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Martes, 10 de febrero de 2015
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Exposición de Jorge Demirjian en el Centro Cultural Recoleta

Pinturas, deseos y otras persistencias

El pintor y dibujante presenta una antología de su obra bajo el título La perseverancia del deseo, con 54 cuadros que van de los años sesenta hasta el presente. Etapas de un itinerario y entrevista al artista.

Por Fabián Lebenglik
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Tres pinturas recientes de Jorge Demirjian, realizadas respectivamente en 2013, 2011 y 2014.

El Centro Cultural Recoleta presenta en estos días, en la sala Cronopios, una amplia muestra antológica de pinturas (que incluye serigrafías y dibujos) de Jorge Demirjian (Buenos Aires, 1932), y abarca cincuenta y cuatro obras en un itinerario que comienza con cuadros de los años sesenta y llega hasta el presente: medio siglo de trabajo en un recorrido seleccionado por Renato Rita y Elio Kapszuk, con montaje del primero.

La planta de la sala es como una flecha, de modo que el enorme “corredor” que lleva hasta la “punta” oficia de prólogo y condensa una breve selección “histórica” de mediano y gran formato, con pinturas de los años sesenta hasta el dos mil; mientras que la “punta” de la flecha, hacia izquierda y derecha presenta (salvo alguna excepción) una amplia selección de obra de los últimos años. Adicionalmente, la antesala presenta una cronobiografía y algunas obras.

En su pintura más reciente, Demirjian conserva la mirada crítica de siempre, pero la figuración estalló, volviéndose fragmentaria. Ya no hay una imagen narrativa, sino que el relato se volvió simbólico: anatomías seccionadas, animales, objetos que se repiten con cierta obsesión. El repertorio es variado pero no extenso. El erotismo, que en su etapa anterior estaba presente de un modo evidente y sensual, ahora se concentra de un modo descarnado en ciertas obras pero no de una manera seductora sino pulsional, más violenta y lúdica.

Con los colores toma un riesgo aparte, a través de una paleta propia, contrastante, en donde tonos y valores adquieren también una matriz simbólica.

La obra de los últimos años demuestra no sólo la potencia como para romper con su propia imagen previa en la que trabajó durante décadas, sino también una gran libertad y desprejuicio. El nuevo alfabeto de Demirjian genera un dialecto dentro de su propio lenguaje; fresco, joven, productivamente caótico en el itinerario del artista.

Página/12 entrevistó al pintor.

–¿Fue suya la decisión de hacer una exposición antológica?

–No. Yo quería hacer una muestra de lo más reciente. Renato Rita y Elio Kapszuk, del Centro Recoleta, vinieron a elegir y sugirieron hacer una exposición antológica para que los más jóvenes conocieran mi obra de los años sesenta.

–Se puede ver la continuidad en la divergencia de sus diferentes etapas, sin transiciones.

–Así es. Seleccionaron la obra de manera que no hubiera transiciones. Yo mismo, cuando vi mi obra de estos últimos años, sentí que estaba muy dislocada. Pero después encontré que esta nueva etapa sale de algunos sectores de obras muy anteriores, como si hubiera puesta allí una lupa. Hay conexiones.

–Su pintura anterior exhibe un grado de libertad que parece cargar con cierta “responsabilidad” a priori. En cambio la obra reciente tiene humor y juega con una imagen más desprejuiciada.

–De algún modo ese razonamiento está en la raíz de por qué no me uní a la nueva figuración. Ellos eran compañeros de ruta y de generación. Me invitaron a acercarme, pero yo sentí que la figuración me pertenecía un poco más a mí que a ellos. En aquel momento sentí que ellos se tomaban en broma la figuración. De manera que yo aprendí tardíamente a liberarme de la forma, porque tenía la forma metida adentro. Y si bien siempre tuve humor, creo que eso sale ahora en la obra.

–¿Cómo surgió el título de la exposición?

–Me gusta mucho Borges: él habla de la persistencia del deseo. Eso me quedó. Y cuando el curador vio la cita de Borges me sugirió que la usara. Y yo pienso que con los años hay pérdida física, pero el deseo permanece intacto. En relación con lo específicamente sensual, como yo vengo de la vieja guardia, la relación con el cuerpo y la desnudez era completamente distinta de cómo es hoy. Los jóvenes tienen una relación más natural, sin la carga y la densidad que el sexo tenía para no-sotros. Por eso a veces pienso que cuando los jóvenes ven mis obras tal vez crean que soy un victoriano en busca del deseo.

–Y con el componente ideológico de su obra, ¿nota también esa distancia?

–El proceso es otro. Para dar un ejemplo: yo fui muy amigo de Gorriarena. Y él era severísimo. Era de la Juventud Comunista y tenía una gran autenticidad respecto de lo popular, porque lo comprendía muy bien. Por eso cuando vino la debacle de la izquierda, internacionalmente y también en la Argentina, Gorri tomó por el lado del peronismo. Yo, en cambio, soy antiperonista, porque veo un componente autoritario en el peronismo. No podía dejar de asociar a Perón con el fascismo: me parecía innegable esa relación. Con aquella debacle de la izquierda sentí que todo se desbandaba. Yo no era un tipo formado, como por ejemplo Portantiero..., lo mío siempre fue la pintura. Por eso, volviendo al punto anterior, merezco terminar mi historia con mayor libertad. Mi formalidad era muy sólida y ahora la formalidad que busco está presente de otra manera. Cuando con Gorriarena y Noé fuimos juntos a exponer en Bergen, Noruega, comprobé cómo Gorriarena sabía mirar y cómo Yuyo buscaba siempre la gracia, la boutade. En este punto yo siento que siempre estoy buscando la solución formal de la obra. Voy y vengo en busca del equilibrio en el cuadro, hasta que todo funcione. Y cuando siento que lo resuelvo termina gustándome la imagen.

* En el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, hasta el 8 de marzo.

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