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Miércoles, 8 de noviembre de 2006
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AQUELARRE REEDITADO EN CD

El sonido detrás de aquella leyenda

Fue uno de los grandes grupos argentinos. Y sus primeros discos eran inconseguibles.

Por Diego Fischerman
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Aquelarre grabó sus primeros dos discos en 1972.

Nadie duda de la existencia del rock nacional. Alguna radio incluye en esa categoría algunas músicas que otros no considerarían, cierto ecumenismo ha borrado las distancias abismales que había, en algún momento, entre unas estéticas y otras y el equivalente, a escala del rock local, de la caída de la idea de Gran Arte ha limado muchas aristas. Pero el mito tiene sus padres fundadores, sus rituales y su retórica aunque el panorama, a comienzos de la década del ’70, fuera mucho más heterogéneo que lo que hoy puede vislumbrarse. Como muestra puede bastar el nombre del disco con el que el grupo Los Gatos volvió al ruedo, luego de una fugaz separación, con Pappo como guitarrista y reconvertido en progresivo, en un momento en que en el mundo sólo cabía, en términos de la revista Pelo, la progresía o la complacencia: Beat Nº 1.

Pensar a Aquelarre como un grupo más de la música progresiva de entonces –eso que comenzaba a llamarse rock en lugar de “beat”–, incluso como un grupo mítico –que lo es y por varios motivos– es, en ese sentido, un error. Porque el cuarteto que Emilio del Guercio y Rodolfo García formaron junto al tecladista Hugo González Neira y el guitarrista Héctor Starc sólo se pareció –y sólo un poco– a Almendra, de donde venían el bajista y el baterista. Y, en realidad, la aventura estilística que significó abrió puertas que nadie quiso –o nadie pudo– atravesar y dejó un legado que quedó, como Almendra y los grupos conformados posteriormente por Luis Alberto Spinetta, aislado y a años luz del resto del pelotón. Podrá mitificarse todo lo que se quiera pero, más allá de las retóricas, no hubo otros intentos tan logrados de amalgamar rítmicas americanas (del sur, claro), poderosos riffs –que se animaban a los compases irregulares y a la alternancia entre dos y tres tiempos, como en el genial comienzo de “Canto”–, letras que oscilaban entre el surrealismo y lo descarnado, una guitarra que abrevaba en Cream y un concepto melódico de gran lirismo.

El símbolo del grupo, un rifle cuyo caño era el diapasón de una guitarra, estaba a tono con la época y, según se ha dicho, las distintas posiciones frente a la posibilidad de compromiso político estuvieron entre las causas principales de la separación de Almendra. Era el último año de Lanusse, Perón preparaba su vuelta y la dictadura que había comenzado con Onganía llegaba a su fin. En 1972, Aquelarre grabó dos discos, uno, con un dibujo de Del Guercio en la tapa, salió ese mismo año y el otro, grabado en diciembre, se publicó en 1973. Ambos fueron editados por un sello con un catálogo de prestigio. En las filas de Trova estaban Piazzolla y Vinicius de Moraes y Les Luthiers y este grupo excepcionalmente afiatado no desentonaba.

Incidentalmente, el grupo, luego de sacar otros dos álbumes y dos singles, se fue a España, inaugurando también otra costumbre poco habitual para los músicos argentinos. Y en la era del resurgimiento, gracias a la aparición del CD, de todo lo que ya había andado por allí en forma de disco, el primer álbum de Aquelarre tuvo una breve existencia y una posterior –e inexplicable– desaparición. Candiles, en cambio, jamás se había publicado en CD hasta el momento. Por eso la publicación de estos dos discos que acaba de realizar el sello Acqua, con cuidadísima presentación, es un acontecimiento remarcable. Además, agrega un tercer disco, grabado en vivo por Aquelarre en el Teatro Alvear, a fines de 1998, cuando se juntaron para hacer una serie de recitales.

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