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Viernes, 31 de octubre de 2008
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COMO TERMINO VIDAS ROBADAS, UNA TELENOVELA ATIPICA

Final con demasiada ficción

El último episodio de la tira que se centró de manera fiel en la trata y tráfico de personas abusó de recursos traídos de los pelos. La resolución, de todos modos, fue la esperada. Y el rating le dio la derecha, con 31,1 puntos de promedio.

Por Emanuel Respighi
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Tres mil personas se dieron cita en el Opera para compartir con elenco y técnicos el capítulo final.

Será otra de las tantas contradicciones que invade a la TV en general y a Telefé en particular: probablemente la que fue la ficción más realista de los últimos años, Vidas robadas, finalizó el miércoles con el epílogo más ficticio que se recuerde. No tanto porque la telenovela terminó como indica el supuesto manual televisivo: los muy malos bien muertos, los muy buenos felices, comenzando una etapa que deje atrás los horrores del pasado. La crítica, en este caso, recae en que en el marco de una trama que supo cómo contar y difundir masivamente en forma televisiva la trata y el tráfico de personas para la explotación sexual, sin perder por ello compromiso social, Vidas robadas eligió cerrar su historia como si fuera una de Bruce Willis, a la que no le faltó la muerte y resurrección de al menos dos personajes. Un final más efectista que coherente.

Al igual que Resistiré y Montecristo, las otras dos novelas de Telefé Contenidos que conjuraron realidad y ficción, Vidas robadas se despidió de la pantalla con una gala final organizada en el Teatro Opera, donde elenco y público compartieron el último capítulo. Una experiencia ya no tan atípica que sirve para que los programas de TV y sus protagonistas puedan evidenciar, al menos una vez, cómo reacciona el público ante lo que la pantalla catódica transmite. El resultado de este encuentro que hasta hace poco era exclusividad del cine y el teatro suele ser tan sorprendente como revelador: del llanto a la histeria, de la risa a los aplausos, de la catarsis a la emoción. Estados de ánimo que atravesaron las tres mil personas que vivieron en vivo el final del ciclo.

En un capítulo de más de una hora y media, Vidas robadas cerró todas las líneas de la historia que estaban abiertas, dividiéndose en tres momentos del relato: acción para la primera media hora, compromiso social para la segunda, final feliz para la tercera. La primera gran ovación de la noche fue cuando Nicolás (Juan Gil Navarro) se arrojó desde el puente de una fábrica abandonada y el público gritó de alegría por la –hasta ese momento– muerte de uno de los villanos. Pero pese a caer de más de 100 metros de altura, Nicolás resucitó y bañado en sangre le pegó dos tiros a Bautista (Facundo Arana) en el momento en que se reencontraba con Ana (Mónica Antonópulos). Entre ambos disparos recibió una ráfaga de ametralladora...

Esa escena de superacción no iba a ser lo único inexplicable de un episodio en el que los autores (Marcelo Camaño y Guillermo Salmerón) poco se preocuparon por no dejar hueco narrativo sin llenar. Luego de los dos tiros en el pecho y de haberlo velado durante el resto del envío, Bautista resucitó en el final del programa para oficiar de testigo del casamiento de Pontevedra (Carlos Portaluppi) y Alejandra (Silvia Kuitca). Hubiese sido interesante saber, al menos, cómo fue que el protagonista de la historia se salvó de morir. Pero parece que la solidez narrativa no fue prioridad para una noche de catarsis y emociones. Mal no le fue: el capítulo midió 31,1 puntos de rating, el más alto de toda la temporada.

Otra de las grandes ovaciones fue para el asesinato de Astor Monserrat (Jorge Marrale), el más malo de todos, que tras firmar un pacto con la Justicia viajó a Paraguay, donde Dante (Adrián Navarro) lo esperaba para hacerlo volar por los aires dentro de un auto. Por su parte, Rosario y Juliana vuelven a estar juntos definitivamente, y Nacha (Virginia Innocenti) regresa a su pueblo natal. Con Claudio Kurtz (un sorprendente Guillermo Francella) encerrado, la Justicia desbarata la organización.

Tras el final, el elenco y el equipo técnico coparon el escenario para recibir los aplausos, ovaciones (los “malos” fueron los más reconocidos) y flashes de todo tipo de aparatos de los miles de fans que deseaban irse con algún souvenir. Fue el tiempo en el que la frivolidad y el compromiso se unieron en un misterioso encuentro, ya con Susana Trimarco –mamá de Marita Verón, ver aparte– en escena. “No nos olvidemos de todas las Marita Verón y Susana Trimarco que existen en el país”; “esperemos que la realidad tenga, como Vidas robadas, sus finales felices”; “las esclavas sexuales son los desaparecidos del presente”, fueron algunas de las palabras que los actores dejaron como mensaje, en medio de una lluvia de papelitos tan extraña para el momento y la trama como la misma apuesta de Telefé de abordar la trata de personas en pleno prime time.

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