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Martes, 21 de agosto de 2007
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GALERIA MAMAN: LA VUELTA DEL ESCULTOR RAUL FARCO

Materialidad+temporalidad

Luego de treinta años de vivir y trabajar fuera del país –en Africa del Sur, España, EE.UU., México...– y de doce de no realizar muestras, por su hastío con aspectos de la escena artística, regresa Raúl Farco.

Por Fabian Lebenglik
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Vista de Matamos, 250x125x175 cm, de Farco.

Tras doce años de un voluntario retiro de los lugares más mundanos y visibles de la escena del arte, especialmente de las exposiciones individuales –por el hastío con ciertos aspectos del sistema de “convalidación” artística y el manejo discrecional y a la moda de quienes toman esas decisiones–, el escultor Raúl Farco vuelve a exponer su trabajo y elige hacerlo en la Argentina, adonde se estableció luego de treinta años de vivir fuera del país.

Raúl Farco nació en Corrientes en 1953, aprendió escultura con su padre; estudió arquitectura, y aproximadamente entre sus 20 y sus 50 años vivió por el mundo, en continuo movimiento: Africa del Sur, España (Madrid, Lanzarote), EE.UU. (Nueva York, donde instala su estudio en 1978) son los primeros puntos de su itinerario de vida. Pasa algunas temporadas de trabajo en Carrara (Italia). Viaja por España, Italia, Argentina, Francia, Suiza. Exhibe su obra con regularidad por el mundo y comienza a realizar obra pública por encargos gubernamentales. A comienzos de los años ’90 se instala en Madrid, donde produce una serie de obras en plomo. En 1993 vuelve a Nueva York y organiza en Chelsea el jardín internacional de esculturas. En 1995 decide abandonar la escena del arte y sus aspectos mundanos, para recluirse en el trabajo del taller.

En 1998 se muda a México DF, donde desarrolla técnicas para la fundición del bronce y tecnologías en piedra, para aplicación en escultura y arquitectura. Trabaja en un plan gubernamental (en Hidalgo) para la formación de artesanos escultores. En 2004 regresa a Buenos Aires para trabajar en fundición de hierro, aluminio, bronce, piedras y madera. Por ese camino vuelve a exhibir su obra luego de doce años.

Acaba de inaugurar una exposición de sus esculturas más recientes, realizadas entre 2006 y 2007. Lo que primero advierte el espectador es el dominio de los materiales: hierro, acero inoxidable incrustado; madera (a veces quemada), mármol, aluminio, mármol, ónix, cuero crudo, fibra de vidrio, ramas, corteza, bronce... cada uno con determinadas pátinas que aportan sentido a las obras. Todos los materiales están combinados de un modo sorprendente, contrastante, en el que se juegan los sentidos mismos del material, su autonomía, resistencia, textura visual.

La obra de Farco es la de un artista que elige incluirse en la gran tradición escultórica. Su tema es el humanismo –la vida y el destino humanos–, la relación entre naturaleza y cultura y la reflexión acerca de la violencia y las asechanzas de la vida.

Para el crítico norteamericano David Shapiro –que sigue la obra de este artista desde hace muchos años–, la escultura de Farco evoca, en términos genéricos, a la “víctima” que “reivindicada de todo cliché, debe de estar en el centro de la reflexión”. Según Shapiro, la obra de Farco se opone al actual mainstream de la escultura norteamericana, identificada en la figura de Richard Serra, cuya obra, de escala gigantesca, busca su sentido en el material industrial y en la relación de la escultura con la sensación.

Farco es un artesano en su oficio. El trabajo que él elige realizar sobre la materia es de largo aliento: cada pieza le lleva mucho tiempo y esto se nota en el resultado final. La exposición se abre con una gigantesca cabeza y con la esculturas de la serie Timberland, que luego continúa en el jardín del fondo. Son piezas longilíneas, de bases altas, que homenajean en ciertos aspectos la figura en Giacometti, del mismo modo que en otras piezas Farco dialoga con otros grandes artistas, como Henry Moore (y su esculturas externas-internas donde lo visible y lo recóndito están íntimamente ligados y constituyen una continuidad visible y sensible), Sol LeWitt (y sus construcciones visuales), la tradición constructiva, y así siguiendo.

En alguna de estas obras de hierro fundido el escultor coloca pequeñas incrustaciones de acero inoxidable distribuidas en toda la pieza, de modo que mientras continúa el “trabajo” del tiempo sobre la materia (el proceso de oxidación del hierro), esas incrustaciones iluminan la superficie de la obra en una combinación que resulta poética.

Otra serie es la de las cabezas. Algunas están hechas con madera de lapacho e incluyen “paisajes interiores”, espacios internos, dentro de cada cabeza que pueden por momentos verse, por momentos intuirse.

En cada pieza el tiempo de realización constituye una dimensión muy importante del trabajo.

La enorme cabeza (de 2,50 x 1,25 x 1,75 metros) colocada en la entrada de la galería, cuyo título (y frase inscripta en la propia pieza) es “Matamos”, exhibe también un laberíntico espacio interior, trabajado al detalle. “El título de esta obra –explica Farco– está en primera persona del plural porque no quiero excluirme de esta cultura de la muerte de la que todos formamos parte”. Cultura y violencia son constitutivas de la obra de Farco, quien vuelve una y otra vez sobre ambos temas. Cada cabeza, tanto las de madera como las de piedra, está construida de un modo muy complejo: a partir de pequeños bloques ensamblados. El escultor le da una forma específica a cada bloque, según su lugar y función en la obra mayor, que luego ensambla en un todo.

La serie de los “abrigos” (Shelters), dos pares de piezas de distintas medidas que aparecen como vestidos rituales, y que al mismo tiempo remiten a una instancia de protección, están realizados en madera, hierro, aluminio, ramas y fibra de vidrio. Cada “abrigo” combina materiales y sentidos en encuentros inesperados que evocan líricamente los temas mencionados.

“La capacidad de Farco de exponer el legado y la inmediatez del dolor –según dice Shapiro– es de un coraje y precisión extraordinarios. Estos cuerpos y cabezas nos recuerdan la comprensión antropológica donde la primera escultura fue el mismo cráneo. El cráneo grabado permaneció para hacernos recordar la sociedad entre la muerte y la supervivencia... Entendemos, entonces, que la máscara es un rompecabezas casi infinito, tanto en las denominadas ‘sociedades primitivas’ como en nuestras aún más ‘salvajes’ líneas de montaje y cárceles. La ‘Doble cabeza’ es un relato folklórico y otro indicador de la comprensión corpórea de Spinoza: ‘No sabemos lo que el cuerpo puede hacer’. Esto puede considerarse como una esperanza y también como una máxima distópica. Se puede quebrar a cualquier hombre, no así evitar el heroísmo del cuerpo. Wittgenstein decía: ‘Tal vez la mejor imagen del alma humana sea el cuerpo humano’. Nos protegemos en la incertidumbre y orgullo de este aforismo.” (En la galería Daniel Maman, Avenida del Libertador 2475, hasta el 28 de septiembre.)

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