En la década del ‘60 irrumpÃa en nuestro medio Lévi-Strauss, la lingüÃstica, la semiologÃa, es decir, se abrÃa paso el estructuralismo, cuestionando la fenomenologÃa sartreana. TodavÃa no habÃamos terminado de asimilar el pensamiento de Sartre y ya leÃamos a su serio cuestionador; nos cargábamos de respuestas a preguntas que todavÃa no habÃamos formulado, ni sospechábamos que existieran. También estaban aquellos, entre los que esporádicamente me encontraba yo, que acusábamos a los ávidos lectores de novedades de querer estar en la última. Confieso que tardé bastante tiempo en describir que no hay posturas originarias.
Espartaco ya estaba por entonces firmemente decidido a incorporar lo nuevo y dedicaba su tiempo a estudiar a cada pensador al que lo llevara el curso natural de sus intereses. Vino Merleau-Ponty, Saussure, Barthes, Jakobson, Freud, Lacan, y los crÃticos que articulaban su reflexión con el aporte de la lingüÃstica, la semiologÃa y el psicoanálisis.
Espartaco estaba produciendo un importante acto cultural: se apropiaba. Y digo importante acto cultural porque toda cultura es apropiación. El rezago de muchos aspectos de nuestra cultura se debe sobre todo a la ambigüedad, ese sentimiento que en la mayorÃa de los casos nos impide apropiarnos y nos conduce a estériles debates. Y es bueno dejarlo dicho: apropiarnos de aquello con lo que nos identificamos es también apropiarnos de nosotros mismos. Pienso en Borges, ejemplo luminoso de apropiación [...]
Pero volvamos a la década del ‘60. Es obvio que en ella se producÃa un cambio radical en la imagen de las artes visuales de nuestro medio, cambio facilitado por una larga lista de artistas y también por crÃticos y teóricos como Rafael Squirru, Romero Brest y otros. La imagen que ahà comenzaba a generarse creaba un compromiso: transformar y afilar las herramientas crÃticas, crear un lenguaje que pudiera dar cuenta de la nueva visión, es decir, crear categorÃas en el pensamiento crÃtico, ya que el discurso vigente abordaba sólo parcialmente el nuevo fenómeno.
En la década del ‘60, las vanguardias se suceden unas a otras, se agolpan, se anulan o interrumpen, hasta que en el presente –y aquà nos encontramos con la obra de Espartaco– irrumpe una eclosión de poéticas individuales en las que por lo menos en la actual perspectiva es imposible percibir una tarea. Percibimos en cambio la multiplicidad de tareas, a veces contrapuestas unas a otras. Entonces me apresuro a decirlo: después de poner a punto las herramientas teóricas mediante un diálogo con la nueva crÃtica y las corrientes del pensamiento que obran en la actualidad, Espartaco reconoce el estupor del arte y emprende, en la segunda parte del libro, la aventura de alcanzar la poética individual de cada uno de los artistas que trata. Y también me apresuro a decirlo: éste es un libro fundamental, tiene futuro, pero no es fácil. Sobre todo porque el arte del que trata desata una reflexión que el autor articula entre la semiótica y el psicoanálisis para volver a la obra, al inagotable esplendor de la imagen. Y sea quien fuere el interlocutor debe estar anoticiado de los hitos y problemáticas del pensamiento contemporáneo.
Espartaco es un nostálgico del espesor semántico de las palabras y quiere ser justo con la imagen que desata su lenguaje. Digno admirador de Mallarmé, sabe que cuando el lenguaje se pone demasiado claro, se torna la cárcel de algún cuerpo sometido.
Hace un tiempo, en un prólogo de Espartaco descubrà una perla: concluÃa el texto de un catálogo de un pintor hiperrealista diciendo que no se trata de avalar el mundo con sus imágenes, sino de dejarse atravesar por su movimiento infinito. Uso la reflexión como un homenaje a Espartaco: el estupor del arte no viene a avalar un universo de imágenes con su lenguaje: es la evidencia de que el autor se ha dejado atravesar por su movimiento infinito.
* CrÃtico de arte y poeta. Fragmentos del texto escrito para la presentación, hace treinta años, del libro El estupor del arte, del crÃtico y curador Carlos Espartaco, que murió el jueves de la semana pasada.
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