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Miércoles, 12 de enero de 2011
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¡Por mi culpa!, el nuevo disco de Chavela Vargas

Nueve décadas de puro fuego

Con varios invitados, la notable cantante mexicana vuelve a conmover espíritus con un disco exquisito: un acabado muestreo de lo que puede emocionar un registro vocal procedente de un suelo erosionado por dolores, desilusiones y borracheras.

Por Cristian Vitale
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Chavela Vargas se niega a quedar estacionada en la comodidad de la leyenda.

Dice Isabel Vargas Lizano –Chavela para el mundo– que el motor de su búsqueda ha sido siempre la angustia que esconde cada canción. Dice, también, con 91 años consumados, que no le teme a nada. Puede leerse rápido que, entre ambas franjas del existir humano, subyace una paradoja que la explica en vida y arte. Chavela, cantando y viviendo, no les teme a los efectos a veces socialmente angustiantes de su hacer. No temió admitir que era lesbiana en televisión. Menos haber migrado de Costa Rica a México sola, a los 17 años, para cantar rancheras viriles en las calles con la sola protección de su voz, un poncho rojo y una pistola de bajo calibre. Por esto. Por su intrepidez, por una valentía de incontrastable agudeza humana, por ese timbre entre ríspido y ancestral modelado por años de aguardiente azteca, el mundo la ama. El mundo la banca porque siempre fue lo que es: una cantante genuina, triste y burlona. Una abuelita brava que ha desmalezado un camino feo a las de su condición. Una doncella morocha, de hierro templado a puro arrojo, cuya boca ríe mientras su mano escribe cosas como “Paloma de mi alegría, te robaste las estrellas. Sale la luna y no brilla, la noche es manto de penas. La cruz que me has clavado está entre el cielo y la tierra. Y no hay corazón humano, ni ser divino que entienda”.

Parida por su pluma, “¿Adónde te vas Paloma?” es una de las ocho canciones que pueblan el disco que Chavela no temió hacer pese a haber superado las nueve décadas: ¡Por mi culpa!, recién editado en Argentina por medio de Acqua Records, es, en lo global, un acabado muestreo de lo que puede emocionar un registro vocal, procedente de un suelo erosionado por dolores, desilusiones y borracheras. Una voz a la que no le hace falta más que el acompañamiento suave de una guitarra, de un cello sutil o una percusión de segundo plano. Ella, por sí misma, dispara sensaciones. Hace que el bolero no se convierta en “embolero”, en música de fondo para conquistas previsibles. En escenas-estereotipo del estilo “vos + ella + vino tinto + dos velas + tres flores + palabras tontas al oído”. Chavela no está para eso. No colabora con las puestas en escena que los culebrones mexicanos han convertido en berretadas para el shopping televisivo. Chavela va a fondo y se parece más, trasvasando géneros y geografías, al Goyeneche de los últimos días que a cualquier bolerudo en boga. Chavela se clava cuchillos en el alma, en serio.

Esta vez acompañada por quienes ha ungido como sus amigos (Eugenia León, Jimena Giménez Cacho, La Negra Chagra, Mario Avila, Pink Martini, Joaquín Sabina, el que le ofrendó “Boulevard de los sueños rotos”, y Lila Downs) y algunas perlas para ahuyentar la soga cuando la cosa viene espesa. No es el caso del dueto con Sabina que devino en la trillada “Nosotros” –nada es perfecto, al cabo– pero sí de “Vámonos”, la ranchera a fuego lento y voces al límite que cocina con la Downs, a quien Chavela nombró su sucesora. O la generosa apropiación que hizo de “Canción de las simples cosas” (Isella-Tejada Gómez) junto a la Chagra y una luz allá en el fondo: “Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida / Y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas”. Una luz cuyo color elige cada quien.

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