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Miércoles, 2 de diciembre de 2015
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Roger Waters y David Gilmour se juntaron... en la vidriera

Dos potencias no se saludan

El bajista lanzó el doble CD The Wall, banda de sonido de la película que retrata la gira que pasó por River; el guitarrista brilla con Rattle that lock, el disco que presentará el próximo 18 en el Hipódromo de San Isidro. Casualidad o no, la edición fue casi simultánea.

Por Eduardo Fabregat
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A veces la industria discográfica produce esas coincidencias cósmicas. Encuentros que se han vuelto imposibles de concretar en la vida real; enemigos íntimos que, de buenas a primeras, se topan espalda contra espalda en las vidrieras del ramo. Desde la sonada guerra civil que estalló dentro de Pink Floyd hace treinta años, David Gilmour y Roger Waters se han comunicado más a través de abogados que personalmente (ese chiste que, como tantas otras cosas, inventaron The Beatles). Aun con el milagro de la festejada reunión para el Live 8 de 2005, las cabezas creativas que disputaron el control de la bestia en la era post Syd Barrett mantuvieron sus trincheras. Desde allí, aunque sea por pura casualidad, terminaron lanzando sus nuevos discos simultáneamente, a tiempo para ponerle sonidos floydianos al arbolito de Navidad.

Son, de cualquier manera, dos aportes bien diferentes, hasta espejados. Tras cerrar definitivamente la historia de Pink Floyd con The endless river (un disco que compiló grabaciones de 1993/94), Gilmour reaparece con su cuarto título solista, Rattle that lock; mientras prepara un nuevo álbum con material original para 2016, Waters ofrece un doble CD que retrata la magnificente puesta de The Wall, banda de sonido de la película que dirigió junto a Sean Evans (y recordatorio de las nueve canchas de River llenas en 2012). Queda claro que, aunque se ladren mutuamente, ambos estarán siempre vinculados por la banda que le dio otra dimensión musical a la psicodelia de los 60 y la progresiva de los 70.

Lo de Waters, entonces, es lo que produce menos expectativa. Por supuesto que el material de The Wall mantiene su poderío, y hay que ser de madera balsa para no vibrar con el arranque de “In the flesh?” –entre otras cosas–, pero lo que suena ha sido largamente escuchado, en su versión primigenia, en el tour original de Pink Floyd, en la versión berlinesa, en las reinterpretaciones de los dos “bandos” y en esta nueva puesta de Waters, más centrada en sus opiniones sobre el estado del mundo que en la historia original del alienado rocker Pink. Si se agregan pasajes innecesarios como “The ballad of Jean Charles de Menezes”, el disco producido por Nigel Godrich es una pieza más para el rompecabezas del coleccionista antes que un álbum que vaya a revisitarse varias veces.

The Wall, además, es (otra vez) la implícita aceptación de que hay cosas que no se reemplazan así nomás: Dave Kilminster, Snowy White y G. E. Smith hacen un muy buen trabajo, pero basta que suenen las primeras cuerdas estiradas de “5 A. M.” para recordar que Mr. Gilmour integra sin dudas el top ten de los mejores y más personales guitarristas de la historia del rock. El instrumental que abre Rattle that lock es el ingreso a un disco ine- vitablemente otoñal, pero con todos esos matices de buen gusto que distinguen al violero, secundado en la producción nada menos que por Phil Manzanera (quien también toca teclados) y con invitados como Jools Holland, David Crosby & Graham Nash y Roger Eno.

La ligereza del single “Rattle that lock” (que contiene la primera idea desarrollada para el disco, la construcción de un tema alrededor del “reclame” sonoro de las estaciones de tren francesas) fue una excelente carta de presentación. Pero los fans hardcore de Gilmour caerán rendidos ante maravillas como “Face of stone” o “Dancing in front of you”, volarán con las guitarras espaciales de “Beauty” y se dejarán ganar por la dulce melancolía de “The girl in the yellow dress”. Todo cierra: los arreglos orquestales de Zbigniew Preisner nunca llegan al barroquismo innecesario, la voz de David no parece acusar el paso del tiempo –después de todo, esa ronquera siempre estuvo allí– y las guitarras, acústicas y eléctricas... bueno, las guitarras están en manos de David Gilmour, y eso exime de mayores búsquedas verbales. A Gilmour no se lo explica, se lo disfruta. Y las canciones de Rattle that lock, sumado a su historial, no hacen más que redoblar la expectativa por el encuentro cumbre del próximo viernes 18. Resulta apropiado: el Hipódromo de San Isidro recibirá a un pura sangre de las seis cuerdas, para un Gran Premio en forma de música.

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