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Martes, 17 de junio de 2014
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PLASTICA > Una exposición sobre americanismo entre 1910 y 1950

Museo nacionalista de Bs. As.

La hora americana, que acaba de inaugurarse en el primer museo argentino, tiene carácter reivindicatorio porque rescata “el pasado artístico expresamente silenciado o menospreciado durante demasiado tiempo”.

Por Fabián Lebenglik
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Antonio Berni, Jujuy, 1937. Oleo sobre arpillera, 190x285 cm.

La muestra La hora americana, que acaba de inaugurar el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), tiene un afán reivindicatorio, según explican sus curadores, Roberto Amigo y Alberto Petrina, relacionado con exhibir las corrientes estéticas (e ideológicas) americanistas e indigenistas (especialmente de raíz andina) de la primera mitad del siglo XX, que habían sido dejadas de lado de la programación del MNBA: “Esta exposición –dicen los curadores– rinde cuentas por un pasado artístico expresamente silenciado o menospreciado durante demasiado tiempo. Y no es casual que se la pueda concretar recién en esta hora. Nuestro Museo Nacional de Bellas Artes tardaría más de un siglo en incorporar a su guión permanente el Arte Precolombino, acción que lleva a cabo durante la última década, modificando una cronología cultural exclusivamente eurocéntrica”.

Eurindia, de Ricardo Rojas, publicado en 1924 (y en parte también un ensayo muy anterior del mismo autor, La restauración nacionalista, de 1909), funciona como sostén de varias de las ideas estéticas y planteos desarrollados en la exposición. Allí, Rojas sostiene que las particularidades como la cuestión territorial (la tierra), la memoria, la cultura y la tradición contribuyen a definir a los habitantes de una nación, sumadas a las características universales de la humanidad como tal. “En un sentido histórico –escribe Rojas en Eurindia– es un fenómeno espiritual, de significación colectiva, determinado por un territorio y un idioma, o sea por un ideal. Según esto, los individuos, cualquiera sea su procedencia, obran en función de un grupo histórico, ya sea éste el de origen u otro de adopción.” Y luego dice que el historiador americano debe “buscar en el pueblo mismo, en las grandes corrientes del sentimiento colectivo, la norma cronológica y la razón espiritual de los procesos estéticos, parangonando la Historia externa con la Historia literaria”.

La hora americana busca contrarrestar ausencias y vacíos a través de una amplia selección de 120 piezas, entre pinturas, dibujos, esculturas, proyectos arquitectónicos, objetos arqueológicos y películas documentales (más revistas, libros, partituras, catálogos y música) datadas dentro del período 1910-1950 y provenientes de colecciones públicas y privadas de Buenos Aires, La Plata, Rosario, Santa Fe, Jujuy, Tilcara, Humahuaca y Bariloche.

Se trata de un guión curatorial bien fundamentado, y parte de su eficacia está en la precisión del recorte temático y en la multiplicidad de tratamientos y actitudes estéticas y artísticas convergentes. “Antes que confrontar visiones historiográficas o críticas –dicen los curadores–, se busca presentar al público otras perspectivas que ayuden a iluminar zonas abandonadas al olvido. Porque ésa es, precisamente, una de las misiones centrales de un Museo Nacional: representar y contener a todos quienes han construido con su arte el imaginario de la sociedad que lo sostiene.”

La muestra del MNBA da cuenta de la serie de pintores de la elite que viajaron a las provincias del Norte para imbuirse de los paisajes y modos de vida de esa región, en contraposición con los de la ciudad-puerto. La mirada estaba puesta en la valoración del mestizaje y no en búsquedas esencialistas. Uno de los cruces que señala la muestra es el de los artistas que combinaron dos viajes formativos e iniciáticos, a Europa y al Norte argentino.

Entre otros núcleos, el recorrido de la exhibición señala a la ciudad de Rosario como un foco americanista a pesar de su cosmopolitismo, porque combina su creciente condición “gringa” con su localización, que oficia de puerta y articulación hacia el interior del país. Aquí se ejemplifica con obras de los hermanos Guido: Angel (arquitecto) y Alfredo (pintor).

El guión de la muestra también se detiene en las expediciones arqueológicas de Juan Bautista Ambrosetti y Salvador Debenedetti (del Museo Etnográfico de la UBA), y la consecuente mirada de cuño incaico, construyendo un imaginario de cuño incaico (en parte reconstrucción histórica y en parte ficción literaria).

Otro núcleo analiza las relaciones entre arquitectura y naturaleza, en donde se producen combinaciones de rescate del pasado colonial y algunas de sus vertientes, y su relación con el paisaje (los Guido, Malanca y Ramoneda, entre otros).

El capítulo siguiente remite al indianismo que logra ser premiado en el Salón Nacional (obras de Jorge Bermúdez, José Antonio Terry, Pompeyo Boggio), destacándose La chola desnuda (1924) de Alfredo Guido y sus tensiones entre el tema americanista y el tratamiento, derivado de la escuela europea.

También se da cuenta de artistas modernos, como Spilimbergo y Berni, y de las miradas, actitudes y técnicas alrededor de la politización de la cuestión indígena y la cuestión de la tierra.

Algunas de las obras donde se condensa el tema de la exposición son el retrato de Ricardo Rojas pintado por Quirós, las pinturas del Norte, de Gertrudis Chale (vienesa que se exilió en Buenos Aires por el avance del fascismo); la escultura de Sesostris Vitullo, que evoca una versión totémica y americanista de Eva Perón; y la pintura Jujuy (1937), de Berni.

* En el MNBA, Libertador 4954.

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