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Miércoles, 28 de julio de 2010
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El rescate en CD de tres bandas de sonido emblemáticas de los años sesenta

Sonidos para un cine que cambió la historia

Hasta ahora, los soundtracks de Blow Up y Zabriskie Point (Michelangelo Antonioni) y de 2001 Odisea del espacio (Stanley Kubrick) tenían versiones incompletas o sólo disponibles en vinilo. Ahora se puede acceder incluso a aquello que quedó fuera de los films.

Por Diego Fischerman
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Durante muchos años, lo realizado por Pink Floyd para Zabriskie Point fue un tesoro inhallable.

El lapso cubre unos pocos años. Pero son los años del Sargento Pepper y el doble blanco, de la psicodelia y de Woodstock. Los años de Antonioni y su fantasía fotográfica alrededor de Cortázar y aquéllos en que el futuro se imaginó por primera vez girando en el espacio con un vals de Strauss y la humanidad fue vista como monos golpeando unos huesos al son de la música vanguardista de György Ligeti. En 1967 se estrenó Blow Up, de Antonioni, el año siguiente fue 2001 Odisea del espacio, de Kubrick, y en 1970 llegó Zabriskie Point, nuevamente de Antonioni. Fueron tres películas que marcaron su época –y que, desde ya, fueron marcadas por ella– pero, sobre todo, que señalaron una nueva relación entre la música y la imagen.

Las tres bandas de sonido acaban de ser publicadas localmente, por Sony. Forman parte de una serie que también conforman otras dos músicas de película que hicieron historia, la de El mago de Oz, de 1939 –con la voz de Judy Garland y una de las la canciones más extraordinarias de todos los tiempos, “Over the Rainbow”–, y la de Dr. Zhivago, de 1965, donde el futuro “progresivo” Maurice Jarre escribió uno de los temas musicales más famosos de la historia reciente, el de Lara. Esta edición incluye, además de las secuencias sinfónicas completas de lo que en la película sólo se escuchaba en parte, tres versiones de ese “Tema de Lara”, en tiempo de jazz, de swing bailable y de rock’n roll. Las ediciones agregan, en todos los casos, una considerable cantidad de material inédito y, en ocasiones, de extraordinario valor. Por ejemplo, Zabriskie Point, un disco de culto para los fans de Pink Floyd, en esta edición es un álbum de dos CD y más de 100 minutos de música que incluye toda la música grabada y no utilizada en el film, entre ella cuatro versiones improvisadas para la escena de amor por Jerry García, guitarrista de Grateful Dead, y dos versiones pensadas para esa misma escena por Pink Floyd.

Si Zabriskie Point es la figurita difícil de Pink Floyd (y de Grateful Dead), Blow Up, con música incidental compuesta y tocada por una selección de músicos de jazz que los créditos originales no consignaban (Jimmy Smith, Phil Woods, Jim Hall, el propio Hancock, Ron Carter y Tony Williams), incluía también algunas perlas del rock de esos años, en particular el tema “Stroll On”, por The Yardbirds, una banda cuyos guitarristas eran nada menos que Jeff Beck y Jimmy Page. Tanto la parte jazzística como la otra tienen sus historias. La primera iba a ser grabada por músicos ingleses, pero Hancock los rechazó porque “la característica agresiva de la música requería músicos de jazz estadounidenses”. La intervención de los Yardbirds, por su parte, debería haber sido con la canción que Antonioni prefería (se había dedicado a escucharlos meticulosamente). Era la versión que el grupo hacía de “Train Kept A–Rollin’”, modelada a partir de la grabación realizada por el Trío de Rock’n Roll de Johnny Brunette en 1957. Pero cuestiones de derechos hicieron que Keith Relf debiera cantar otra letra y el tema se retituló como “Stroll On”. Como la canción duraba un poco menos de tres minutos y Antonioni necesitaba tres y medio, el director repitió la sección con los solos de Beck y Page.

En ninguna de estas películas la música se limita al acompañamiento de la acción ni a ese ideal de neutralidad que el mainstream hollywoodense había diseñado. Cuando Kubrick murió, en 1999, la revista francesa Le Monde de la Musique tituló su obituario “Kubrick, el disc jockey”. Algunos aseguraron haberle escuchado decir: “Filmo para poder poner música”. La frase puede o no ser verídica pero es verosímil. Y la música de 2001, con su mezcla de Ligeti, Richard Strauss, Aranm Khatchaturian y Johann Strauss la pone en evidencia. También en este caso hubo conflictos, comenzando por la música compuesta originalmente por el gran Alex North, que Kubrick decidió no usar. Pero para la que sí utilizó, olvidó pedir autorización, lo que derivó en una demanda de Ligeti, que fue compensado con tres mil dólares. A la distancia aparece, además, uno de los personajes principales en lo que podría considerarse la banda de sonido de la época que produjo estas bandas de sonido. Jerry Goldsmith fue quien, al cumplirse los 25 años del estreno de la película, en un gesto de reparación estrenó la notable partitura sinfónica de North que Kubrick había descartado. Y Goldsmith, en ese mismo 1968 que pensó al futuro mucho más futuro que lo que en realidad sería, fue quien escribió la primera banda de sonido enteramente dodecafónica de la historia. Y no lo hizo para un oscuro film experimental universitario. Su experimento vio la luz en una de las películas más exitosas –y originales– de su tiempo: El planeta de los simios.

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