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Martes, 25 de noviembre de 2014
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La obra reciente de Luis Felipe Noé en la Colección Fortabat

El ojo puesto en el Noé de hoy

Noé siglo XXI reúne un importante conjunto de obras realizadas por el pintor en lo que va de esta centuria. La relación entre dibujo, pintura, abstracción, figuración, color estridente y la vitalidad de siempre.

Por Fabián Lebenglik
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Noé: Coherente oxímoron, instalación.

Noé siglo XXI reúne un importante conjunto de obras realizadas por Luis Felipe Noé durante lo que va de esta centuria. La muestra, con curaduría de Rodrigo Alonso, en lugar de visitar los lugares comunes, “históricos”, de la consagrada pintura de Noé de los años sesenta, eligió el territorio igualmente prolífico y menos explorado de la producción presente. Por supuesto que Noé tiene un pasado: un pasado insoslayable, que ya forma parte fundamental de la historia del arte argentino y latinoamericano, y si bien su primera exposición se llevó a cabo hace cincuenta y cinco años, la mayor consistencia (y consideración histórica) de su obra comenzó casi inmediatamente a principios de los años sesenta. Sin embargo, también debe prestarse atención al Noé de hoy, como lo hace esta muestra.

La exposición presenta también una serie de obras en colaboración: sucesivos dúos de Noé con su hija Paula Noé Murphy (que reside en París), con Eduardo Stupía y con Cecilia Ivanchevich.

Además, la muestra cuenta con el video (y la música) de una acción que se realizó en vivo en la sala de exposiciones el 25 de octubre, como parte de las actividades del Laboratorio Interdisciplinario de Arte, de Cecilia Ivanchevich y Diego Romero Mascaró, que consistió en que Noé, Ivanchevich, Paula Noé Murphy y Julio Lascano improvisaran una pintura “en vivo”, acompañados por los artistas sonoros Martín Liut, Hernán Samá, Juan Pedro Torresani y Diego Romero Mascaró. El resultado de aquella improvisación colectiva visual y sonora está ahora exhibida: por una parte, la pintura fue incluida en la exposición y, a su lado, el visitante puede colocarse los auriculares disponibles para escuchar esa especie de banda de sonido de Liut y compañía, tan aleatoria como la imagen del cuadro. Un experimento que a su vez quedó registrado en un video de Melisa Aller que, como se dijo, integra ahora la exhibición.

Según escribe Alonso en el catálogo, “la obra de Noé ha atravesado cinco décadas con una vitalidad sorprendente. Desde su primera aparición a finales de los cincuenta hasta la actualidad, sus temas han cambiado, sus materiales han cambiado, sus resoluciones formales han cambiado, pero no ha dejado de sumar su voz a la arena polifónica del arte argentino. Bien por el contrario, Noé ha sido y sigue siendo un protagonista en este terreno...”.

Un momento clave del reconocimiento de su obra presente fue cuando quien firma estas líneas, como curador del envío argentino a la Bienal de Venecia de 2009, seleccionó a Noé para representar a nuestro país. En aquel momento le propuse al artista mostrar su obra nueva, aún no realizada. Es decir, que en tres meses el pintor realizara toda la obra que formaría parte del envío.

Una de las piezas fundamentales de aquella muestra veneciana fue el cuadro de gran formato La estática velocidad, de once metros de largo por tres metros de altura, que ahora se puede ver en la exposición de la Colección Fortabat.

“El envío a la Bienal de Venecia –escribe Rodrigo Alonso– se completa con otra propuesta de grandes dimensiones que adquiere las proporciones de un mural portante. Aquí, el procedimiento del dibujo-pintura abstracto-figurativo se desenvuelve en todo su esplendor, dando vida a una obra desafiante de características únicas. Sus once metros de largo portan caravanas de pequeños personajes que se distribuyen en un paisaje lineal en flujo continuo, partido en un sector blanco y negro y otro de colores brillantes, fluorescentes, que aportan una luminosidad viva. Su título es un oxímoron, figura literaria que presenta un atractivo especial para el artista en estos años, y se repite luego en varias obras más.”

El artista trabajó en detalle sobre grandes o pequeñas superficies de papeles recortados y arrancados de un enorme rollo, que posteriormente aplicó uno a uno sobre el lienzo gigantesco. Es un rompecabezas trabajado hasta el detalle, en todos sus fragmentos, con todas las técnicas que el maestro domina y con el cual se lanza a conquistar lo desconocido. Sus piezas de hoy son universos en expansión y contracción, un estallido o implosión (según sea el caso), cuyas esquirlas parecen incrustarse en el corazón de la obra o en el cuadro próximo.

Noé, a sus 81, es uno de los artistas más vitales del panorama argentino. Cada cosa que hace, la hace con todo y hasta el fondo. Su hacer es propositivo, compulsivo, al borde de lo desmesurado. Su obra, su personalidad, se expresan a borbotones. La inquietante y productiva vacilación con que enfrenta su trabajo jamás lo paraliza: al contrario, funciona como un estímulo para seguir.

Noé incorpora esa vitalidad como materia de su producción. Así, el presente vertiginoso e intenso forma parte intrínseca de su obra. Lo que para muchos sería un problema, en sus trabajos pasa a conformar parte del sentido. De manera que el accidente, el azar, el caos, son componentes constitutivos de la obra de Noé: ahora y desde hace más de cincuenta años, podría decirse que todo eso forma parte de la especialidad de la casa. Esto es lo que puede corroborarse ahora, en cada una de sus nuevas obras. En un texto inédito que el pintor escribió en 2007 –reproducido en el catálogo de la exposición–, intenta dar cuenta de su obra realizada durante los primeros años del siglo XXI: “Las características de esta etapa son: nuevamente la referencia al plano como soporte de la obra, la orquestación abstracta de ésta, más allá de múltiples referencias figurativas, y la valoración de la relación entre la línea y el color para determinar un ritmo envolvente. Estoy interesado en superar el límite entre dibujo y pintura... El supuesto de base de la obra puede ser papel, tela, madera o también impresión digital. El concepto de pintura creo que debe entenderse en el mundo actual como el arte de la imagen (en tanto cosmovisión del mundo) más allá del método que utilice para lograrla. Pero mi forma de entenderme con ella sigue siendo manual. Esto lo digo porque, tal vez, una constante preocupación que me acompaña en mi viaje es el límite de la pintura como medio idóneo para reflejar el mundo de hoy, o sea, el de lograr una imago mundi actual. Creo que así como el arte digital no refleja de por sí al mundo en red, la pintura-pintura tampoco está condenada a no poder lograrlo”. (En la Colección Fortabat, Olga Cossettini 141, hasta el 1º de febrero.)

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