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Miércoles, 8 de julio de 2015
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Why make sense?, de Hot Chip, y Déjà Vu, de Giorgio Moroder

Dilemas a la hora de salir a bailar

El septuagenario productor italiano vuelve a rodearse de figuras pop y desempolva viejos trucos para un regreso tan inesperado como celebrable, mientras que el quinteto británico lanza cuestionamientos en forma de electropop con tracción a sangre.

Por Roque Casciero
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Las canciones de Hot Chip hacen bailar al cuerpo mientras inquieren a la mente.

Ah, la pista de baile... La sola mención de ese ámbito de hedonismo genera, seguramente, ideas bien diferentes en la mente de cada persona, que dependerán tanto de su edad como de sus intereses musicales (y lúdicos). La conclusión lógica, entonces, es que no existe “la” pista de baile: hay y habrá tantas como quienes se entreguen a la danza sobre ellas. Y dos álbumes que acaban de aparecer en las bateas no hacen más que corroborarlo. Tanto los británicos Hot Chip como el veteranísimo Giorgio Moroder entregan trabajos que imponen el movimiento desde sus maneras de entender la música (y la música bailable, en particular). Pero esos abordajes no podrían ser más diferentes, aunque quizás algunas de sus canciones terminen conviviendo en algunos sets de DJ. Porque, se sabe, a veces las noches se hacen muy largas...

Giorgio Moroder inventó, él solito, el sonido synth disco. Eso fue en los ’70, cuando se armó de sintetizadores y puso esos sonidos “del futuro” en secuencias. Encima le soltó toda la sensualidad de la voz de Donna Summer y la combinación no pudo ser más explosiva ni exitosa: al productor italiano se lo reconoció siempre como un pionero de la música electrónica, aunque no siempre la haya pegado a la hora de elegir colaboradores ni haya mantenido su apetito llevar la novedad al dancefloor. Si bien siguió en actividad, durante décadas quedó más asociado a una era de diversión desenfrenada y glamour pasado de cocaína que al vanguardismo pop. Y eso para quienes lo recordaban: para varias generaciones de entusiastas de la discoteca, su nombre no significaba ya nada... Hasta que en 2013 los Daft Punk sacaron Random Access Memories, donde admitían explícitamente la enorme influencia del italiano en su forma de concebir la música: el track “Giorgio by Moroder” era una larga explicación del productor sobre sus inicios. “Mi nombre es Giovanni Giorgio, pero todos me dicen Giorgio”, soltaba sobre una secuencia instrumental que llevaba su marca en el orillo, por más que la hubieran compuesto los robóticos franceses.

El éxito del disco de Daft Punk “recuperó” al septuagenario Moroder, quien comenzó a hacer sets como DJ y a trabajar en canciones junto a artistas como Sia y Britney Spears. El universo del pop redescubrió aquellos discos de los ’70 y se maravilló por lo actuales que sonaban (vía el update retro de Daft Punk, por supuesto). De ahí que Moroder acabe de publicar Déjà Vu, que desde el mismo título tiene varios guiños a la historia del productor. Como ayer, sostiene su cruce de la pista a la radio en las colaboraciones con figuras pop y recurre a varios viejos trucos que patentó hace décadas, pero que súbitamente (y quizás artificialmente) tornaron en modernidad. El uso del vocoder o de las guitarras funky para enfatizar el ritmo están entre esas herramientas que desempolvó Moroder. A veces le sale muy bien, como en el hit “Right here, right now”, en el que deposita durante tres minutos y medio a Kylie Minogue en unos años ’70 que se parecen mucho a 2015. Y algo similar logra con Foxes en “Wildstar”. Incluso resulta simpático que haya puesto a Britney a reinventar el “Tom’s Dinner” de Suzanne Vega del modo más sintético posible.

Pero donde realmente Giorgio es Giorgio es en “74 is the new 24” (con otro guiño espectacular en el título): el arcaico juego de magia sonora da resultados una vez más, aunque se le note cierto olor rancio a la idea de sostenerse en el nuevo status de retromodernidad. En otros momentos, Moroder aparece ansioso por mantenerse al día, como si le pesaran los años lejos de la bola de espejos. Hay bastante relleno en Déjà Vu (“Back and forth” es un ejemplo evidente), incluso en pasajes de canciones que sí logran cierto brillo. Pero, más allá de retromanías y manías retro, que un venerable anciano ponga a moverse a sus nietos o bisnietos generacionales no es poco mérito.

Los Hot Chip (y sus fans) bailan en una pista diferente, aunque en Why make sense? tengan al estilo que patentaron Moroder y compañía casi en la epidermis. En principio, el quinteto británico estructura su sonido en la tracción a sangre, incluso a veces conteniendo el pulso para evitar caer en la obviedad. Con sobriedad, elige cada detalle para crear un elegante electropop que se nutre de R&B (“Started Right”), hip hop (“Love is the future”), soul (“White wine and fried chicken”) y disco (“Dark night”, “Easy to get”). Las mayoría de las líneas melódicas de Hot Chip, de todos modos, podrían cantarse en un fogón: tan sencillas como atractivas, son el vehículo perfecto para los cuestionamientos que Joe Goddard y Alex Taylor lanzan en sus letras.

Y aquí no tardan demasiado, porque en “Huarache lights” ya se preguntan sobre su rol como músicos de cierta edad y dejan sentado, como al pasar, todo un manifiesto estético: “Las máquinas son bárbaras/ pero es mejor cuando cobran vida/ podés quemar tu dedo/ en el pulso de la luz”. La mirada aguda de los compositores de Hot Chip es el corazón de estas canciones, que hacen bailar al cuerpo mientras inquieren a la mente, como si encontraran en la catarsis del movimiento más respuestas (o nuevas preguntas) que en una sesión de psicoanálisis. Clarísimo en el tema que da nombre y cierra el álbum, en el que Taylor sobre una banda de sonido casi industrial (en términos de Hot Chip, claro): “¿Por qué tener sentido cuando alrededor el mundo se niega?” Eso, ¿por qué?

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