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Martes, 12 de abril de 2016
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El recuerdo de Osvaldo Giesso, que falleció la semana pasada

Un mecenas a disposición del arte

El jueves murió el arquitecto Osvaldo Giesso, a los 92 años, un activo mecenas del arte que puso en valor el barrio de San Telmo, fundó el Espacio Giesso y dirigió el Centro Recoleta. El recuerdo muy personal de un artista.

Por Fernando Fazzolari *
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Retrato de Giesso pintado por Pablo Suárez (detalle).

Estas letras aspiran sólo a una forma leve de la Justicia.

Hemos honrado con fascinación la figura de Victoria Ocampo, sus singulares anteojos de carey, sus largas telas que la hacían tan lánguida e interesante, depositada sobre suntuosos canapés gustosamente afrancesados, rodeada de personalidades y acuarelas sutiles en casas ya de suaves maderas inglesas o de riguroso diseño “corbuseriano”.

Pero no hemos honrado aún los dulces sobretodos de Osvaldo, los mullidos acolchados habano que se bamboleaban por los pasillos de Cangallo, las pérgolas de Recoleta o sobre los escombros de todos los reciclados que eran vanguardia antes de ser, hoy, historia clásica. Tan rápidamente.

No hemos honrado aún sus amplios anteojos de plástico colorido y su dócil sonrisa amable, suave, lejana como recordando siempre el placer.

Y qué hacer con esa vocación por el espacio a disposición de los otros, tal vez una herencia endemoniada de la arquitectura como función social artística y cultural.

Esta disposición es la que hizo de él una suerte de Vitruvio de San Telmo, un expatriado genovés que se hizo cargo de un asilo de ancianos para convertirlo en la Catedral de los acontecimientos culturales de la ciudad, una vez que el Di Tella fue demolido por el outlet del cuero turístico.

En definitiva: un mecenas pobre.

Porque a toda justicia, ser un mecenas pobre es una virtud teologal, un mecenas rico cualquiera puede serlo, hasta nuestra telúrica Nefertiti, quien luego de construir su bóveda institucional que luego cedería a los constructores del heredado imperio portugués, atravesó las aguas del puerto de Madero como se atraviesa la línea virtual de Tordesillas, para construir la pirámide curva en donde descansarán sus restos junto a los de su fiel mayordomo, las brumas de Turner y los garabatos de su nieta.

QEPD a su tiempo.

En cambio, qué va a quedar en pie de la casa de San Telmo sino la memoria de su transformación.

Nadie podrá jamás poner una lápida sobre este volcán de fenómenos culturales, y cito algunos porque no recuerdo todos: el cubo, el auditorio, la cocina, las sex parties, el ministerio, la obra semidestruida de Pablo Suárez y las de los otros también, la muestra de León Ferrari en su regreso del exilio brasilero, cuando el León de Venecia no llegaba al papel maché; las clases de yoga, los cursos de tango, de salsa, de Streep tease, de pintura, de dibujo y de zarzaparrilla.

Todo eso a través del laberinto por el que, como Largo Adams, nos guiaba Tabaré, esa especie de Beatrice guaraní deslizándose en el laberinto de sus círculos como un divino biógrafo de Osvaldo el Dante, el Dandy.

Cuánto quiero a este hombre!!!!!!!!!!!!!!

A su Ch’s y la música electroacústica del agua de su pileta ventilada con brisa vorticial, a los infaltables tallarines, espaguetis y vermicellis, económicos y muy cariñosos, las sillas reales y las vulgares.

Domésticas y gentiles, como pompas de jamón.

Ah!, si Peggy Guggenheim hubiera nacido en Buenos Aires!!!, qué poco reconocida habría sido. Qué tristes, qué poco generosos habrían sido con ella los artistas que impulsó a esa carrera por el reconocimiento, la trascendencia y el mérito, reducidos hoy al concepto de validación por el mercado.

Qué del helicoide de Nueva York frente a los quichicientos metros del Centro Cultural Recoleta, la casa del arte argentino del fin del siglo XX, aquella que acogió las primeras segundas partes de las performances, de las instalaciones, del informalismo, de la poesía visual, de la libertad, de la conquista de Maresca, del Búlgaro, de Batato, de tantos que, aún sin contar con su presencia, siguen latiendo bajos los muros como laten los masones de vecindario, los exorcizados por Burucúa.

Que hermoso es encontrarlo a Osvaldo con su sonrisa búdica diciendo: Que bueno!, genial! Sí! Eso! Y si estaba en vena iba por más y siempre tenía su puerta abierta tanto para recibir una idea como para salir cargado de energía, de virtud creadora, de ese soplo divino con que empujaba el barro de los artistas a convertirse en milagro de obra.

Qué fortuna que existan en nuestro país gentes de esta naturaleza.

Y no está solo, porque yo tengo más de dos como compañía: Alvaro Castagnino y Clorindo Testa, además del intangible, innegable, inconmensurable León Ferrari y del fidelísimo Yuyo Noé.

Alvaro comparte con él esa generosa hospitalidad de quienes recogen en su regazo madrazo/padrazo las hojas del viento del arte y le dan forma al árbol de la sabiduría y de la vida y también son capaces de exponerlo a los otros como si fueran un maravilloso monte de diamantes, un cálido y anhelante monte de Venus, una secuoya erguida de Yellowstone o un dulcísimo oso Yogui, como ellos, amorosos, inalterables en su fe.

Con don Testa comparten esa arquitectura de la grandeza, la que permite visitar sus obras vestidos de frac y alpargatas, tomar mate en el borde del boceto e imaginar la obra completa.

Magias del subdesarrollo, donde el placer, el orgasmo, se alcanza con imaginar en las cuatro rayas iniciales el zigurat más resplandeciente del desierto y con eso es todo y suficiente y es lo más parecido al infinito, porque el camino de la materialización siempre termina tropezando con las cábalas de los presupuestos.

A ambos, a Clorindo y Alvaro, mi sentimiento, por ellos y por su hermandad con Osvaldo, por sus mutuas compañías.

A León, compañero, amigo, paisano, cómplice de infinitas correrías, a ambos, Osvaldo y León, por su inacabable picardía y su vocación de provocar, siempre sorprendiendo, uno detrás de suaves anteojos coloridos y una mirada inocente y el otro desde la flacura y la razón de la ingeniería.

Detrás de las máscaras lo imposible y la delicada risa de la travesura que pone en duda todas las verdades de Ptolomeo y de la santísima inquisición.

Por último, al fidelisimo Yuyo, fidelísimo por su paralelo con Castro, empatía castrense, y ese discutir y apelar y argumentar interminable y su mano que se agita en el aire como San Martín en sable sanlorencino, mientras que Osvaldo en el sillón le sonríe y lo disfruta. La síntesis de las antípodas, cada uno con la forma de su pasión.

Y pobre de Warhol si se hubiera tenido que bancar a la buena crítica nacional con el color de río en la tinta de sus plumas, qué hubieran dicho de él si se hubiera expuesto en un cajón simulando su propio velorio (en un acto de narcisismo al que el mismo Warhol jamás se hubiera atrevido, pero que era narcisista, era) Imaginen: Necrófilo! Tanático! Escatológico! De mal gusto, viste.

En cambio Giesso no está expuesto en el MOMA ni en el MAMI, ni en el MIMO, y sí en el rey MOMO!!

Exactamente eso, toda su existencia parece atravesada por una murga silenciosa: cabezones, travestis, enanos, gigantes, equilibristas, zancudos, titiriteros, malabaristas, tenores rusos, gitanas, bandas de pueblo, morenadas andinas, saxofonistas ciegos, héroes de Casablanca, viejos dibujos de Hanna & Barbera, el cine Cecil, las porciones de Pirilo y su nariz, los cucuruchos de dulce de leche del mercado, las barrancas del Lezama, la tintorería de Alvarez y sus perchas voladoras, los huevos de la serpiente, las colas del Lorraine, las crenchas de Deira, el corazón de de la Vega y la barba de Noé y más y Macció y los canales de Venezia y el carnaval de Río, la Bristol atestada de lectores de Cortázar, el 17 de Octubre, los granaderos arriando las banderas de la Independencia, la feria de Mataderos, las tangas rojas, las persecuciones estériles, los saludos diplomáticos, el Bar Mitzva de Jaime, la jauría de liebres muertas persiguiendo a Bianchedi y a Prior, el beso del curador araña; Espartaco liberando a Klemm de la esclavitud de su madre, la idoneidad de los cirujanos de hormigas en la tarea del proctólogo, las enemistades manifiestas, el dadaísmo y la angurria, la pequeña muerte diaria en el excusado del tranvía, el báculo de Pedro, la campana de Philadelphia, el océano índico, las prostitutas filipinas, el teatro negro de Praga, la luz mala, Jonás y su ballena, el ser y el tiempo, Rin Tin Tin, el mas allá, Zaratustra, Sara, Berta y Raquel y algunas que otras chicas del sha; rubias y borrachos, tristes y emocionados.

Todos en silencio desfilan frente al palco de mente mientras Osvaldo sonríe y parece que te está escuchando cuando, en realidad, la música de SU pensamiento está en TU cabeza.

Con amor infinito, en la única noche de plenilunio de Abril del 2009, año del Búfalo.

* Artista visual. Recuerdo escrito en 2009 para el libro homenaje Mundo Giesso, de Adriana Budich. (Desde la publicación original de este recuerdo fallecieron, además de Giesso, León Ferrari, Alvaro Castagnino, Clorindo Testa y Rómulo Maccio).

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