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Miércoles, 3 de agosto de 2016
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Las Antenas, el notable nuevo álbum de Estelares

La comezón del séptimo disco

El grupo regresó con una obra donde no hay una sola canción de relleno y abundan los títulos que dejan huella. El trío histórico juega de memoria, Manuel Moretti está en un gran momento compositivo y los músicos invitados arman una orquesta de alta performance.

Por Eduardo Fabregat
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“Las canciones han funcionado como antenas en nuestro devenir (...) Las antenas como instrumento de salvataje. Las antenas como guía y como bálsamo.” La declaración de principios de Manuel Moretti está inscripta en el librillo del séptimo disco de Estelares, y pone en palabras eso que queda claro al cabo de quince pedazos de vida cantables. Lo que es pura sensación. Lo que es difícil de explicar. Lo que es, al cabo, un acto de mero disfrute que se repite una y otra vez: la gratificación de escuchar a una banda en un gran momento, ofreciendo algo tan sencillo y a la vez tan monumental como una buena canción que opera como masaje al espíritu. Las antenas es otro altar para la melodía que se imprime en el alma. Las antenas viene a engrosar la discoteca de un grupo esencial en el territorio de la canción rock hecha en Argentina.

He ahí, entonces, el Estelares modelo 2016: la línea de tres histórica compuesta por Moretti en voz y guitarra, Victor “Torio” Bertamoni en guitarra y Pablo “Pali” Silvera al bajo, con Javier Miranda como baterista estable y ampliando su paleta y su juego instrumental con Eduardo Minervino en teclados y Guillermo Harrington en guitarra y coros. Si a eso se suman los aportes de Christian Terán y Santiago Castellani en vientos, Diego Tejedor en violín y Emma Pardo, Mario Barassi y Agustín Insausti en coros, se obtiene una pequeña orquesta de alta performance. Además, el grupo surgido de la fértil escena de La Plata recupera en el opus 7 a su socio ideal. Juanchi Baleiron no solo es un hábil artesano del sonido en estudio, sino un tipo que conoce profundamente a la banda, sabe cómo extraer lo mejor de ellos y posee un fino olfato en la selección de canciones. El mix incluye una banda que juega de memoria, instrumentistas de solvencia y excelente gusto, un compositor inspiradísimo y un productor comprometido hasta las verijas con el proyecto: Las antenas no podía ser otra cosa que un disco formidable.

¿Por dónde empezar en un álbum con tantas pelotas al ángulo? Quizá por el final: al modo de “Playa Unión” en El costado izquierdo o “Un viaje a Irlanda” en Una temporada en el amor, la banda reserva para el epílogo “Los lagartos mueren en familia”, un tema en el que se combina belleza, melancolía y épica para dejar la piel de gallina: “Estuve adicto a la televisión / Estoy adicto a nada que hacer”, canta Manuel, y Bertamoni desencadena una tormenta eléctrica que refuerza la narrativa de una canción que es pura sustancia, toda una vida contenida y explotada en cinco minutos y algo. Moretti ha ido perfeccionando la pluma para concebir temas en los que, tal como declara, su “relación algo patológica con la soledad” dispara párrafos tan contundentes como “Fuimos como hienas, desesperados por matar, solos, tristes, lastimándonos” (en “Los alerces”, otra pieza de enorme belleza). Y estribillos soberbios como “Estábamos los dos atravesando el tiempo hacia ningún lugar / Llevábamos la foto de la libertad, niños blancos” en “Alas rotas”, un rockito urgente, con todo el groove disparado por Silvera y cuerdas, piano y violas construyendo una pared llena de colores.

Con esas cosas sólo se empieza a hablar de Las antenas, un disco lleno de matices, de juego, de canciones que enamoran casi de inmediato. “Subiéndome” invita al baile con un delicioso arreglo de brasses y declara que “El tiempo siempre habla, incluso de las cosas que no querés hablar”; el delicado valseado de “Una noche en San Juan” pinta con música la típica postal de pueblo con su plaza que siempre se llama General San Martín; el costado más pop se expresa con momentos encantadores como “Soledad” (“Quisiera tenerte aquí a mi lado / Quisiera es el peor tiempo verbal”), el pegadizo single “Es el amor” y “¿Quién no se ha besado en Mardel?”, un tema 100 por ciento Estelares, capaz de construir todo un universo entre el punteo de Torio y Manuel abriendo el arcón al decir “Abro la ventana de la Sala Payró / El olor a yodo me hace reflexionar: ¿Quién no se ha besado en Mardel?”. Aparecen rescates como “Mañana”, que cantante y guitarrista tocaban allá lejos y hace tiempo en Peregrinos, y otra delicadeza como “Compro flores”, incunable del Moretti solista en La mañana del aviador (2002). Hay lugar para una melancólica letra de Silvera (“Usted...”), para el primer instrumental en la discografía del grupo (“Pueblo Nuevo”, combinación entre el sonido del Medio Oeste norteamericano y la polca) y otro momento de épica sostenida por un estribillo potente y la guitarra de Bertamoni (¿cuándo se le reconocerá a Víctor su lugar entre los grandes violeros argentinos?) en “Darling”...

Puede repasarse la lista y queda clara la conclusión: no hay temas de descarte. No hay temas de relleno. Estelares pone sus antenas en la mejor posición, en sintonía con la mente, la garganta y el corazón, guía y bálsamo. “Esas mágicas canciones de luna llena / Esas mágicas canciones son como antenas”, canta Moretti en el comienzo del disco. Y la primera palabra que se escucha por la antena, en fin, suena bastante apropiada: Inolvidable.

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