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Martes, 20 de febrero de 2007
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LA PUBLICACION DE “EL ARTE ESPAÑOL EN LA ARGENTINA 1890-1960”

Divagaciones surrealistas

El libro documenta la circulación, crítica, mercado, ideas, coleccionismo y difusión del arte español en la Argentina entre 1890 y 1960. Aquí se rescata un jugoso artículo.

Por Ramón Gómez de la Serna *
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Teléfono-langosta, de Salvador Dalí. Objeto de 1936, reconstruido en 1985.

–¿Quiere Ud. hacer un artículo sobre el surrealismo?

–¿Con este calor?

–No se queje, porque es un tema con ventilador propio, con refrigeración de aire renovado.

La verdad es que puesto a decir es un tema de selección en la hipnótica y fresca dimensión del delirio.

El surrealismo es ya un concepto universal y desde luego una palabra eficaz y señaladora.

El más remoto a su percepción dice sin darse cuenta: “Parece una cosa surrealista” o, más rotundamente, “Eso es surrealista”.

Es una palabra que hasta los críticos más negados tendrán que repetir miles de veces.

No es necesario saber fijamente lo que es “surrealismo”, porque la verdad es que no es un punto en un mapa sino un tren que corre, que hoy estaba aquí y mañana estará mucho más lejos, no se sabe dónde.

Es la idea en movimiento, el nuevo transportador mecánico, el puente flotante y corriente en que embarcarse hacia la otra orilla, hacia la eterna y diferente otra orilla, otra orilla en el espacio y en el tiempo.

Todos recurriremos a esa palabra de socorro y de alivio, nuevo valor al que jugar en Bolsa.

Como pasó con la palabra “modernismo”, nunca se supo bien qué fue lo que quiso decir. Todo era modernismo, todos éramos modernistas, como un día anterior todos eran románticos y todo era romanticismo, y sin embargo según pasa el tiempo menos se sabe lo que fue romántico, lo que es romántico, lo que no puede dejar de ser romanticón. Quedará de esa época –las épocas son muchas y muy cortas, siendo un error creer que tienen que tener un siglo– el arte y la literatura surrealista y, mal que les pese a algunos, en los archivos del tiempo se verá un legajo en cuyo tejuelo se leerá la palabra “surrealismo”.

Así, de cierta época medieval entre feudalismo y goticismo, quedó un arte que se llamó el “arte trovador” y que tiene características de estilo que no pueden ser más que de ese tiempo.

Los precursores de este momento en que nace fatal y revelado el surrealismo ya lo habrían predicho con palabras vagas y augurales. Saint-Po-Roux había explicado el sentido de lo que hace el artista moderno: “Huir de los hombres para acercarse a la humanidad; acercarse a la naturaleza para conseguir huir de ella a fuerza de tratarla y después, entre huida y aproximaciones, centralizarse como un punto de intercesión gracias a una superfetación amanecida de un olvido que aún se acuerda”.

Todo es un esfuerzo para evitar que el arte repita lo parecido, para volver a lo auténtico. Lo más repugnante en arte es la repetición, y por eso su tema más imprescindible, como los que se repiten por higiene en los tranvías, es “Todo, menos la repetición”. La copistería no vale porque, como ha dicho Paul Valery: “El arte es la acción de lo artificial sobre lo natural”.

Los surrealistas para conseguir el logro de la novedad buscan las analogías secretas entre las cosas, ya que las analogías propaladas todos nos las sabemos y estamos cansados de verlas reproducidas.

Frente a la crisis de la realidad que cada día avanza más, el surrealismo mostró otro camino de salvación que, como todo nuevo camino hacia el porvenir, no estaba trazado y primero sólo fue una señal indicadora que decía “Por ahí al surrealismo”.

Llena la conciencia de lugares comunes que se salían ya de ella sin posible cabida, descubrieron los surrealistas la subconsciencia al lado de la que la conciencia es un elemento simplicísimo.

Hay que confesar que ellos fueron los más arrojados inauguradores de lo que iba a estar después de moda. Jung llega a suponer que si se pudiese personificar lo inconsciente tendríamos un ente colectivo colocado más allá de las particularidades genéricas, más allá de la juventud y de la vejez, del nacimiento y de la muerte, y que dispondría de una experiencia prácticamente inmortal, de uno a dos millones de años.

En ese baúl sin fondo revuelven los surrealistas y han de profundizar los literatos y artistas que quieran hallar lo inencontrable, objetivo supremo del arte.

Hay que nadar en esas profundidades para conseguir aflorar con la amenidad en la mano.

Se podría decir para sublimar ese acto temerario y valiente: que lo que se busca ahora por ese camino es lo que se ha buscado siempre por otras cimas y congostos: la quimera; eso que es el último y definitivo aliciente del aspirante artista, eso que es algo más que lo que dicen los diccionarios cuando definen la palabra quimera: “Como lo que propone la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo”.

¿No siéndolo? Ese es el cegarrutismo del diccionario. Siéndolo y pudiendo llegar a sobreserlo.

Es por otros caminos por los que el surrealismo realiza la busca incesante de la quimera, lo que en el fondo es el amor y la gloria. Nuevas leyes rigen el arte, ¿por qué empeñarse en que lo rijan leyes que no por viejas estaban ungidas de eternidad?

“En lo inconsciente, ha dicho Freud, todo pensamiento está unido a su contrario.” Esa hermandad de lo contradictorio –cuando en el pasado siempre se tendía a deshermanarlo– es la gran empresa surrealista.

Todo esto representa una posición humorística que ha de mejorar la vida, pues sólo al llegar a ese punto humorístico los pueblos se defienden de la tenebrosa garra de los hombres serios que no acaban de ser ridículos porque no hay bastante humorismo a su alrededor. Si el ambiente de los pueblos hubiera sido más humorístico, quizá se hubiesen evitado las catástrofes que les afligen, pues se hubiesen defendido de los seres grotescos y nefastos que les dominan.

¿Pero el que tenga ese fondo humorístico el surrealismo quiere decir que no sea una escuela de fe?

Los que ven a estos artistas de lo incomprensible desde fuera los creen escépticos de su arte y sostienen que no entienden lo que han hecho.

Es menester la desfachatez de esos reporteros que quieren dárselas de vivos y de enterados para no saber que ellos son los que viven creyendo, los que sienten sus problemas como lutos que caen sobre sus almas.

Yo que he vivido en la parte de adentro del vallado conozco sus temblores íntimos, sus cavilaciones, habiendo hecho lo que han hecho como lo más que pudieron hacer, exagerando la superación.

No quieren dar explicaciones y sobre todo si el que pregunta lo hace con frívola curiosidad y aire burlón, pero jamás se reirán ellos de lo que hacen ni dejan de creer fervorosamente en ello.

El periodismo internacional los confunde y pinta a Dalí, por ejemplo, ante un cuadro que es un supuesto que se intitule “Desechos de un automóvil que da a luz un caballo ciego, el cual muerde un teléfono”.

Una señora –según el periodista– pregunta a Dalí: –¿Qué significa el teléfono? Y según el periodista, cuando Dalí no respondería nunca a una pregunta tan impertinente, Dalí responde: –Madame, el teléfono representa los ennegrecidos huesos de mi padre que pasan entre las figuras del hombre y la mujer en el Angelus de Millet.

Y el lector que no quiere comprender se solaza como si fuese una farra el martirologio del nuevo arte.

Yo que los he visto complejizarse, variar de color, tener los ojos extraviados, ir más lejos de cada tema en cada conservación, ultradelirar, para estar más allá a la tarde de cada día, comprendo la mentira de la indiscreción periodística.

El surrealismo es una doctrina completa porque es tan literario como pictórico. Así como el cubismo quiso evitar a los literatos, en el surrealismo se mezclan las dos artes. Las frases sueltas de los títulos de los cuadros se entrelazan con las frases de las poesías y entrambas producen el escándalo. [...]

Los pobres surrealistas se lanzan como los paracaidistas sin saber si la imagen se abrirá en flor y les salvará o se quedará cerrada y malogradora.

Se exponen pero son felices, sobre todo Dalí, gran colonizador del mundo, metido en su estudio tapizado por completo de pieles de astracán gris y junto a su bella Gala –femme violente et sterilisée–, esa mujer de piel extraña como él nos ha hecho saber en ese poema que tiene este repetido estribillo: “como el tisú epitelial de mi bella Gala/ su tisú epitelial chocarrero y lamparista”.

Esperemos que en ese camino infinito que se inicia esté la diversión universal, después del derramamiento de sangre universal.

* Fragmento de uno de los textos de El arte español en la Argentina 1890-1960, coordinado por Patricia Artundo, recientemente publicado por Fundación Espigas. El artículo de Gómez de la Serna fue editado orginalmente en febrero de 1941 en Buenos Aires, en Saber vivir.

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