industrial, enmarcados en el paisaje.

Los paisajes rurales de Pissarro son idílicos, sí; pero esa visión también incluye y corporiza a los trabajadores. Lo mismo sucede cuando pinta los caminos: si pasa una pareja burguesa, la actitud y la vestimenta con que aparece retratada, así como los contrastes con los campesinos, son claras señales de cómo Pissarro tiene el ojo puesto en lo social.

El artista siempre estuvo atento a los síntomas de progreso; en este sentido, Pissarro fue el primer impresionista en pintar un tren, cuando visita Londres.

A medida que pasan los años y Pissarro se va mudando de geografías rurales a otras urbanas, su pintura también entra en una zona que no sólo “registra” las multitudes y el movimiento de las ciudades, sino que va empleando elementos compositivos, aplicaciones de los colores y uso de la espátula, que fragmentan y descomponen sutilmente la imagen, como haciéndose eco, desde la misma materialidad de las obras, de los cambios de percepción que traía la modernidad.

Respecto de lo urbano y lo moderno, Pissarro escribió en una carta citada en el catálogo que “hay mucho que decir a propósito de la búsqueda de lo bello actual, de lo bello en general. ¿Cuál es en nuestra época de humbug (broma)? ¿Será lo bello griego? Esa belleza pagana, fría, disciplinada, me parece al margen de nuestras ideas filosóficas. ¿Lo bello japonés, chino, hindú? Piensa –le dice a su destinataria– en nuestro modo de vida, en nuestra forma de vestir y verás también que sus corrientes de ideas filosóficas y religiosas están al margen de nuestro temperamento. ¿Entonces qué? ¿La Torre Eiffel? Es aterradora. Pero, sí, ¡ésa es la belleza moderna! ¡Así que mi primer dibujo de esta serie [Turpitudes sociales] te muestra al filósofo contemplando irónicamente la torre que trata de ocultar el sol naciente y el ideal nuevo!”.


Plaza del Havre, París. Oleo sobre tela de Camille Pissarro, de 1893.

Cuando pinta en París lo hace desde la ventana; Solana describe así aquel momento de Pissarro: “Ante la ventana de aquella habitación comenzó Pissarro en febrero de 1897 una serie dedicada al Boulevard Montmartre, la más sistemática que hiciera jamás. Los trece cuadros que la integran comparten básicamente el punto de vista y el encuadre; lo que difiere es la estación del año, la hora del día, el estado del cielo y, en consonancia, la luz, la vegetación, la densidad del tráfico. El motivo es como una mónada donde se refleja el Universo entero. La serie del Boulevard Montmartre supone un retorno al camino en perspectiva central de Louveciennes, pero con el efecto de túnel debido a la llamada ‘calle-muro’ [rue-mur] característica del París de Haussmann. Según este modelo, tomado de la Rue de Rivoli y aplicado a lo largo de los bulevares, cada edificio deja de ser una pieza autónoma; las líneas horizontales de su fachada, con las características decorativas de cada planta, se prolongan a los edificios contiguos. La continuidad resultante refuerza la profundidad perspectiva”.

Respecto de las posiciones políticas del pintor, más allá de que la policía lo tenía fichado como anarquista militante, el propio artista se autodefinía con orgullo en una carta que le escribe en 1891 a su hijo Lucien, también pintor y editor: “Creo firmemente que nuestras ideas, impregnadas de la filosofía anarquista, se traslucen en nuestras obras, que por tanto se oponen a las ideas en boga”.

Sus lecturas incluyeron todo el anarquismo clásico y siguió de cerca los movimientos sociales que sucedieron en Francia entre 1868 y 1871, tanto los acontecimientos que llevaron a la Primera Internacional como al fracasado gobierno revolucionario de la Comuna.

Entre las obras que más directamente evocan sus concepciones ideológicas, el estudioso Richard Brettell escribe en el catálogo de la exposición que Pissarro “realizó –con la ayuda de su hijo Lucien– un libro singular con ilustraciones suyas, textos extraídos de la literatura anarquista y encuadernación de Lucien. Como indica su título, Turpitudes sociales, representa los males de la sociedad capitalista con tanta fuerza y deliberada crudeza que es una obra fuera de lo común en la producción de un artista especializado en la ‘amable armonía’. El público al que iba dirigido, las dos hijas de la hermanastra de Pissarro, ya estaban en la treintena cuando se hizo el libro, y Pissarro temía que en Inglaterra no hubieran evolucionado bien en los aspectos filosófico/morales y se hubieran acostumbrado en exceso al mundo capitalista, a sus males y a lo mucho que corrompía a la sociedad en su conjunto”.

Por varias causas concurrentes, la posteridad colocó en un lugar relativamente menor a Pissarro. De modo que esta muestra retrospectiva –que sigue hasta mediados de septiembre– funciona como reivindicación de un artista y luchador hasta el final.

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