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Miércoles, 17 de agosto de 2011
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Con Ringo, Massacre revalida sus credenciales rockeras

Primera defensa del título

El quinteto liderado por Walas le rinde homenaje a Oscar Bonavena, pero también se saca de encima la presión de cómo seguir después del éxito de El mamut. El tándem de guitarras del Tordo y Fico arma una pared sonora que les deja espacio a las sutilezas.

Por Roque Casciero
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Massacre, de peleadores callejeros a pugilistas refinados.

Durante años, Massacre fue como esos peleadores callejeros desbordantes de potencia que, trasladados a un ring, terminaban perdiendo ante pugilistas con técnica más refinada. Así fue hasta que los tomó un viejo conocedor de los gimnasios/estudios, el perico Juanchi Baleirón, y los eternos perdedores hermosos aprendieron a plantarse mejor, a mover las piernas y a elegir los momentos justos para lanzar jabs y ganchos al mentón. El mamut, en 2007, sonó en las radios y llevó a Massacre a ser número puesto en cuanto festival hubiera, en algo que su cantante Walas definió como una suerte de “entrada al rock nacional”. Incluso, como los grandes del boxeo argentino, el quinteto hizo rugir a un Luna Park repleto. Ringo, siguiendo con la analogía, sería algo así como la primera defensa del título. Y ya se sabe que llegar es más fácil que mantenerse... Pero Massacre, afortunadamente, no bajó la guardia y mucho menos la calidad.

Ringo hace referencia desde el título a Oscar Bonavena, figura del boxeo venerada por el vocalista y objeto de homenaje en “La virgen del knock out”. Es el sexto tema, que parte en dos al álbum: “Pegue Ringo es lo que clama/ ardida la afición (...) De su ring no se sale”, canta Walas, entre las guitarras demoledoras e imaginativas de Fico y el Tordo, más el empuje de Luciano (bajo) y Charly (batería). La producción a cargo de Ale Vásquez pone a la banda in your face, como una pared sonora que primero impacta y luego permite descubrir detalles sutiles. Por ejemplo, las cítaras de “Tengo captura”, auténtica road movie donde se mata a un policía motorizado (en un guiño al rock indie). O las baterías secas de “Celebrity”, una canción en el punto justo en el que Joy Division se convirtió en New Order.

Más claro en su dicción y seguro de su entrega vocal, Walas se mueve orondo entre la historia de dos a los que “no les entraba tanto amor” y son esperanza de tiempos mejores para los solitarios (“Tanto amor”), y el descreimiento en Internet y las redes sociales como la nueva iglesia (“La web del siglo”), o entre el desafío de las nuevas generaciones militantes (“Es la revolución/ y si no será una revuelta más”, plantea en “Muerte al faraón”) y la ambivalencia moral de un “científico a medias, místico a la mitad” (“No pruebo nada”). En “El robot vs. la momia azteca” y “Lo mío no es tan grave”, los últimos temas de Ringo, el Tordo y Fico llevan sus guitarras a una nueva dimensión, cruzándolas con sintetizadores.

Pero la verdadera joya en este peso pesado discográfico es “El deseo”, que bien podría imaginarse como el “Losing My Religion” de Massacre. Por un lado, sólo haría falta agregarle mandolinas para que fuera un hit perfecto para R.E.M. (de hecho, tiene cuerdas arregladas por Alejandro Terán); por otro, la letra pasa del abatimiento (“a esta edad es cuando comienzan/ a incomodarnos las horas/ no vamos a la iglesia/ y están vencidas las drogas”) a una bella tozudez para seguir andando (“ningún invierno empieza/ si mantenemos vivo el deseo/ que es el premio mayor”). La canción es un directo a la mandíbula, en medio de una magistral combinación de golpes (ninguno bajo, por supuesto). ¡Y pegue, Massacre, pegue!

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