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Martes, 16 de septiembre de 2014
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Muestra de Carlos Gorriarena con el auspicio de Página/12

Cómo construyó su mirada el pintor

El Palais de Glace exhibe una gran exposición antológica de Gorriarena (1925-2007). Un recorrido a través de un centenar de obras –entre pinturas, dibujos, tintas y estudios– más documentos, para comprender al artista y su obra.

Por Fabián Lebenglik
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Las alas del deseo, 1989, tríptico de Gorriarena; acrílico sobre tela de 200 x 500 cm.

El Palais de Glace presenta una muestra antológica de gran envergadura de Carlos Gorriarena (1925-2007), que incluye más de un centenar de pinturas, dibujos, tintas y estudios, además de material documental, como fotografías, apuntes, cartas, textos y objetos del artista. El círculo se cierra con una sala en la que se evoca el taller del gran pintor.

La muestra, que lleva el título Carlos Gorriarena, construcción de su mirada, y está auspiciada por Página/12, fue curada por el pintor y dibujante Oscar Smoje, director del Palais, y el diseño de montaje estuvo a cargo de Fernando Brizuela. Ambas instancias –curaduría y montaje– resolvieron a la perfección la disposición de los contenidos en el particular y determinante espacio circular del Palais.

Al complementarse la obra seleccionada con gran cantidad de material documental y frases de Gorriarena ploteadas en paredes y paneles, el visitante se acerca más vívidamente a la comprensión de la poética del artista, a su técnica y motivaciones.

La exhibición se centra en sus últimos treinta años de producción y lo que primero que se impone a los ojos del visitante es la paleta chirriante, la temperatura del color, los contrastes, la figuración y al mismo tiempo el planteo fuertemente pictórico. La pintura de Gorriarena es corpórea, apasionada en ideas y en realización, en la imagen y en la materialidad de esa imagen, tan vital y potente, que convoca siempre al cuerpo: no sólo la figura humana es el centro de su obra, sino que el artista le ponía el cuerpo a la pintura y a la materia.

Una de las claves de la figuración y de la paleta de Gorriarena es el riesgo: las suyas siempre fueron combinaciones riesgosas. Parte de su legado en alumnos y discípulos fue la consigna de tomar siempre riesgos, en la obra, sí; pero no sólo en la obra.

Otro de los elementos fuertes de su pintura es la carga crítica e ideológica y su forma de volcar en la imagen su cercanía con el peronismo.

Y si bien la figura es central, hay una articulación continua con la abstracción, cruce que va configurando su mirada.

A la vibración de la pintura se suma una característica ondulación de las formas, campos de color delimitados pero a la vez deformantes, que recomponen figuras donde se juega una extraña geografía pictórica que en cada centímetro de la tela resuelve la aparente contradicción entre la figura y su disolución; entre el campo de color y la configuración de un motivo visual reconocible.

A fines de los años ’80, Gorriarena explicaba lo siguiente: “Trabajo a favor de los materiales. Así como los renacentistas renunciaron al temple, la mayoría de mi generación abandonó el óleo por el acrílico. Algunos historiadores distraídos dicen que con Goya comienza la decadencia del oficio, sin percatarse de que el óleo sufre de victorianismo, porque es una pintura tan bella como frágil. Con Goya lo que comienza es la ‘agresión’ a un medio que ya no sirve más para las urgencias de la época”.

A medida que se recorre la muestra, se encuentra una constante en la tematización: su preocupación por lo social y lo político, la forma de plantarse contra el poder omnímodo, contra los símbolos, gestos, construcciones y especialmente personajes que representan ese poder.

“La tarea de un pintor –escribía el artista– en la actualidad se hace muy compleja porque la gran información existente sobre lo que se ha hecho, o se hace, abarrota todo: desde las opiniones hasta las ideas y las percepciones. Creo que la realidad siempre arroja sobre la palestra una serie de elementos constituidos por ella misma, imponiendo exigencias. Es decir, la realidad no se deja poseer por cualquier persona; establece claves para se la posea o se la viole. Y ocurre que nosotros los artistas vivimos atrapados en esa compleja red, que en la mayoría de los casos nos niega el acceso a esa realidad. Mi intento es, precisamente, descubrir algunas claves que esa realidad cambiante arroja, tratando de despojarme de esa información que en verdad no me sirve.”

Junto con aquellos temas, aparece también la intimidad, tanto desde perspectivas celebratorias como ácidas: la cotidianidad, el paso del tiempo, la crítica de las imposturas, el lugar de la ternura.

Como escribió Miguel Briante: “Gorriarena no ‘está aquí’ para decorar el mundo, sino para develarlo. Hombre de pasiones políticas, de pasiones que ahora, según él mismo, lo han entusiasmado pero lo han dejado en un borde propio, como siguiendo un camino que Joyce marcaba para cualquier creador contemporáneo, al mismo tiempo que definía su propia, intrincada obra: primero está el grito, la lírica, pero al final el autor se decide por una tercera persona perfecta, lejana, como Dios mirándose las uñas mientras el mundo sucede, abajo, capaz de hacer intencionalmente que un cuadro aludiera y hasta quisiera cambiar el entorno en el que estaba siendo producido. Gorriarena declara no haberse sentido nunca un pintor profesional, aunque su gesto reconozca que la pintura es su vida (y en las palabras se apresure a decir que la pintura no agota su vida) es, ante todo, un animal visual. Pero en ese animal, en ese puro gesto, hay órdenes que la cabeza ya ha procesado no en una simple operación mental, sino en un juego de espejos repetidos entre la cabeza y las manos, que aceptan mutuamente y vigilan sus impulsos y que son la teoría en movimiento del artista”.

* Hasta el 21 de septiembre en el Palais de Glace, Posadas 1725 y Av. del Libertador 1248. Entrada libre y gratuita.

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