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Martes, 4 de diciembre de 2007
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EL PROGRAMA “PERTENENCIAS” EN EL FONDO NACIONAL DE LAS ARTES

Cronología y genealogía mendocinas

En “Apropiaciones”, trece artistas de la provincia de Mendoza ofrecen un intenso panorama contemporáneo.

Por Laura Valdivieso *
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Obra de Marcelo Santángelo, parte de un mural intercambiable realizado en 1960.

Esta exposición reúne a trece artistas mendocinos, seleccionados y ordenados de acuerdo con un criterio generacional.

Primero, Luis Quesada y Marcelo Santángelo, dos artistas nacidos en 1923, que iniciaron su producción en los años ’40 y que se mantuvieron activos hasta el nuevo milenio. Santángelo falleció en enero de este año y produjo hasta último momento. Quesada sigue trabajando, con dos muestras individuales concretadas sólo en el 2007. Ambos fuertemente ligados a la actividad académica en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Cuyo.

Luego, los artistas de una segunda generación, nacidos en la década del 50. Chalo Tulián, Martín Villalonga, Ramiro Quesada y Cristina Bañeros. Todos han desarrollado su obra hasta ahora y sus proyectos estéticos son muy diferentes entre sí y de inspiración muy dispar. Tulián y Bañeros son docentes en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Cuyo; Villalonga y Ramiro Quesada, no.

Siguen Marta Mom, Daniel Bernal y Miguel Gandolfo. En esta franja están los artistas que nacieron en los ’50 y ’60 y que son funcionales al tipo de relaciones desarrollado en la muestra. Su trabajo se ha insertado en el movimiento de artistas argentinos de los años ’90 y los tres forman parte de la colección de Arte Argentino Contemporáneo del Macro en Rosario y de la Colección “C/Temp” de Mendoza. Todos se formaron en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Cuyo, pero ninguno es docente allí.

Por último, Sabrina Kadiahj, Federico Calle, Inti Pujol y Juan Manuel Sirk Hauser, que es el grupo más joven, sumergido en la problemática de lo contemporáneo tal como ha circulado en Mendoza en estos últimos diez años. Es decir, becas Antorchas, clínicas con artistas como Siquier, Ballesteros, Gumier Maier, entre otros. Sólo Pujol estudió en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Cuyo; el resto proviene de la fotografía, el diseño y el cine.

Pero volviendo al tema del registro generacional, este proyecto no pretende dar cuenta de un panorama histórico de las artes visuales en Mendoza entre los ’40 y el nuevo milenio en curso. Para lo que, claro está, faltarían muchos artistas.

La muestra se propone, en cambio, dar cuenta de una línea específica de relaciones internas, que se están dibujando desde que las últimas generaciones han empezado a construir un discurso histórico, a buscar una identidad, a encontrar a sus padres. Aun así, faltan artistas.

Por lo tanto, puede tomarse entonces no como un ámbito de consagración ni de señalamiento, sino como una muestra de laboratorio; algunos ejemplos que ilustran una pequeña historia que sucede en Mendoza.

En los últimos diez años ha penetrado fuertemente toda la problemática que se desata alrededor del arte contemporáneo y su situación en contextos tan acotados como Mendoza. Esta penetración ha sido extrainstitucional, por vías no académicas. Grupos de artistas trabajan desde esta nueva perspectiva y plantean un enfrentamiento con algunas políticas visuales de larga data. Otros poseen una actitud más moderada y producen una mixtura entre su propio oficio y las nuevas opciones.

Pero el fenómeno interesante aquí es el reclamo de paternidad que la última generación les está haciendo a sus antecesores. Ya no es la figura del “maestro” transmitiendo sus saberes al “discípulo”, sino más bien todo lo contrario. Los más jóvenes, armados con instrumentos de lectura del mundo contemporáneo, están revisando su pasado y reconstruyendo sus orígenes. ¿Qué buscan? Artistas que se hayan dejado conmover por lo que sucedía en su propio tiempo, que se hayan animado a innovar (si cabe el término) en su contexto. Ya no quieren ser los que iluminan con las últimas tendencias a la somnolencia institucional local, sino más bien aquellos que reconstruyen la historia y reubican las propuestas de los artistas que los precedieron en función de un nuevo relato, cuyo hilo conductor es encontrar el origen de esta inquietud de sincronizar con el mundo.

Luis Quesada y Marcelo Santángelo, juntamente con otras figuras del pasado local como Filomena Moyano o César Gianello, han sido señalados, en un acto casi artístico, por los artistas más jóvenes de Mendoza. Estos últimos eligieron mostrar y relatar sus obras desde una perspectiva contemporánea y han decidido autonombrarse hijos o discípulos de ellos. Estos artistas que empezaron en los años cuarenta, que se nutrieron de la modernidad descubierta a través de los libros, las revistas y los relatos de los viajes de los que podían viajar, activaron su curiosidad y se apropiaron de ideas para reinventarlas en Mendoza. Las filtraron en la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Cuyo, en los medios de comunicación y en el mercado. Pagaron algunos altos precios por todo esto, pero dejaron abierta la brecha entre la academia acomodaticia, que repite las fórmulas de siempre para no equivocarse, y los artistas que entienden este campo como un lugar de desconcierto, de invención y reflexión constante. En algún período de la historia local, esta brecha se desdibujó.

Hoy, la generación de artistas de menos de 30 años no deja de sorprenderse cuando revisa el pasado. Siente una identificación con estas propuestas y reclama su paternidad. Una relación dinámica que está en construcción y que no sólo ha fijado su interés en estos pioneros, sino que avanza revisando la historia para encontrar a los que siguieron.

En este hilo conductor ha recuperado también a los artistas de las generaciones intermedias cuyo proyecto estético dialoga con este pasado y tiene conexión con el futuro. Esta generación está atomizada. Algunos artistas, que tienen una posición más radical, como Mom, Gandolfo y Bernal, ya han sido adoptados. Alejados de la academia, abandonaron progresivamente algunos rasgos distintivos de ella, como la pictoricidad de la pintura, el volumen de la escultura, e indagan en la posibilidad de reinventar sus oficios en el contexto del arte contemporáneo. Ramiro Quesada también está allí, pero al ser hijo de Luis Quesada, sus libertades son una herencia familiar y no una dura lucha, además de no haber pasado por la academia.

Después está un grupo de artistas aún sin revisar, por ello fuera de diálogo con esta generación a la que me he referido antes. Con una larga e indiscutible trayectoria de trabajo, sus obras parten de los oficios tradicionales también y van mutando hacia formas más mixturadas. Tulián, marcado fuertemente por rasgos históricos indigenistas; Villalonga y Bañeros, por restos informalistas.

Pero no pretendo fijar aquí una categoría de valoración histórico/estética a partir de los señalamientos de las nuevas generaciones. Sólo quiero contar con palabras e imágenes cómo los lazos históricos se van construyendo y ése es el punto positivo. El interés por lo contemporáneo no difiere mucho del interés por lo moderno que tuvieron aquellos artistas. El nudo de análisis aquí es ver cómo se apropiaron de algunos principios y cómo los reinventaron en Mendoza, sin creer que los caminos se agotan, que las verdades se imponen. El arte no es sólo el relato de la Historia del Arte. Es un camino incierto, cuyas curvas y vericuetos tienen también que ver con las propias historias locales. Pronto tendremos esta historia del arte de Mendoza escrita y luego deberán venir las otras.

(En la Casa de la Cultura del Fondo Nacional de las Artes, Rufino de Elizalde 2831, de martes a domingos de 15.00 a 19.00, hasta el 16 de diciembre.)

* Artista plástica y curadora de la exposición.

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