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Martes, 13 de noviembre de 2007
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RETROSPECTIVA DE ENRIQUE AGUIRREZABALA (1932-1991)

“Una tregua en la batalla”

El Centro Recoleta rescata la obra leve y silenciosa de un gran artista: acuarelas, collages y esculturas.

Por Fabián Lebenglik
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Cuaderno de Bellavista, 1985; collage s/papel.

“En mis dibujos hay un espacio obligado, es decir yo le doy el aire, el margen que otros le dan con un marco y con un fondo de papel blanco. Me gustan las figuras levitando y circulando a través del espacio, porque para mí cambiar las leyes, en este caso de la gravedad y en otros de relación ilógica entre los objetos, ya significa una deformación o alteración de algo lógico. La creación de mis atmósferas es afirmativa, me interesan como objeto expresivo y puramente plástico; es el espacio utilizado como silencio, un silencio que me dice mucho a pesar de serlo.” Así definía el propio artista su trabajo. Ese silencio, sin embargo, es elocuente, “dice mucho”, respecto de Enrique Aguirrezabala y su obra, un artista de la delicadeza, la levedad, el humor y el silencio, que murió de un ataque al corazón, a los 58 años, mientras leía un libro.

El Centro Cultural Recoleta presenta en estos días una deliciosa retrospectiva –curada por Clelia Taricco, también a cargo del montaje– que rescata la obra de Aguirrezabala gracias al impulso y organización de los amigos del artista, integrantes del “club Nada”, del que forma parte, entre otros, Alvaro Castagino (ver aparte), quien realizó en su galería una larga serie de exposiciones de Aguirrezabala desde mediados de la década del sesenta.

Aguirrezabala nació en Gualeguay, Entre Ríos, en 1932. A mediados de los años cuarenta la familia se traslada a Colonia, Uruguay. Durante el secundario se afirma su interés por la pintura y el dibujo. A fines de la década la familia se traslada nuevamente, para radicarse en Buenos Aires. El artista incipiente, a causa de la enfermedad y muerte prematura del padre, se ve obligado a salir a trabajar en varias cosas, hasta que ingresa en la editorial de José Luis Mangieri, La Rosa blindada. Como diagramador pasa también por algunos medios de prensa como La Opinión y Prensa Económica.

Se forma como artista con Cecilia Marcovich y Juan Carlos Castagnino. Comienza a fines de los cincuenta a exponer con sus compañeros de talleres, hasta que en 1960 presenta su primera exposición individual en su ciudad natal.

La primera muestra en Buenos Aires la lleva a cabo en la galería Van Riel. Desde entonces realizó 36 exposiciones individuales en Argentina, Uruguay y Colombia, y participó de unas sesenta exposiciones colectivas nacionales e internacionales.

Otro de sus amigos, el poeta Arturo Carrera, para dar cuenta de los delicados procedimientos de Aguirrezabala en la acuarela y su relación con los procesos mentales, cita al poeta y pintor Henri Michaux: “Siento con una alegría secreta al principio, pero cada vez más evidente, la deriva de la línea de mi dibujo en el agua, la infiltración que va tomándolo todo. Sustracción que se parece mucho a la conducta de mi vida, esa traición instantánea, ese abandono que no hace más que acentuarse y desampararme, aquí por el contrario me fascina y me resucita a mí mismo por ese logro de lo instantáneo que embrolla absurdamente mis trazos, primero seguros, que parten a nado de todos lados, arrastrando mi sujeto hacia una tenuidad que no para de dilatarse, o desaferrarse, superficie de disolución, de divergencia y de distorsión, hacia un absurdo nuevo que me deja boquiabierto en la orilla”.

Las acuarelas de Aguirrezabala son de una exquisita factura: allí se condensa sutilmente la poética visual del artista, con una mirada que exhibe al mismo tiempo la sabiduría, el juego, la sorpresa, la controlada incertidumbre de una imagen luminosa y, otra vez, leve.

La exposición reúne dibujos, pinturas, acuarelas, collages, objetos, esculturas, cuadernos. Cada etapa presenta una particularidad al mismo tiempo que una evidente unidad profunda, en el desarrollo de una obra siempre delicada, siempre sutil. Cuando el ojo del espectador se asoma a una obra de Aguirrezabala, advierte que hay algo de módica, pudorosa intervención en la superficie y el espacio. “Es parte importante del trabajo del artista –decía Aguirrezabala– mostrar lo que hace, y colgar una muestra no es lo más difícil. Lo que permanece intacto para mí es el gozo de enfrentar el resultado, o la bronca –generalmente bronca– por lo mismo. Mostrarse significa sobre todo plantear públicamente una proposición individual, más o menos clara, acerca de una poética, una ideología, una visión del mundo, una resumen de vida.” Como escribió Miguel Briante: “Enrique fue uno de esos hombres –escasos– que no corren detrás de la gloria ni están corroídos por la envidia, desesperados por el triunfo de los otros. Enrique era una tregua en la batalla del mundo”.

En una de las últimas exposiciones individuales que el artista presentó en vida (Esculturas. Postcangallo ’89, en la galería de Alvaro Castagnino), reunía obras en las que evocaba su pasión por la literatura y la música. Aquella serie se exhibe en la retrospectiva del Centro Recoleta. En ese último grupo de esculturas Aguirrezabala evocaba al poeta y escritor francés Raymond Roussel, reivindicado por las vanguardias de los años treinta. Esta serie muestra un apego por la matriz constructiva y un culto festivo y antipsicológico por la liviandad y por la música llamada “ligera” –de compositores como Albert Roussell y Scot Joplin–. Esta levedad se confirma no sólo en la imagen sino también en la misma materialidad de las piezas, hechas de papel, cartón, tela, cola vinílica y pintura acrílica. En esta serie de trabajos predomina la verticalidad y en varios casos el artista remata los extremos con puntas divergentes que ofrecen el aspecto de maquinarias dinámicas e irreverentes. Como en parte de su obra de superficie, aquí no sólo se observa la delicadeza del detalle sino el sentido del humor del artista. Y junto con la imagen poética, la ligereza y el humor, también aquí se verifica cierta fragilidad constitutiva. Lejos del ruido y más lejos del grito; cerca del murmullo, de la sonrisa y más cerca del susurro, esta exposición puede disfrutarla quien guste también del silencio.(En el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, hasta el 25 de noviembre.)

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